Los arqueólogos y antropólogos están asombrados con 115 piezas de oro y 25 de cerámica labororiosamente trabajadas a inicios de la era cristiana por los habitantes del actual Valle del Cauca, en el sureste de Colombia.
Algunos, entusiasmados, hablan del "descubrimiento de un nuevo planeta" en las entrañas de una tierra que sabían fértil para el cultivo de la caña de azúcar pero en la que nunca se imaginaron encontrar vestigios de una cultura precolombina.
La colección, propiedad del Banco de la República, se exhibe por primera vez en el Museo del Oro de Bogotá bajo el título "Los tesoros de los señores de Malagana", aludiendo a los caciques que hace casi 2.000 años lucieron con boato las máscaras rituales y los bastones ceremoniales.
Pectorales como mariposas, y serpientes como diademas, narigueras de flores de granadillo, pendientes en forma de loro, son algunos de los objetos que se exponen al público y que dan cuenta de la rica fauna y flora del lugar y de la capacidad de los aborígenes para retratarla.
En cuanto a las cerámicas, lo que más ha sorprendido a los expertos son las vasijas antropomorfas en acciones no ceremoniales sino de la vida cotidiana, como la de hombres sacándose una espina o lavándose los pies y mujeres sentadas sobre los talones.
También hay objetos de piedra, hueso y concha y otros que alternan diversos materiales e incrustaciones de oro. Las piezas de alfarería, en su mayoría, serían ofrendas que hablan de los mitos y hábitos del cacicazgo de Malagana, del que recién en 1992 se tuvo noticia.
Fue un día de octubre de ese año cuando un obrero de la hacienda azucarera de Malagana, en el este de la ciudad de Cali, sintió que el tractor con el que araba la tierra para la resiembra de caña se hundía sin explicación aparente.
Destellos de oro salían de objetos mezclados con terruños y maleza. El operario quedó presa del encanto y la ambición y recogió lo que pudo para venderlo en los montes de piedad de cualquier barriada urbana.
El hombre no calculó nunca que eso que tenía entre sus manos sería definido por los expertos como el "producto de un elaborado pensamiento simbólico propio de las sociedades jerarquizadas" ni que causaría revuelo entre los investigadores sociales.
En cambio, y también como por encanto, corrió el rumor de un hallazgo maravilloso que al cabo de dos días ya concentraba miles de buscadores de oro, que en poco tiempo saquearon el entierro indígena.
Los niños no fueron a la escuela para ayudar a sus padres a encontrar fortuna y hasta hubo monjas que dejaron a un lado las rutinarias labores espirituales para volcarse con frenesí a escarbar la tierra.
Tal vez porque están acostumbrados a medir el tiempo en milenios, los arqueólogos y antropólogos llegaron después. Para entonces, según un relato de la investigadora Lucía Perdomo, muchas piezas valiosas habían sido partidas en pedacitos para que todos quedaran contentos.
Codicia, pillaje y "la falta de cultura del colombiano frente a su pasado", según afirma Mónica Therrien, directora del Patrimonio Arqueológico, impidieron que se preservara mayor número de piezas.
Unos cuatro meses duró el saqueo de los tesoros de Malagana, de los que la muestra que se exhibe en el Museo del Oro apenas es indicio del ingenio, preciosismo y nivel con que los nativos trabajaron el metal y el barro siglo y medio antes de que los europeos llegaran a América.
Clemencia Plazas, directora del Museo del Oro, dice que aunque la muestra no puede considerarse como definitiva, se estimó "conveniente dar a conocer las piezas con el fin de evitar su salida del país".
Paradójicamente la ley sólo penaliza la salida de obras del país pero no el vandalismo ni la destrucción o falta de previsión que pueda causar, por ejemplo, una obra de ingeniería.
Aunque una primera comisión enviada en 1993 por el Instituto Colombiano de Antropología para realizar trabajos de rescate apenas pudo permanecer en el sitio diez días, por las amenazas de los saqueadores, la información que allegó fue valiosa y decisiva.
Ahora se sabe, por ejemplo, que la orfebrería de Malagana tiene en común con la las culturas Tolima y Calima ojos semicirculares en las figuras antropomorfas y zoomorfas y ojos saltones en las representaciones de aves.
También se han notado similitudes en la representación de animales como felinos, murciélagos y llamas, lo que hace pensar que las culturas precolombinas del suroeste de la actual Colombia, hacia los años 500 y 800 D.C. compartían creencias religiosas, formas sociales y comercio.
Este complejo cultural habría estado integrado por pobladores de las zonas arqueológicas de Ilama, Yotoco, Tumaco, Tierradentro, San Agustín y Tolima.
En cuanto a las técnicas de orfebrería de Malagana, la mayoría fueron martilladas y se habría utilizado, indistintamente, la fundición a la cera perdida, la soldadura por fusión, el dorado por oxidación y ensamblajes con clavos y alambres.
Sobre las máscaras ceremoniales, llama la atención de los investigadores la superposición de varias y, también el hecho de que hay alguna que "parece terminada a pesar de no tener rostro".
Ahora que ya hay 115 piezas de oro y 25 de cerámica debidamente clasificadas y registradas como pertenecientes a la cultura Malagana arqueólogos y antropólogos expresan su asombro por no haber intuido siquiera que ésta existiera.
Lo raro no es que en la fértil región se hubiera desarrollado un asentamiento de las características del de Malagana, porque geográfica y climáticamente había condiciones, sino que el lugar nunca hubiera sido contemplado como potencial interés arqueológico. (FIN/IPS/mig/dg/pr-cr/96