Maruja apenas si tiene tiempo para preparar el almuerzo de sus tres hijos, vive permanentemente cansada y con dolor de espalda, pero eso no le importa. Para ella lo único importante es poder remallar 100 cuellos diarios.
Esa es la cuota mínima que debe cumplir esta trabajadiora peruana si desea que su proveedor la siga tomando en cuenta para futuros trabajos.
Maruja recibe diez céntimos de sol por cada cuello y orgullosa, desde sus 58 años mal llevados, dice que a veces ha remallado mil en una semana, ganando el equivalente a 41 dólares.
Ella es una más de los millones de trabajadores a domicilio de América Latina, modalidad de empleo que caracteriza cada vez más al mercado laboral moderno.
Aunque el trabajo a domicilio existe en algunos países desde hace varias décadas, comenzó a tomar auge a fines de los ochenta como consecuencia de la reestructuración de las grandes empresas, que optaron por la subcontratación.
Para la Organización Internacional del Trabajo (OIT), si bien el trabajo a domicilio constituye una modalidad "aceptable y útil" de empleo, es un trabajo precario con bajos salarios, mayores jornadas laborales, escaso acceso a la protección del trabajador y con tendencia a incorporar el trabajo infantil.
Fernando Cruz, un curtido tejedor de cestas de mimbre, reconoce que si no fuera por la ayuda de sus menores hijos (de 12, nueve y ocho años) no podría entregar la docena de cestas que su proveedor le exige cada semana.
Fernando recibe unos dos dólares por las más pequeñas y el doble por las de mayor tamaño, que le toma más tiempo confeccionar. En el mercado peruano esas cestas se venden por el triple del precio pagado a Fernando.
"Ah, pero yo no soy zonzo, no solamente me dedico a esto, también tejo esterilla para sillas, petates, recibo todo tipo de encargos que me permiten agenciarme más ingresos, de paso mis hijos van aprendiendo un oficio", continúa.
Aunque el trabajo a domicilio se efectúa a gran escala tanto en los países desarrollados como pobres, las cifras sobre su expansión son fragmentarias y poco fidedignas, fundamentalmente porque se trata de un trabajo semiclandestino, no declarado.
En América Latina, los migrantes, las minorías étnicas y los pobres de las zonas urbanas y rurales se dedican en mayor porcentaje a este tipo de trabajo y dentro de estos sectores hay más mujeres que hombres trabajando a domicilio, confirmando la tendencia mundial.
"El trabajo a domicilio constituye la principal y a veces única posibilidad para las mujeres de obtener un ingreso, sin descuidar los quehaceres domésticos", señala Beatriz Martínez, socióloga que trabaja con mujeres pobres.
"Tenemos un altísimo porcentaje de mujeres solas, jefas de familia que confrontan muchas dificultades para obtener un empleo estable. El trabajo a domicilio se les presenta como la gran solución", añade.
Reconoce, sin embargo, que ello las coloca en una posición muy vulnerable: "son mujeres de estratos muy pobres y que necesitan desesperadamente de un ingreso, aceptan la remuneración que se les ofrezca y no se atreven a pedir aumento por temor a que otra se quede con su trabajo".
"En otros casos, ni siquiera conocen el valor de su trabajo, mucho menos el precio final en el mercado", reflexiona.
"Yo misma me asombro de los precios que consigo: por confeccionarme una falda y un saco de paño de lana me piden 40 soles (menos de 20 dólares). Yo después lo revendo al doble y hasta más", confiesa Corina Díaz, proveedora de prendas de vestir a diversas fábricas.
"Me hacen el pedido de la fábrica, lo distribuyo entre varias personas, pero ellos saben que si me hacen un mal trabajo simplemente no les pago y aún así me ruegan para que les dé trabajo", dice.
Según diversos estudios, en América Latina la industria de confecciones es la que mayor cantidad de trabajadores a domicilio emplea y en algunas ciudades, como Lima, debido a la carencia de empleos, se nota una incorporación creciente masculina a estas labores.
Durante el Seminario Tripartito Latinoamericano de la OIT en Chile en 1993, se reveló que 60 por ciento de la ropa de mujer y el 30 por ciento de la ropa de hombre confeccionada en ese país se realiza mediante trabajo a domicilio.
En México, 30 por ciento de las prendas vendidas por 5.000 establecimientos son fabricadas bajo esta modalidad. En Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey las empresas manufactureras más importantes prefieren contratar costureras a domicilio para la confección de sus modelos exclusivos.
El método de trabajo más común es a destajo, con salarios paupérrimos.
En muchos casos, de la ganancia hay que deducir los costos del hilado y transporte. Asimismo, los trabajadores de estas prendas pierden un tiempo considerable en recontar y empaquetar las piezas, tarea que en las fábricas está a cargo de un operario.
En Argentina, 55 por ciento de las prendas de vestir son confeccionadas por trabajadores a domicilio, 30 por ciento por intermediarios y sólo 15 por ciento por las fábricas.
De otro lado, una medición efectuada en 1987 en Lima por el Ministerio de Trabajo determinó que 10,5 por ciento de la población económicamente activa trabajaba en su domicilio confeccionando prendas de vestir.
Sin embargo, el trabajo a domicilio no es prerrogativa de América Latina. En Estados Unidos, según cifras oficiales, 8,4 millones de personas se dedican a él, generalmente en el área de servicios y dedicándole un mínimo de ocho horas diarias. En Canadá, entre 1981 y 1991 el trabajo a domicilio se duplicó.
Pero existe una diferencia sustancial entre ambas realidades. Mientras en Estados Unidos y Canadá la tendencia es a organizarse, en América Latina no hay indicios de ello. Es más, los sectores involucrados se niegan a reconocer el problema.
En la consulta efectuada por la OIT a gobiernos y organismos de la región, con miras a aprobar una Convención y una Recomendación sobre el trabajo a domicilio en su reunión de este año las respuestas no han sido muy favorables.
Por ejemplo, para la Confederación Nacional de la Industria de Brasil es "prematuro e inadecuado" reglamentar, porque introduciría "una rigidez indeseable en el mercado de trabajo y traería consecuencias económicas y sociales en los países en desarrollo".
Para el gobierno de México, "el trabajo a domicilio puede verse como una alternativa para la generación de empleo" y por tanto, el convenio debe brindar las mayores facilidades para que el sistema pueda apoyar el desarrollo económico.
Ademés de la industria de confecciones, el trabajo a domicilio está muy extendido en ese país en la fabricación de juguetes, bobinas electrónicas y artículos de plástico.
El gobierno de Colombia se ha abstenido de pronunciarse aduciendo que en las actuales condiciones socio-económicas del país un convenio reduciría la contratación de trabajo a domicilio y restringiría el desarrollo de microempresas y empresas familiares.
Sin embargo, para los especialistas, la necesidad de una legislación para este creciente sector laboral es impostergable y se interrogan sobre si se logrará el consenso durante la conferencia anual de la OIT. (FIN/IPS/zp/dg/pr-lb/96)