Luego de 500 años de sufrir degradación por la acción del hombre, los mares comienzan a dar indicios de agotamiento y a devolver los golpes que en nombre del progreso son asestados sobre sus limitados recursos.
Científicos internacionales, reunidos en Panamá en el marco del octavo simposio mundial sobre arrecifes coralinos, indicaron que se ha llegado a un punto en que ya no existe un modelo para detener el inevitable agotamiento que se avecina sobre los recursos marinos.
El biólogo Hector Guzmán, del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, afirmó que la destrucción de los mares, como es el caso del Caribe, comenzó con la conquista y siguió en los siglos siguientes con la pesca industrial, la agricultura, el turismo y otras actividades económicas.
Con más de diez años de investigaciones en las costas de Panamá y otros países de la región, Guzmán señaló que para la construcción del enorme fuerte de San Lorenzo, en el litoral caribe de este país, los españoles destruyeron gran parte de los arrecifes coralinos existentes en el lugar.
A los 100.000 metros cúbicos de coral utilizados en aquella ocasión, se agregaron decenas de toneladas de ese material usado en la década de 1980 por los arquitectos que restauraron la aduana y el puerto colonial de la ciudad de Portobelo, en el Caribe, precisó Guzmán.
Las enormes barreras de coral existentes en los 2.600 kilómetros de la costa panameña tienen gran influencia en la cadena alimenticia de las especies que habitan en el Caribe y el sector del Pacífico oriental, según el científico.
Sin embargo, Guzmán advirtió que al paso que avanza la destrucción de los mares por la contaminación y la pesca excesiva, es posible que los científicos no alcancen a estudiar la enorme cantidad de especies aún desconocidas que albergan los mares.
Pescadores artesanales del archipiélago de San Blas y la provincia de Bocas del Toro dijeron esta semana que la captura de langostas ha disminuido en dos tercios con respecto a 1983.
El uso de redes de arrastre sobre los arrecifes, el empleo de químicos para atrapar pulpos y otras especies, el turismo, la industria, la extracción de minerales y la contaminación con pesticidas y abono, forman parte del rosario de "atentados" que sufren los mares, según pescadores y científicos.
Además de la inminente ruina de la pesquería tradicional, como ha ocurrido en el Mar del Norte y otros, Guzmán advirtió que las islas coralinas habitadas por los indios kunas en San Blas "van camino a la desaparición" si la étnia sigue aumentando la presión poblacional y la contaminación.
Guzmán aclaró, no obstante, que la única posibilidad de "salvar algo" es a través de un plan integral de manejo de los mares y sus tierras adyacentes sobre la base de buscar la armonía entre el hombre, la flora y la fauna.
El planteamiento de Guzmán fue compartido por otros expertos, como el mexicano Eric Jordan, quien advirtió que si se pierden las riquezas de los mares "muchos de los problemas económicos y ambientales con los que se enfrentan los países de América Latina empeorarían".
Sin embargo, los biólogos marinos Luis D'Croz y Carlos Arellano Lenox señalaron a IPS que aún se está a tiempo de salvar los mares y su riqueza.
D'Croz, quien integra el comité organizador del simposio, propuso "una gran cruzada" entre el Estado, las universidades la empresa privada y la sociedad civil "para crear conciencia" entre la población sobre la necesidad de preservar los recursos marinos.
Arellano Lenox consideró por su parte que esa campaña debe comenzar con un plan orientado a detener la erosión de la zona costera y los arrecifes, así como sobre el uso indiscriminado de agroquímicos y otros elementos contaminantes de los ríos que desembocan en el mar.
Datos del Ministerio de Desarrollo Agropecuario de Panamá revelaron que en este país se utilizan más de tres kilogramos anuales de agroquímicos por cada uno de los 2,5 millones de habitantes, lo cual supera en más de seis veces el promedio mundial.
Los siete países de América Central, cuyas ríos desembocan en las costas del Caribe y el Pacífico, emplean en conjunto un promedio cuatro veces por superior a la media mundial de agroquímicos, de 500 gramos por habitante. (FIN/IPS/sh/dg/en/96)