Las leyes de Pakistán establecen un horario de trabajo fijo, un salario mínimo y descanso pagado, entre otros derechos, al trabajo doméstico, pero, en la práctica, la mayoría de los empleados de esa actividad no gozan de esos beneficios.
Los trabajadores domésticos son considerados como honorarios, especialmente en zonas rurales. A los señores feudales y terratenientes ni se les ocurre entregarles siquiera una pequeña paga, si es que pagan algo, a los domésticos que trabajan de la mañana a la noche, todo el año.
Los peor tratados son los niños, que son demasiado jóvenes para protestar o protegerse del abuso al cual los someten sus crueles empleadores.
Un grupo de abogados de Sukkur y el grupo independiente Comité de Derechos Humanos de Pakistán (HRCP) logró la liberación de Sughran, una niña de 13 años que era mantenida contra la voluntad de sus padres en la casa de un rico granjero y ex legislador.
Reunida con su familia después de siete años de esclavitud, Sughran dijo a los periodistas que fue golpeada duramente si cometía el más insignificante error. La niña mostró las cicatrices en sus brazos, piernas y rostro.
Sughran fue secuestrada por Arshad Hussain Maytla, un conocido terrateniente del Punjab meridional en cuya granja habían trabajado su abuelo y su tío.
Su tragedia comenzó cuando tenía seis años y acompañó a su madre Mariam y a su hermano de ocho años a la mansión de Maytla, cerca de su casa, para presentar sus respetos a su esposa.
El hacendado dijo a Mariam que dejara a sus hijos para que trabajaran allí, un pedido que no pudo rechazar pues dependía de su buena voluntad para la manutención de su familia. Pero Mariam fue una de las pocas madres que, en esa situación, continuó luchando por el regreso de sus hijos a su hogar.
Su hijo logró escapar de la mansión de Maytla un tiempo después. Maytla, furioso pues perdió un trabajador gratis, anunció que acusaría al niño de robo si no volvía. La familia decidió entonces abandonar el feudo de Maytla y regresar a su pueblo, donde comenzaron a luchar por la liberación de Sughran.
Mariam presentó una demanda judicial, el primer paso para una larga batalla legal que Maytla estuvo a punto de ganar por sus contactos con la policía y los jueces locales.
El terrateniente afirmó que sus rivales políticos estaban usando a Mariam para difamarlo, y así convenció a las autoridades de que la presionaran para que retirara la demanda.
Mariam se negó a cumplir sus deseos. El hacendado le informó entonces que llevaría a Sughran a su casa en Lahore, la capital de Punjab, y la devolvería a su familia en dos meses. Pero los Maytla regresaron solos a su hacienda.
Entoces, Mariam viajó, embarazada de cuatro meses, con su hermano a Lahore, en un viaje de ocho horas en autobús. En la casa del terrateniente, sus empleados los amenazaron, los golpearon y los echaron.
Como resultado de las heridas que le produjeron, Mariam perdió a su bebé y debió permanecer en cama durante un año.
Pero si Maytla pensaba que Mariam ya había tenido suficiente, se llevó una sorpresa. Cuando se recuperó, la madre de Sughran volvió a la corte. El juez ordenó al hacendado a presentar a la niña, pero éste desobedeció en reiteradas oportunidades.
La familia de Sughran debió emplear sus pocos ahorros y aun pedir préstamos para pagar los gastos judiciales. Rashid Rehman, abogado del HRPC, dijo que cuando se hizo cargo del caso ya habían gastado casi 3.000 dólares, una cifra muy alta para una familia rural pobre.
Pero el HRPC intervino y el caso de Sughran se hizo célebre. Se registraron hasta manifestaciones públicas en defensa de la niña.
Bajo creciente presión, Maytla se rindió pero, en lugar de devolver a Sughran a su familia, la llevó a Darun Aman, un refugio para mujeres dependiente del gobierno, en Sukkur, a unos 400 kilómetros de Multan.
Un grupo de abogados de Sukkur que visitaba Darul Aman descubrió allí a Sughran e informó a la Corte Suprema, que ordenó la liberación de la niña y su devolución a sus padres.
La presión pública fue lo que logró la liberación de Sughran. Pero esto no es fácil, especialmente en áreas rurales, donde raramente se desafía a los señores feudales. El caso de Sughran quizás sea aleccionador para que otras familias presionen a los terratenientes por la liberación de sus hijos. (FIN/IPS/tra- en/bs/an/mj/hd lb pr/96)