Castro y cubano, como el presidente Fidel, y preso en Miami, meca para un millón de sus compatriotas, el banquero Orlando Castro fue el personaje de esta semana en Venezuela, donde construyó un imperio económico hasta que se convirtió en uno de sus mayores prófugos.
Orlando Castro es uno de los nombres más rechazados por los 22 millones de venezolanos, que se empobrecieron un poco más con la crisis financiera de 1994, durante dos años oyeron hablar de banqueros que huían y sólo el jueves supieron que uno de ellos finalmente está tras las rejas.
El fiscal de Nueva York, Robert Morgenthau, ordenó el arresto de Castro, de 70 años, su hijo del mismo nombre (46), y de su nieto Jorge Castro (28), por presunto fraude y gran hurto desde un banco en Puerto Rico que se nutrió hasta 1995 con dinero extraído de Venezuela.
Son delitos punibles con un máximo de 25 años de cárcel, según las leyes estadounidenses, y aún una pena reducida significaría un lóbrego fin para el rutilante empresario que cruzó el Caribe como "self made man", arquetipo del hombre hecho a sí mismo.
Castro nació el 30 de octubre de 1925 en Cuba y, joven con ideas izquierdistas, comenzó una carrera política como fogoso orador callejero del Partido Ortodoxo cubano, con el que llegó al parlamento en 1946, contando con sólo 20 años.
El Partido Ortodoxo se disolvió en 1952, cuando el dictador Fulgencio Batista se hizo con el poder, y Castro se convirtió en vendedor puerta a puerta de seguros de la empresa Godoy Sayan.
En 1961, al avanzar la revolución socialista en Cuba, decidió emigrar a Venezuela, donde le ofreció empleo su amigo venezolano Roberto Salas, un contacto de sus tiempos en la Godoy Sayan, y quien le entregó 300 dólares para el viaje.
Pronto apareció en la gerencia de ventas de Finaco, una empresa de Salas dedicada a financiar construcciones y de la que pudo apropiarse en una encrucijada de quiebras y cambio de manos, con ayuda de otro migrante cubano que era interventor de uno de los mayores bancos de principios del decenio de 1970.
Así nació su imperio, que en los tempranos años 70 dio luz a Latinoamericana de Seguros y en 1976 puso su primer pie en el extranjero, al adquirir Seguros Previsora, de República Dominicana.
En 1981, el ya multimillonario Castro incursionó con empresas financieras y tomó nuevas empresas de seguros. Hacia 1984 fundó el Banco Progreso, para comprar luego al Estado el Banco República y ampliar su actividad a fincas, inmobiliarias, clínicas y emisoras de radio, de las que llegó a poseer 45.
En 1993 adquirió participación en el Banco de Venezuela, uno de los cuatro grandes del país, y llegó a su directiva de la mano de otro prominente banquero prófugo, José Alvarez, del también intervenido Banco Consolidado.
En el proceso de lucha por el Banco de Venezuela, entre 1990 y 1993, se acusó a Castro de lavado de dólares del narcotráfico, un cargo que no prosperó en los tribunales.
Pudo entonces inscribirse en la contienda con los propietarios de la entidad, descendientes de la oligarquía caraqueña y que veían en el cubano a un advenedizo.
Cuando sus quebrados bancos Progreso y República fueron intervenidos, en diciembre de 1994, Castro huyó a Miami sin más equipaje que una maleta. La policía incautó un avión de su propiedad, ocupado, en la isla de Margarita, por el presunto narcotraficante Francisco Ocanto.
Se cerraba el capítulo venezolano de su vida, en la que se destacó como empresario que tomaba riesgos, exhibía lenguaje y modales llanos, frecuentaba las mejores mesas y no vacilaba en rodearse en público de mujeres jóvenes y hermosas.
También cultivó amistades políticas, especialmente con dirigentes de los partidos tradicionales, el socialdemócrata Acción Democrática y el socialcristiano Copei, aunque también apuntaló en momentos decisivos a radicales de izquierda.
Ninguna figura venezolana ha salido en su defensa desde que escapó y ese desierto es más árido desde que Morgenthau lo colocó tras las rejas.
La más vistosa estafa de Castro, sin embargo, no fue financiera sino publicitaria, pues durante los meses más críticos para sus bancos, entre agosto y octubre de 1994, lanzó una campaña con apariciones personales en televisión para reclamar confianza en Venezuela.
"Aquí estamos, aquí seguimos", fue el eslogan del Grupo Progreso, cuyos empleados debían lucir obligatoriamente una escarapela con la inscripción "Gente útil a su disposición".
Al parecer, fue sólo una cobertura para organizar su retirada y timar al Estado y a los depositantes más de 800 millones de dólares. Por el manejo fraudulento de una porción, 55 millones, el fiscal de Nueva York quiere sentarlo en el banquillo de los acusados. (FIN/IPS/hm/ff/if/96).