Los indígenas tapirapé, de la selva brasileña, recibirán el jueves en esta capital el premio Bartolomé de las Casas, por resistir al genocidio durante siglos y haber recuperado su identidad como pueblo.
El premio, concedido por la Casa de América y la Secretaría de Estado para la Cooperación a personas o instituciones que se destacan en la defensa de los pueblos indígenas de América, será entregado por el heredero de la corona, Felipe de Borbón, a dos indígenas tapirapé, dos misioneros y la religiosa Genevieve Boyé.
Los tapirapé y Boyé, "hermana Veva", fueron propuestos por la organización no gubernamental Manos Unidas, vinculada a la Iglesia Católica, la que sostuvo que "la historia del pueblo tapirapé es un ejemplo del genocidio amerindio y también de su resistencia".
Los dos representantes del pueblo tapirapé, ubicado en el Mato Grosso brasileño, serán los primeros de su comunidad en salir fuera de su territorio. Lo harán en compañía de la "hermana Veva", quien llegó al poblado en 1952, cuando era habitado por sólo 51 supervivientes de epidemias y de ataques externos.
Apoyados por la religiosa, los tapirapés lograron recuperar su identidad y hoy suman cuatro centenares de personas.
Ana de Felipe, presidenta de Manos Unidas, dijo que Boyé y las religiosas que la acompañan nunca impusieron el catolicismo a los indígenas, sino que trabajan en sus mismas tareas, viven en residencias similares y se comunican con ellos en tupí, su idioma.
"La hermanita Veva es una promotora de la recuperación de esta tribu, que hace algunos años estuvo a punto de desaparecer", añadió De Felipe.
Los tapirapé, pertenecientes al tronco lingüístico tupí, vivían en cinco aldeas repartidas en la región de Urubú Branco, al noreste del Matto Grosso, con una población original de unas 2.000 personas.
Su primer contacto con el exterior se produjo en 1909 y a partir de ese momento comenzó un proceso de despoblación acelerado, debido a enfermedades contagiadas por no indígenas, sobre todo varicela y gripe, y el ataque de otras etnias, como la kaiapó, que redujo a los tapirapé a 51 sobrevivientes en 1951.
Sus cinco aldeas se redujeron a una, hecho que desarticuló su unidad social más operativa, la familia extensa, y destruyó el sistema de relaciones intergrupales.
En 1952, por petición del obispo de Conceiçao do Araguaia, la Misión de las Hermanitas de Jesús llegó a la aldea e inició una asistencia regular y de calidad, que marcó el inicio de la recuperación demográfica de los tapirapé.
El pueblo se mantiene organizado sobre la base de la tradicional familia extensa e intercambian entre ellos todos los bienes, incluso los que adquieren en el exterior con dinero.
Aseguran su subsistencia mediante la agricultura, la pesca, la caza y las artesanías.
Según Pedro Casaldáliga, obispo de Mato Grosso, la salud de la hermana Veva está seriamente resentida y la religiosa "tiene más que ganado el cielo".
Casaldáliga subrayó que la religiosa vive como los tapirapé y corre su misma suerte "en la casa, en el trabajo, en la comida, en el ritmo del tiempo, en las inseguridades y persecuciones también, por parte del latifundio, de la dictadura militar" ya superada.
El investigador Roberto Cardoso de Oliveira señaló en 1959 que "los tapirapé constituyen una prueba más de la posibilidad de éxito de la intervención asistencial en grupos tribales en procesos de extinción". (FIN/IPS/af/ag/pr/96)