Dos años después del genocidio de Ruanda, la conmemoración resulta dolorosa para los supervivientes y el gobierno no logra el regreso de los refugiados, un capítulo básico de la buscada reconciliación nacional.
El 7 de abril de 1994, un gobierno controlado por extremistas hutus lanzó al ejército y a milicianos a la masacre de la minoría étnica tutsi y de hutus opositores.
El resultado fue uno de los mayores genocidios del siglo XX, según ha señalado la Organización de Naciones Unidas (ONU). Al caer el régimen hutu, en julio del mismo año, se contaban casi un millón de personas asesinadas.
El aniversario de la matanza determinó la cancelación de un concierto del artista reggae sudafricano Lucky Dube, que estaba programado para el próximo lunes. La presentación de Dube fue anulada por presión de quienes se niegan a mezclar luto con diversión.
Anastase Murumba, secretario general de la asociación Ibuka (memoria, en lengua kinyarwanda), defensora de los derechos de los supervivientes de la masacre, sugirió postergar el recital de Dube para después del 14, último día del periodo de luto dispuesto por su organización.
Ibuka, creado 1995, conmemora el genocidio y colabora con grupos nacionales e internacionales que intentan extirpar las raíces de los conflictos étnicos.
La asociación también ayuda a los supervivientes a localizar a los asesinos y recobrar las propiedades que les fueron robadas. Reúne a 10 grupos, entre los que se destacan la Asociación de Apoyo a los Sobrevivientes del Genocidio y la Asociación para la Defensa de las Viudas del Genocidio.
La coalición de gobierno, encabezada por el Frente Patriótico Rundés (FPR), declaró siete días de duelo nacional a partir del 2, pero Ibuka exigió prolongar el duelo.
Fue autorizada entonces a realizar su propia conmemoración durante una semana a partir del próximo domingo, aniversario del comienzo de la masacre.
"Ruanda debería guardar luto por las víctimas inocentes durante tres meses, desde el 7 de abril hasta el 4 de julio, cuando fue liberada de las garras de las fuerzas genocidas", afirmó Ibuka, en un comunicado emitido en su sede central en Kigali.
"Pero el país no puede sumergirse en tres meses de duelo, pues es necesario continuar la tarea de reconstrucción", se puntualizó en la declaración.
La conmemoración oficial comenzó el martes, con la sepultura de los restos de más de 50.000 víctimas en el sudoccidental sector de Murambi, un acto en el que participaron autoridades y el cuerpo diplomático extranjero.
Diez mil cadáveres, entre los que se contaban los restos de la primera ministra Agathe Uwilingiyimana, una hutu que figuró entre las primeras víctimas, fueron inhumados hace un año en la colina de Rebero, que enfrenta la capital.
El odio étnico reprimido durante mucho tiempo se desbordó como reacción ante la muerte del presidente hutu Juvenal Habyarimana, ocurrida en la noche del 6 de abril de 1994.
Los radicales hutus interpretaron como un atentado la catástrofe de aviación en Kigali que costó la vida a Habyrarimana, y comenzaron la cacería de tutsis y hutus moderados.
La programación oficial para esta semana comprende películas y conferencias sobre el "origen de horror" y de promoción de una cultura de tolerancia y reconciliación. Las oficinas públicas cierran por la tarde, para permitir la presencia de sus empleados en los actos.
El FPR, controlado por los tutsis, se declaró comprometido en el esfuerzo por cerrar las heridas del odio étnico y ha exhortado a regresar a Ruanda a 1,6 millones de hutus refugiados en países vecinos.
Pero los refugiados, que permanecen en campamentos dominados por los extremistas hutus exiliados, se rehúsan a volver, por temor a venganzas. Al respecto, sus portavoces señalan que 70.000 personas se hacinan en las cárceles de Ruanda en condiciones deplorables, por ser sospechosos de asesinato o de complicidad.
Mientras, los extremistas, que amenazan invadir Ruanda desde Zaire, aclararon que no compartirán el luto por el genocidio.
Pero también hay señales de reconciliación. En algunas zonas, pobladores hutus contruyeron viviendas para sobrevientes del genocidio cuyo hogar fue destruido, y devolvieron o pagaron por reses robadas.
"Los ruandeses convivían pacíficamente y los problemas empezaron cuando los colonialistas (belgas) sustituyeron los clanes por el sistema de grupos étnicos", dijo el ministro de Educación, Joseph Nsengimana, en un acto realizado por una asociación de mujeres por la paz.
Ibuka organizó en tanto al sur de Kigali el entierro de los restos de más de 3.500 personas asesinadas por milicianos que hallaron el camino libre al retirarse el contingente de mantenimiento de la paz de la ONU al que los perseguidos habían pedido protección.
"Mil cruces serán levantadas en este cementerio en memoria de las víctimas, para que el mundo recuerde que cometió el crimen de abandonar a los ruandeses en aquellos tiempos de agonía", anunció el presidente de Ibuka, Bosco Rutagengwa. (FIN/IPS/tra- en/jbk/jm/oa/ff/hd/96).