Los líderes de la Europa rica y desarrollada pondrán este viernes en esta ciudad la primera piedra de un largo y tortuoso proceso de modificación del Tratado de Maastricht, aprobado en 1991, que tomará 18 meses.
Los jefes de Estado y de gobierno asistirán a la cita para darle el mayor realce posible, pero la ceremonia inaugural estará a cargo de sus ministros de Relaciones Exteriores y el trabajo se desarrollará durante la actual presidencia italiana y las dos siguientes de Irlanda y Holanda.
La cita es de aquellas solemnes: en los últimos 10 años se han efectuado sólo otras dos Conferencias Intergubernamentales Europeas (CIG), la primera en 1986, que lanzó el mercado único de los bienes y de los capitales.
La segunda, en 1991, en Maastricht, Holanda, que transformó la Comunidad en Union Europea y puso las bases de la moneda única, y la tercera es la que se abre en Turín, que debería refundar las instituciones europeas.
Sin embargo, no se tocarán los dos grandes temas que atraen a la opinión pública, la Unión Monetaria (UEM) y la moneda única (euro), que comenzará en 1999, y la desocupación, que afecta a 20 millones de personas.
La UEM no se tocará porque simplemente ya se acordó echarla a caminar con aquellos que cumplan una serie de parámetros, los más importantes de los cuales son el déficit fiscal, que no debe superar tres por ciento del producto interno bruto (PIB), y la deuda publica, que no debe superar el 60 por ciento del PIB.
Los parámetros no están en discusión e incluso cuando se habla de ellos es para hacerlos más rígidos, no para bajarlos para que puedan superarlos otros países, señalan fuentes de la presidencia italiana de la UE.
El tema del desempleo se discutirá más adelante y sólo se reiterarán algunas iniciativas para impulsar las inversiones comunitarias en obras de infraestructuras, como grandes carreteras.
Ni siquiera se renovará la disputa ideológica, entre los sostenedores de la Europa federal y los de una comunidad de libre intercambio.
Todos parecen hoy contentarse con la fórmula ambigua del presidente francés Jacques Chirac: el proceso de unidad europeo debe "profundizarse, respetando la soberanía de los estados".
La agenda de Turín, por el contrario, aparentemente incluye aburridos temas jurídicos-institucionales, sin embargo de las soluciones que se buscarán en los proximos 17 meses dependerá la estructura de la UE del próximo siglo.
Las instituciones creadas para una Europa de seis miembros, como era al inicio, funciona con dificultad para los actuales 15 y se paralizaría con el ingreso de los nuevos, ya que en 1998 comenzarán las negociaciones con Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Chipre y Malta.
De la conferencia debería surgir una UE muy diferente de la actual, guiada por una Comisión Europea (órgano ejecutivo) más ágil, en la cual no todos los países estarían necesariamente representados, como ocurre en la actualidad.
La idea es darle un mayor poder al Parlamento Europeo y que las decisiones en materias delicadas, como la emigración, el envío de cuerpos de paz o la moneda se tomen por mayoría, y no ya por unanimidad, como ocurre ahora casi siempre.
Las posiciones, sin embargo, no son unánimes.
Gran Bretaña quien reducir al maximo el poder de la UE, Francia es partidaria de una UE más fuerte, pero sin la pérdida de la soberanía de las instituciones nacionales, e Italia y Alemania favorecen la acentuación del poder de la UE, sin temer la pérdida de soberanía de sus instituciones.
Tres son los grandes temas que tratará la conferencia de Turín: libertad y seguridad de los ciudadanos europeos, adecuación de las instituciones y una política exterior común.
El Tercer Mundo está fuera del temario y no deben esperar demasiado en esta ocasión.
"Si la UE tiene una política exterior común se beneficiará porque tendrá un interlocutor directo", fue la respuesta a una pregunta que formuló IPS a expertos de la presidencia italiana sobre lo que los países en desarrollo pueden esperar de Turín. (FIN/IPS/jp/ag/ip/96)
