En este trozo de isla atormentado desde siempre por las paradojas, parece que la pobreza en Haití no es solamente el gran problema nacional, sino tambien una ventaja.
La «ventaja» de tener a 80 de cada 100 personas sumidas en la miseria es que no hay una clase media que sufra el duro tránsito hacia una economía de libre mercado, dijo a IPS el nuevo primer ministro de Haití, Rony Smarth, en una entrevista exclusiva.
Para Smarth, un abogado y economista agrícola de 55 años con estudios en Chile y México, el nuevo gobierno de Haití afronta el reto de sentar las bases de un crecimiento económico sostenido e institucionalizar la aún tambaleante democracia.
No hace falta mucha sabiduría, perspicacia o estadísticas para comprender la magnitud de semejante desafío: el desastre ecológico y la pobreza golpean todavía a los más indiferentes.
Todo parece ser urgente en este país desesperado.
Contra los propósitos de Smarth conspiran no solo el hambre, las enfermedades, la ignorancia o los suelos erosionados de Haití, sino tambien la casta dictatorial que perdió el poder tras la invasión norteamericana de 1994, pero logró conservar su dinero y parte de sus armas.
La fuerza de ocupación, refrendada más tarde por las Naciones Unidas, desmanteló al ejército haitiano y dispersó las fuerzas paramilitares conocidas como Tontons Macoute, formadas durante la dictadura dinástica de la familia Duvalier (1958-86).
También fué reinstalado en la presidencia el ex sacerdote Jean- Bertrand Aristide, derrocado en un sangriento golpe de Estado en 1991, quién entregó el mando hace un mes a Rene Preval, su aliado del partido Lavalas.
Preval dijo a IPS la semana pasada que se propone cambiar el rumbo de Aristide, quién priorizaba la asignación de recursos fiscales a los desesperados problemas sociales de la población.
En un encuentro con campesionos efectuado en el noreste de Haití, un líder local definió el nuevo rumbo diciendo que «para tener educación hay que gozar de buena salud, y para tener buena salud primero hay que comer, pero para poder comer necesitamos los recursos para producir alimentos».
Los planes del primer ministro Smarth van más allá de la simple alimentación. Se trata de construir a mediano plazo un modelo económico basado en la exportación agrícola y agroindustrial, de un modo parecido al adoptado por Chile en los años '70.
La apuesta de Preval y Smarth es que en Haití hay tanta polarización que no existe una fuerza social intermedia que pueda empobrecerse y sabotear el proceso, como le ocurrió al presidente venezolano Carlos Andres Perez entre 1988 y 1992.
Las organizaciones campesinas haitianas demandan una reforma agraria que les permita tener acceso a la propiedad de la tierra, a créditos y asistencia técnica.
La mayor parte de la tierra cultivable en Haití está en manos de campesinos «medianeros», que alquilan sus parcelas a propietarios ausentes, en su mayoría vinculados a los regímenes dictatoriales.
Algunos grupos radicalizados proponen tambien la colectivización de la producción agrícola, a través de cooperativas o granjas estatales.
Smarth descarta de plano esta última opción porque «un proceso de colectivización aquí es imposible, una locura. Nuestro planteamiento es dar tierra a los campesinos y ayudar a quienes no tienen su registro legal para obtenerla».
Su participación en el proceso de reforma agraria en Chile, durante los gobiernos del democristiano Eduardo Frei Montalva (1964-70) y el socialista Salvador Allende (1970-73), le enseñó que no se debe tratar de imponer a los campesinos un modo de organización ajeno a sus aspiraciones.
Desde la sublevación de los esclavos haitianos en 1791, en el país «hay rechazo -una inspiración libertaria- a las grandes explotaciones y al Estado», dijo Smarth.
«Los antiguos esclavos, los campesinos, pelearon (contra los colonos franceses) por tener su pedazo de tierra, y la economía agrícola haitiana fue bastante próspera en el siglo XIX, gracias a esas propiedades familiares», agregó.
En los tiempos del esclavismo, Haití fué la más prospera de las islas caribeñas, con florecientes exportaciones de cacao, café, mangos, bananas, azúcar, vetiver (usado en esencias de perfume) y otros productos.
Smarth considera que la estructura de propiedad establecida entonces tras la independencia haitiana de 1804, una especie de capitalismo o cooperativismo familiar, puede ser la base del resurgimiento de una economía agroindustrial exportadora.
Una prioridad del gobierno de Smarth, no solo por razones políticas, es la institucionalización del país, el funcionamiento autónomo de los poderes del Estado y del aparato administrativo.
El Estado es incapaz de asegurar ingresos propios, dijo Smarth, «muy poca gente paga impuestos, y 50 por ciento del presupuesto estatal proviene de la ayuda externa, por eso planteamos una reforma fiscal y el establcimiento de una severa disciplina financiera».
Tales palabras probablemente son música para los oídos del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco Mundial.
Pero los nuevos gobernantes de Haití no están muy felices con los esquemas detrás de los programas de ayuda económica de esas instituciones y otras como USAID (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo).
Tales esquemas priorizan la ayuda humanitaria, en contraste con la inversión productiva.
La pregunta que muchos se hacen es si los planes de largo plazo lograrán aplacar la desesperación de los que ya tienen poco que perder porque los estallidos sociales en Haití son repentinos y, aunque espontáneos, asombrosamente organizados y violentos.
Smarth dice que la construcción de una economía más o menos sólida depende de la incorporación activa de la población que vive en el fango de la subsistencia, o sea, la gran mayoría del país.
La alternativa es más más o menos la que han afrontado los haitianos desde que el tiempo es tiempo. (FIN/IPS/ak/ego/if).
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