El último "mal entendido" entre la Iglesia Católica y las autoridades de Cuba podría no terminar tan mal en virtud de la intención del gobierno de evitar empeorar unas relaciones que se caracterizan por ser cordiales pero no amistosas.
Los habitantes de la isla esperaron que, como tantas otras veces, tras un nuevo pronunciamiento de la Conferencia de Obispos Católicos, el domingo último, el gobierno lanzara sus habituales ataques.
Sin embargo nada sucedió, y salvo respuestas aisladas de la Cancillería a la prensa extranjera, la última declaración de los obispos no mereció, hasta ahora, ni una respuesta de las autoridades o de algún comentarista de los órganos oficiales de prensa.
"En Cuba, la Iglesia puede explicarle al gobierno casi todo, siempre que lo haga en el tono adecuado y en la oportunidad adecuada", dijo, en febrero, el vicario general de La Habana, Carlos Manuel de Céspedes.
"No gustó nada", comentó un funcionario del Partido Comunista sobre la reacción que generó en las altas esferas del gobierno la última declaración de los obispos.
El "Llamamiento a la reconciliación y a la paz", leído en todas las iglesias católicas de la isla, criticó el intento estadounidense de endurecer el bloqueo al país caribeño, pero también la decisión de las autoridades de derribar dos aviones civiles y suspender una reunión opositora.
"No es el primer documento que nos sorprende", dijo el canciller Roberto Robaina, el martes último, al reconocer que en medios oficiales la declaración fue vista con recelo por "sus turbios origenes".
Robaina afirmó "no tener claro" qué podía haber detrás de un mensaje como ese, en momentos en que la condena a la ley Helms Burton, que refuerza el bloqueo de Estados Unidos contra La Habana, era en sí misma una declaración bastante trascendental como para tener que unirla a otros temas.
Después de un período de acercamiento, las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado cubano se pusieron al rojo vivo en septiembre de 1993.
Además de criticar abiertamente al sistema político y económico de la isla, los obispos católicos se pronunciaron a favor del diálogo entre todos los cubanos, vivieran fuera o dentro de la isla.
Observadores locales estiman que más que la crítica al derribo de dos avionetas civiles por parte de la Fuerza Aérea, a fines de febrero, las autoridades interpretaron como "una nueva puñalada por la espalda" la defensa pública del clero a la oposición.
"Es lógico que la Iglesia no respalde una decisión que condujo a la muerte de cuatro personas, pero reconocer el derecho de los disidentes a reunirse es estar totalmente en contra de la política oficial", dijo a IPS un asiduo a la Iglesia de San Juan de Letrán.
En Cuba no hay espacio en el panorama político para ningún grupo de personas cuyas ideas o acciones atenten contra la estabilidad del proceso revolucionario, iniciado con la llegada al poder del gobierno de Fidel Castro en 1959.
Para las autoridades no existe una oposición interna real sino "grupúsculos" o "agentes de Miami", organizados y financiados por la derecha cubana en Estados Unidos y la propia Sección de Intereses de ese país en La Habana.
Asumiendo los riesgos, los obispos deploraron la decisión del gobierno de no autorizar la realización de una reunión de más de 130 pequeñas organizaciones opositoras que intentaban llegar a una posición común dentro del llamado Concilio Cubano
"Nosostros hubiéramos preferido, evidentemente, que hubiera podido darse este encuentro", reconoció el cardenal Jaime Ortega el 25 de febrero, durante el II Encuentro Nacional Eclesial Cubano.
Ese mismo día Ortega y el cardenal Carlo Furno, enviado especial del Papa Juan Pablo II a la reunión eclesial, fueron recibidos por el presidente Fidel Castro en un gesto cada vez más usual entre las autoridades y los representantes del Vaticano.
El contacto siguió a los iniciados por la viceministra de Relaciones Exteriores, Isabel Allende, durante una reciente gira por varios países de Europa que incluyó el Vaticano y el tema de una posible visita del Papa a la isla.
Anunciada en más de una ocasión desde 1989, esa visita podría producirse a inicios de 1197, pero el Vaticano aún no ha recibido una invitación oficial del gobierno cubano.
El diálogo entre altos funcionarios del Ejecutivo y varios ministros de la Iglesia Católica llegó a interpretarse, el pasado año, como "negociaciones secretas" que implicaron al Papa en una supuesta maniobra para propiciar la transición pacífica de la isla hacia un nuevo sistema político.
Sin embargo, tanto el cardenal Ortega como los obispos de la isla comparten la opinión de que las relaciones con el gobierno no pasan de ser "cordiales", pero que la autonomía de la Iglesia sigue estandoi severamente limitada.
Como hace tres décadas, uno de los principales desecuerdos consiste en la negativa del gobierno a que la Iglesia pueda disponer de escuelas y de acceso a los medios masivos de comunicación.
"Aún existe una fuerte desconfianza de una parte y otra que dificulta el diálogo y hace los oídos absolutamente sensibles a cualquier declaración", dijo monseñor Céspedes.
Los obispos insistieron, en 1995, en que la Iglesia no podía convertirse en un partido de oposición, pero, de hecho, en determinados sectores de la población es vista como la principal fuerza opositora al gobierno.
Según el vicario general de La Habana, cada nueva desconfianza tiene explicaciones en razones históricas, superables si ambas partes fueran capaces de dialogar y escucharse sin ningún tipo de reserva o miedo.
De acuerdo con estudiosos locales las relaciones entre el Estado socialista y la Iglesia Católica superaron las etapas de "desconcierto"(1958-60), "evasión" (1963-67), "reencuentro" (1968-78) y "diálogo" (1979-85).
A partir de la aceptación oficial de la práctica religiosa a inicios de esta década, especialistas locales vaticinaron el comienzo de un período de entendimiento y acercamiento entre el poder político y los sectores religiosos del país.
Sin embargo, en las relaciones entre el Estado y la Iglesia Católica no pasaron los tiempos en que cada parte vive esperando qué es lo que va a hacer la otra para "devolver el golpe".
Para el cardenal Ortega "casi nada en la vida es irreversible" y ni los elementos positivos ni los negativos en las relaciones de la Iglesia Católica con el gobierno cubano "tienen que ser irreversibles". (FIN/IPS/da/dg/ip-cr/96)