Los árboles desaparecen en Estados Unidos a causa de la contaminación y de la tala indiscriminada, mientras las autoridades parecen ignorar la magnitud del problema, según el informe de un experto.
El alerta está contenido en "La muerte de los árboles", un libro recientemente publicado que atribuye a la lluvia ácida la contaminación de los bosques de Nueva Inglaterra, Carolina del Norte e Indiana, e identifica otros factores en California.
Mientras, el exceso de rayos ultravioletas filtrados a través de la deteriorada capa de ozono ataca las zonas forestales de Arizona, Nuevo México y de todo el país, de acuerdo con Charles Little, autor del libro.
En otras áreas intervienen los pesticidas y los metales pesados tóxicos liberados por la combustión del carbón, y el aumento de la temperatura resultante del efecto invernadero devasta los bosques de Alaska.
Los árboles sucumben en los estados de Colorado, Oregón y Wáshington ante prácticas forestales destructivas que debilitan los bosques y les restan capacidad para resistir las temperaturas extremas o el ataque de insectos u hongos, señaló Little.
La obra cita la investigación que el botánico Hubert Vogelmann, de la Universidad de Vermont, concentró en el Camel's Hump, un pico de 1.245 metros en las Montañas Verdes.
Vogelmann comenzó a estudiar "el intocado" bosque del Camel's Hump en 1965 sin más propósito que reunir conocimientos acerca de la naturaleza.
El científico examinó periodicamente el Camel's Hump y finalmente comprobó que los árboles morían. En 1979 consignó la pérdida de 48 por ciento de los ejemplares de picea roja, 73 por ciento del arce de montaña, 49 por ciento del arce rayado y 35 por ciento del arce de azúcar.
Los hallazgos de Vogelmann se asemejan a investigaciones realizadas en la Selva Negra de Alemania y en el sur de Canada, que identificaron la lluvia ácida como causa probable de la muerte de los árboles.
La lluvia ácida es consecuencia de la combustión del carbón o del petróleo. El azufre liberado en ese proceso se combina con la lluvia o la nieve para crear una precipitación ácida.
El empleo de combustibles fósiles aumentó rápidamente en Estados Unidos despúes de la segunda guerra mundial, y los humos resultantes incrementaron la contaminación.
Veinte personas murieron hacia 1948 en Donora, Pennsylvania, por efecto del hollín presente en la atmósfera, y la mitad de la poblacion de la misma localidad enfermó por la misma causa.
Cuatro años después, los humos del carbón se cobraron la vida de 4.000 personas en Londres, durante un episodio de alta contaminación.
La respuesta oficial consistió en el decenio de 1950 en la construcción de chimeneas de cientos de metros de altura para diluir la contaminación. Actualmente, el valle del río Ohio es todavía asiento de grandes plantas de combustión de carbón cuyas chimeneas se elevan hasta los 300 metros.
Las altas chimeneas permiten el desplazamiento de la contaminación sulfurosa a 1.500 kilómetros e incluso a una distancia mayor, donde forma lluvia ácida que se precipita en el estado de Nueva York, en el norte de Nueva Inglaterra y en el sur de Canadá.
Little puntualizó que Vogelmann reveló, tras su trabajo de 30 años en el Camel's Hump, que la lluvia ácida no afecta sólo los árboles, sino también el suelo y el completo ecosistema.
El silictato de aluminio presente en el suelo es disuelto por la lluvia ácida, que alcanza las raíces del árbol, obstruyéndolas e impidiendo que las plantas tomen adecuada cantidad de nutrientes y agua.
Los árboles se debilitan y mueren víctimas del frío extremo y de las plagas.
La lluvia ácida también drena otros minerales de la tierra, como el calcio, el magnesio y el fósforo, que fertilizan los árboles. Los elementos fertilizantes son removidos del suelo, que se vacía de nutrientes.
Little advirtió que, pese a la alarmante información recabada, el Servicio Forestal de Estados Unidos parece restar importancia al problema.
Al respecto, señaló en 1991, el Procter Maple Research Centre, de la Universidad de Vermont, identificó con toda precisión la lluvia ácida y otros contaminantes como causa de la desaparición de bosques de arce de azúcar en Vermont.
"Creemos asistir a las primeras etapas de un problema de progresiva gravedad", puntualizó el instituto universitario. Pero al año, siguiente, el Servicio Forestal afirmó que 90 por ciento de los arces de azúcar estudiados estaban en buenas condiciones y la especie estaba en crecimiento.
El instituto respondió que el Servicio Forestal había empleado un procedimiento engañoso para contar los árboles muertos: sólo tuvo en cuenta los que permanecían en pie, ignorando los ejemplares caídos.
La actitud del Servicio Forestal cambió en 1992, debido a cambios en su dirección. Un informe publicado ese mismo año admitió que la mortalidad de árboles, medida en volumen, aumentó 24 por ciento entre 1986 y 1991 "en todas las regiones y tanto para madera dura como blanda".
Las más afectadas fueron las variedades de madera dura, especialmente en el sur, donde la mortalidad aumentó 37 por ciento, de acuerdo con el Servicio Forestal. (FIN/IPS/tra- en/pm/ral/ff/en/96).