Trascurridos cinco años, desde que la organización de Naciones Unidas proclamó el Decenio Internacional para los Afrodescendientes (2015-2024), siguen en pie dilemas y desafíos múltiples. Ante esa realidad, cabría preguntarse qué es este Decenio, cuál es su propuesta y si es suficiente. En esa línea de interrogantes se coloca la idea de Cuba ante el Decenio.
Una primera aproximación al tema muestra el Decenio como iniciativa y plataforma política con cobertura desde el derecho internacional, que insta a los Estados miembros y al sistema multilateral de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a prestar mayor atención a los pueblos afrodescendientes y formular las políticas pertinentes.
El Decenio gira en torno a promover políticas en función de tres temas centrales: el reconocimiento, la justicia y el desarrollo.
Un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal, 2017) demuestra que: las personas afrodescendientes en la región somos más de 130 millones. Brasil es el de mayor incidencia, más de la mitad de su población es afrodescendiente, seguido por Cuba (la cifra incluye a las personas “mestizas”) y Colombia, Costa Rica, Ecuador y Panamá, que cuentan entre siete y 10 por ciento de afrodescendientes.
Lo decisivo es cuestionarse ¿Qué desarrollo y para quién? Este llamado se realiza sin rebasar las bases esenciales y los fundamentos ideológicos de los sistemas de dominación.
Así desde la resolución ONU que refrenda el Decenio, es promovido un mito fundacional, que es inevitable afrontar: ¿A quién le debemos el Decenio, a la voluntad de los Estados o al empuje del movimiento afrodescendiente? ¿Es una caridad que se nos otorga o una conquista de las luchas de re/existencias y resistencias de nuestros pueblos?
Hablamos de pueblos afrodescendientes, no de personas o grupos aislados, sino de un sujeto político, como tendencia invisibilizado y subalternizado, que se conforma históricamente asentado en identidad, ancestralidad, afro-diásporas y luchas.
Tampoco somos poblaciones mal llamadas “vulnerables” porque en realidad hemos sido vulnerabilizados, es decir, colocados por la fuerza en esa situación social, económica y política crítica, desde el colonialismo hasta la actualidad. Se trata de una cadena de opresiones y exclusión, solo posible de entender con una mirada interseccional[1] y vivimos bajo una matriz de desigualdades estructurales en la que son definitorias las étnico raciales y de género, educativas.
También en Cuba las investigaciones realizadas muestran que las familias negras y “mestizas” definen el patrón de vulnarabilidad familiar (Campoalegre, et.al., 2017).
La significación del tema conduce al planteamiento de la lucha contra el racismo, bajo la premisa clave de que: “El ‘racismo’ en las relaciones sociales cotidianas (…) no ha dejado de ser el principal campo de conflicto.” (Quijano, 2000: 2). Cuba no escapa a esta tendencia.
El mapa político del tema en la región es también diferenciado. Mientras, determinados países muestran avances mediantes estrategias de desarrollo social inclusivas, otros presentan inercias y retrocesos.
Sin embargo, en todos subyacen agendas de asuntos no resueltos en el problema “racial”, que son invisibilizados, distorsionados o relegados.
América Latina y el Caribe vive un polémico contexto de cambios en el que destacan la crítica coyuntura económica (Cepal, 2019) y la recomposición de las fuerzas de la derecha con el propósito de frenar los movimientos sociales y restaurar los gobiernos y las políticas neoliberales más severas.
Ello se hace evidente en el discurso político, los imaginarios sociales y la vida cotidiana. La cuestión afrodescendiente no puede desentenderse de las políticas públicas formuladas por los modelos de bienestar imperantes.
Actualmente, tras sus diversas manifestaciones y variantes ideopolíticas, la naturalización de las “razas”, sin abandonar prácticas tradicionales de opresión “racial”, transita de la legitimación de derechos a políticas de mano dura.
Tales políticas implican el desmantelamiento de las instituciones especializadas en materia de equidad racial, el asesinato de líderes/as sociales y el discurso racista, que concretan una política globalizada y feroz.
A todas luces no basta un Decenio, ante un problema histórico marcado por el genocidio de la trata “negrera” y los racismos- estructural, institucional, mediático y epistémico que reproducen la continuada exclusión social de los pueblos afrodescendientes.
Es un problema caracterizado por la diversidad y complejidad crecientes, que sigue siendo un asunto de importancia estratégica para América Latina y el Caribe, cuya declaración como zona de paz no debe, ni puede detenerse a las puertas del problema “racial”.
En consecuencia el Decenio se presenta como un punto de partida, no de llegada y lo decisivo es rebasarlo, es ir más allá de él (Campoalegre, 2017), no solo en el tiempo, sino en sus metas y resultados. Ello es un imperativo para el desarrollo sostenible delineado por la comunidad internacional, en los objetivos 2030.
Ante este panorama el problema no se reduce a cómo se posicionan los pueblos afrodescendientes, sino en por qué y qué hacer en consecuencia.
Pero, ¿cómo se inserta Cuba en el Decenio? La realidad es que para la mayoría de las cubanas y los cubamos, el Decenio es aún un desconocido silencioso, o es cosa de otros países e incluso algunos tildan el tema racial como “moda extranjerizante”.
Cabe preguntarse ¿por qué? Sin respuestas concluyentes los avatares político-ideológicos e históricos y el impacto de la crisis económica son factores explicativos de este comportamiento.
Sigue latente la idea de que el problema “negro”, lesiona la unidad del pueblo cubano. Pareciera “raro” que ello suceda, en uno de los últimos reductos de la esclavitud, junto a Brasil, en América Latina y el Caribe.
Un país cuya obra social en Revolución significó avances y disímiles retos para las y los afrocubanos/as/es, donde la lucha contra el racismo no ha culminado, pero se transforma sustancialmente, se reconfigura (Campoalegre, 2019).
La creación de un Programa Nacional contra el Racismo y la Discriminación Racial en el país es un resultado alentador, en un contexto en el que crece la visibilidad y la acción movilizativa del activismo afrocubano.
Uno de sus rasgos distintivos es la diversidad, el liderazgo afrofeminista y la asunción del emprendiento económico, aunque no se logra aún la unidad organizativa y de acción en una plataforma común consensuada.
Las academias aún de forma insuficiente se incorporan en esta batalla hacia formas de articulación con el activismo. La cátedra Nelson Mandela con sede en el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, es un ejemplo de este camino.
Varios temas quedan en el tintero como el debate en el campo político afrodescendiente, apenas hoy han sido planteados o quizás están siendo visibilizados en Cuba. Viajemos hacia Cuba en clave “racial”.
Rosa Campoalegre Septien es doctora en Ciencias Sociológicas, afrofeminista cubana y profesora e investigadora titular del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas. También es coordinadora del grupo de trabajo “Afrodescendencia y propuestas contrahegemónicas” del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) y coordinadora de la Cátedra de Estudios Nelson Mandela.
RV: EG