La actuación ambiental y humanitaria se suelen manejar como dos sectores diferentes, pero su conexión es cada vez mayor y la falta de conciencia al respecto podría provocar una mayor devastación a mediano y largo plazo, según análisis de especialistas de la sociedad ivil organizada y de las Naciones Unidas.
Ante el incremento de las crisis por todo el mundo, los operadores humanitarios sobre el terreno son esenciales. Ellos son frecuentemente los primeros en llegar durante y después de una crisis, para brindar asistencia de emergencia y salvar vidas.
Pero esos agentes humanitarios deberían prestar atención a las implicaciones de largo plazo de la crisis y de sus propias actuaciones, en especial sobre el ambiente, y todavía esa necesidad de no se atiende, pese a las consecuencias graves a mediano y largo plazo.
«(El ambiente) no está integrado en la programación humanitaria … si bien estamos muy claros de que el enfoque humanitario es la asistencia para salvar vidas, también entendemos que esto no se puede hacer si está comprometiendo las vidas de las generaciones futuras o incluso de la generación actual”, dijo a IPS la jefa de la Unidad Ambiental Conjunta (JEU, en inglés), Emilia Wahlstrom.
La JEU es una asociación de ONU Medio Ambiente y la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), destinada a impulsar misiones conjuntas que aúnen las caras humanitaria y ambiental en las respuestas a la crisis.
«La degradación ambiental está causando crisis humanitarias, y las crisis humanitarias están exacerbando áreas que ya están bajo mucha tensión», sintetizó Wahlstrom.
Cathy Watson, jefa de desarrollo de programas del no gubernamental Centro Mundial Agroforestal, tiene un análisis similar.
«Existe un paradigma de que en las emergencias se están salvando vidas y no se tiene tiempo de pensar en otras cosas. El problema con ese paradigma es que pronto esa emergencia se calmará y llegará el momento de cómo la población logra autosustentar sus vidas y eso suele depender del entorno natural”, explicó a IPS.
Por ello, si no se atiende y resuelve esa realidad, los sobrevivientes “pueden terminar teniendo una situación aún peor», aseguró.
Para Watson, las crisis ambientales y humanitarias se retroalimentan entre sí, formando cada vez con más frecuencia dos caras de una misma moneda.
«La degradación ambiental está causando crisis humanitarias, y las crisis humanitarias están exacerbando los problemas en las áreas que ya están bajo mucha tensión ambiental», aseguró.
Por ejemplo, un estudio realizado en 2014 por la JEU evidenció que la crisis humanitaria de Sudán estaba estrechamente relacionada con la deforestación y la desertificación que habían agravado las operaciones humanitarias.
Dicha deforestación fue causada por la necesidad de leña para cocinar y ladrillos secos para la construcción, y las operaciones humanitarias agravaron el problema ya que había una demanda de construcción sin precedentes, en las regiones en crisis. ONU Medio Amiente estimó que los hornos de ladrillos quemaban 52.000 árboles cada año.
Tales actividades reducen la fertilidad del suelo, disminuyen el suministro de agua y destruyen valiosas tierras agrícolas, afectando los medios de vida ya frágiles de millones de personas afectadas y desplazadas por el conflicto.
Eso sucede en un contexto donde el dramático empeoramiento de la degradación de la tierra causada por las actividades humanas ya está socavando el bienestar de dos quintas partes de la población mundial.
Según la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD), 60 por ciento de todos los servicios de los ecosistemas están degradados.
La reducción de las funciones de los ecosistemas hace que las regiones sean más propensas a los fenómenos meteorológicos extremos, como inundaciones y deslizamientos de tierra, así como a un mayor conflicto e inseguridad.
Aproximadamente 40 por ciento de todos los conflictos dentro de los Estados en los últimos 60 años han estado vinculados a los recursos naturales.
Un ejemplo actual del componente ambiental en las crisis humanitarias, es el de los refugiados rohinyás en Bangldesh.
Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), se redujeron más de 4.000 acres de colinas y bosques para construir refugios temporales y diferentes instalaciones asistenciales, así como para obtener leña para cocinar en Ukhia y Teknaf de Cox’s Bazaar, donde se atiende a 1,5 millones de personas refugiadas.
Esa deforestación aumentó el riesgo de deslizamientos de tierra, así como las tensiones entre las comunidades locales y las de refugiados.
Pero la culpa de esas situaciones no puede recaer sobre los refugiados, subrayó Watson.
«Los refugiados solo están haciendo lo que tienen que hacer para sobrevivir, pero podemos adoptar un enfoque mucho más ecológico y realmente pensar en cómo vamos a mantener los ecosistemas que sustentan a estos refugiados, proporcionan agua, proporcionan suelo fértil y madera para cocinar «, dijo la especialista y activista.
Dado que el tiempo promedio que un refugiado permanece desplazado puede ser de hasta 26 años, la necesidad de un enfoque más ecológico es indispensable para proteger a su nuevo entorno y al propio refugiado.
«Hay suficiente tiempo para desarrollar realmente el bienestar ambiental del área para que las personas también puedan sentirse bien, vivir bien, tener sombra, tener frutas, tener agua limpia”, aseguró Watson.
Además, hay que concienciar a los refugiados, pese a su vulnerable situación, de hechos como que “no va a cultivar alimentos por mucho tiempo si corta todos los árboles», dijo.
Tanto Watson como Wahlstrom destacaron la importancia de que los operadores humanitarios utilicen las directrices, herramientas y recursos disponibles para garantizar que sus operaciones ayuden a las poblaciones a largo plazo.
Por ejemplo, el Manual de Esfera, que se puso a prueba por primera vez en 1998, proporciona estándares mínimos para la respuesta humanitaria, incluida la necesidad de integrar evaluaciones de impacto ambiental en toda la planificación de viviendas y asentamientos.
También incluye medidas para restaurar el valor ecológico de los asentamientos durante y después de su utilización, y optar por materiales sostenibles, así como por técnicas que no agoten los recursos naturales.
«Sabemos qué hacer, todos sabemos qué hacer. Pero no lo estamos haciendo… los líderes y los tomadores de decisiones deben cambiar la forma en que hacemos nuestras tareas», dijo Wahlstrom.
Watson, por su parte, acotó que «hay tantas buenas directrices, pero no se han implementado o se ha tomado mucha conciencia del pensamiento ecológico”.
“Si realmente se piensa en cómo gestionar el paisaje y cómo funciona donde está y que función cumple”, entonces se pueden adoptar medidas adecuadas para a la hora de obtener combustible en esas áreas, por ejemplo, “se las puede proteger” y también “se pueden construir áreas que sean mucho más resistentes y productivas».
Si bien algunas agencias humanitarias ya han comenzado a incluir también las preocupaciones ambientales, Wahlstrom señaló la necesidad de que los operadores ambientales y humanitarios también trabajen juntos.
«Debido al mandato de salvar vidas y los elementos muy urgentes del trabajo (del sector humanitario), los agentes ambientales y los agentes del desarrollo son un poco cautelosos para participar porque sienten que no es su lugar», dijo a IPS.
«El planeta se está quemando y los agentes ambientales, ya no tenemos el privilegio de estar en nuestra comunidad científica y trabajar en nuestros informes. Tenemos que salir y debemos difundir este mensaje», agregó Wahlstrom.
La Red de Acción Ambiental y Humanitaria (EHA, en inglés) espera hacer precisamente eso. Aunque es una red informal, la EHA reúne a expertos humanitarios y ambientales para compartir orientación, buenas prácticas y políticas para mitigar los impactos ambientales de las operaciones humanitarias.
«Se está acabando el tiempo. Realmente no podemos permitirnos no colaborar… somos más fuertes juntos y juntos podemos tener una mejor respuesta y estar mejor preparados», concluyó Wahlstrom.
T: MF