Los huracanes, cada vez más intensos y destructivos por el cambio climático, obligan a Cuba y otros países del Caribe a aumentar sus previsiones para proteger sus ciudades y construir viviendas y edificaciones más seguras y resistentes a fuertes vientos y lluvias inclementes.
Antes del inicio de cada temporada ciclónica – del 1 de junio al 30 de noviembre-, este país ensaya un sistema de prevención para mitigar riesgos y evitar víctimas en caso de desastres. Aun así, el huracán Sandy, que el 25 de octubre de 2012 cruzó Santiago de Cuba causó 11 muertes y destruyó la mitad del fondo habitacional de esa ciudad oriental.
Los más de 500.000 habitantes fueron sorprendidos por ese evento categoría tres de la escala Saffir-Simpson que atravesó la urbe de madrugada con su anillo de vientos máximos.
El meteorólogo cubano José Rubiera alerta que toda ciudad de la cuenca del Caribe tiene que estar preparada, pues su vulnerabilidad es mayor que comunidades con poblaciones más pequeñas o aisladas.
La experiencia de ese municipio distante 897 kilómetros de La Habana ha hecho preguntarte a los 2,2 millones de habitantes capitalinos que les pasaría ante la embestida de un huracán igual o más poderoso que Sandy, que causó también estragos en Bahamas, Estados Unidos, Haití, Jamaica y República Dominicana y que en su recorrido dejó 147 muertos.
Según el censo de 2012, La Habana dispone de 709.508 viviendas particulares. Pero ese fondo habitacional tiene una edad promedio de 80 a 90 años y ante la falta de un mantenimiento adecuado no pocos barrios exhiben un estado de esas edificaciones que va de regular a muy mal.
Estudios sobre el riesgo que representan los vientos en La Habana advierten que un huracán categoría tres (vientos de 179 a 209 kilómetros por hora) pudiera afectar a 74.551 personas y dañar 94 000 viviendas, en tanto uno de categoría cinco, con vientos superiores a los 250 kilómetros por hora, impactaría a 207. 000 personas y causaría daños a 5. 262 .000 viviendas.
“Yo he hecho trabajos en edificios cayéndose, donde vive gente porque no tiene otra opción”, confió a IPS el albañil Antonio Miret, de 33 años. “Muchas personas tienen techo de tejas y quisieran tener de placa (de hormigón armado). La gente que tiene dinero prioriza arreglar los techos, pero muchos no tienen esa posibilidad”, señaló.
Miret aseguró que efectúa su trabajo “a conciencia” para asegurar la fortaleza de lo que construye. “Pero los clientes no me piden mucho cosas más fuertes, que aguanten los ciclones”, agregó, ejemplificando la escasa percepción de riesgo que existe pese a que la región occidental, donde se ubica La Habana, es la más azotada por huracanes en este país insular.
Este trabajador privado incluye dos anillas de metal en las bases de hormigón para colocar tanques de reserva de agua en las azoteas. “En tiempos de huracán, las personas pueden asegurar con facilidad los tanques si los amarran con sogas de las anillas”, explicó.
La Habana no sufre de manera directa un huracán desde 1944. El 18 de octubre de ese año, la ciudad fue azotada durante varias horas por vientos huracanados que dejaron 300 muertos. Casi siete décadas después, los expertos no descartan que la experiencia se repita y alertan que la ciudad debe estar preparada para esa eventualidad.
Los especialistas coinciden en que una estrategia encaminada a reducir vulnerabilidades pasa por reforzar las viviendas, sus techos y ventanas con material resistente y correctamente instalados, así como fortalecer la capacitación y estudios de riesgo en los municipios y la percepción del peligro en la población.
Para el investigador ambientalista Luis Lecha, también es necesario planificar los costos para el soterrado de las redes eléctricas, que excepto en la Habana Vieja, uno de los 15 municipios que conforman La Habana, son aéreas y sufren graves daños con la embestida de los vientos huracanados, privando a la población de ese servicio por varios días.
“A más largo plazo, habría que desarrollar un programa de adaptación para la convivencia con los huracanes, basado en el fortalecimiento progresivo de la infraestructura constructiva y en el reordenamiento territorial urbano”, señaló a IPS.
El ingeniero y profesor universitario Carlos Llanes recomienda techos de una y dos aguas (inclinados) como los más adecuados para resistir vientos extremos. «La experiencia en el Caribe es que cuanto más empinada la cubierta, mayor es la resiliencia», comentó a IPS. El académico estimó que esta sería también una buena solución en el caso de los edificios urbanos.
Se puede aplicar soluciones arquitectónicas en lo alto de las edificaciones con inclinaciones en la cubierta para que no se retenga el agua de las lluvias y para que el viento tenga presión, no succión allá arriba, explicó este ingeniero.
Como modelo, Llanes recordó como los campesinos aún hoy se refugian cuando hay tormenta en el tradicional «vara en tierra», un rancho (choza) con un techo de guano (hoja de palma) en ángulo agudo que llega hasta el suelo.
Este especialista aconseja además priorizar las instalaciones de salud de la ciudad aplicando la estrategia de hospitales seguros frente a desastres. Un centro sanitario de ese tipo ya existe en el municipio especial Isla de la Juventud, situado en la región suroccidental de Cuba, a unos 150 kilómetros de La Habana.
En Cuba, con una población de casi 11,2 millones, más de 8, 5 millones habitan en zonas urbanas, en una región como la de América Latina donde 86 por ciento de sus habitantes residen en ciudades.
A nivel mundial, la Organización de Naciones Unidas alerta que hacia 2050 habrá unos 6.300 millones de personas viviendo en ciudades y a medida que se intensifican los efectos del cambio climático, la resistencia y flexibilidad de los centros urbanos se hace más necesaria.
El cambio climático amenaza a las naciones del Caribe insular no solo con huracanes más intensos, sino con lluvias mayores o menores, ascenso del nivel del mar, intrusión salina y los procesos de sequía que vienen aparejados a algunos de estos fenómenos.
“Es un conjunto de efectos de carácter muy nocivo y para los cuales hay que prepararse mejor”, advierte el investigador Carlos Rodriguez.[related_articles]
El imprescindible proceso de adaptación exige normativas urbanas y de ordenamiento territorial para regular el uso de los inmuebles ubicados históricamente en áreas susceptibles de afectaciones, la reducción de las densidades de población en áreas más expuestas y reducir los elementos en riesgo en estas zonas en particular los servicios de emergencia.
Arquitectos y urbanistas coinciden en aconsejar el uso de materiales de construcción más resistentes que aseguran la permanencia de las construcciones ante la acción simultánea de efectos temporales de penetraciones del mar, fuertes vientos, e inundaciones, entre otras medidas básicas para evitar la afectación de los inmuebles.
El gobierno cubano aprobó en abril un plan de enfrentamiento al cambio climático que identifica las áreas priorizadas de atención para preservación de la vida de las personas en los lugares más vulnerables, la seguridad alimentaria y el desarrollo del turismo. También establece el proyecto de inversiones a ejecutar a corto, mediano y largo plazo.
Según versiones de ese programa divulgadas por los medios locales, el clima de este país es cada vez más extremo y se ha observado gran variabilidad en la actividad ciclónica, pues desde 2001 hasta la fecha ha sufrido el impacto de nueve huracanes intensos, “hecho sin precedentes en la historia”.
Asimismo, se considera que las inundaciones costeras ocasionadas por la sobreelevación del mar y el oleaje, producidos por huracanes, frentes fríos y otros eventos meteorológicos extremos, representan el mayor peligro debido a las afectaciones que ocasionan sobre el patrimonio natural y el construido.
Editado por Estrella Gutiérrez