Cuba redujo 75 por ciento el uso de plaguicidas químicos en las últimas dos décadas, debido al avance de insecticidas y fungicidas biológicos, que allanan el camino a una producción agrícola menos agresiva para la salud y el ambiente.
El uso de agentes químicos disminuyó de 40.000 a 10.000 toneladas anuales, mediante un sistema de manejo integrado de plagas que se aplica desde 1982 en el control de unas 90 especies nocivas para la agricultura.
Este esquema incluye un calendario de siembras que toma en cuenta el ciclo más adecuado para evitar las plagas, entre otros métodos de cultivo.
El sistema propicia el estudio de cada agente perjudicial y el modo más adecuado de combatirlo con plaguicidas tradicionales y sustancias biológicas —basadas en vegetales, bacilos y bacterias— producidas por el Instituto Nacional de Investigaciones de Sanidad Vegetal.
Un caso relevante es la drástica reducción de bromuro de metilo, un potente gas fungicida que se aplica entre otros a los cultivos de tabaco y que afecta la capa de ozono de la estratosfera, destinada a protege la vida terrestre de la radiación solar ultravioleta.
El bromuro de metilo es una de las sustancias controladas por el Protocolo de Montreal, un instrumento internacional en vigor desde 1987 para poner fin al uso, producción y comercio mundial de gases que afectan la capa de ozono.
Los cultivadores de tabaco de la occidental provincia de Pinar del Río y de La Habana disminuyeron 62 y 18 toneladas, respectivamente, el empleo de ese fungicida, en favor de métodos alternativos como el recurso a productos biológicos para mantener a raya organismos nocivos del suelo y de las hojas del tabaco.
Los productos químicos no sólo son más caros, sino que suelen crear resistencia en los insectos u hongos y cada vez hay que aplicar mayores dosis, dijo a IPS Pablo García, un pequeño agricultor de las cercanías de La Habana.
Expertos en sanidad vegetal añaden que la aplicación de crecientes cantidades de plaguicidas químicos multiplica el riesgo de intoxicación humana, deteriora los suelos y favorece la aparición de otras enfermedades vegetales.
Según algunos expertos, los métodos naturales para proteger cultivos y granos de depredadores naturales forma parte de la tradición campesina cubana.
Pero la agricultura intensiva que las autoridades aplicaron en los años 60 y principios de los 70 incentivó la demanda de agrotóxicos.
En ese periodo, el control de plagas se basó exclusivamente en los plaguicidas sintéticos, relegando casi por completo los métodos biológicos tradicionales.
Una de las consecuencias fue la aparición de nuevas plagas. A mediados de los años 70, la creación del Sistema Estatal de Protección de Plantas dio pie a una reducción importante del uso de plaguicidas.
A los problemas agrícolas y ambientales se sumaron en los años 90 las motivaciones económicas para reducir la utilización de esos productos, 85 por ciento de los cuales era importados de países del bloque soviético, desintegrado en 1991.
Entre 1991 y 1998 la importación de plaguicidas fluctuó entre 6.000 y 12.000 toneladas por año, con una media anual de 8.375 toneladas, según el Instituto de Investigaciones de Sanidad Vegetal.
La isla cuenta con 280 laboratorios de producción de plaguicidas biológicos, conocidos como Centros de Reproducción de Entomófagos y Entomopatógenos (CREE), además de varias fábricas para la producción.
Los CREE, esenciales para el control biológico de plagas, se encuentran distribuidos en todo el país, 53 de ellos en zonas de de cultivo de caña de azúcar y 227 en áreas de frutales y otras plantaciones.
En los últimos años se comenzó a fomentar la siembra en predios agrícolas de plantas como el árbol de Nim, un insecticida natural, que repele a los insectos por el olor de sus hojas y frutos.
De la semilla de esa planta oriunda de la India, los agricultores preparan un sencillo plaguicida biológico para combatir la bibijagua, una dañina hormiga autóctona, entre otros predadores.
Los productos basados en el árbol de Nim resultan efectivos en la regulación de insectos, ácaros y nematódos que afectan cultivos de huerta.
Este enfoque agroecológico hizo posible el desarrollo de la agricultura urbana, que proporciona buena parte de las frutas y verduras frescas para el consumo en las ciudades.
Estos cultivos se plantan en zonas densamente pobladas, donde el uso de plaguicidas constituye un riesgo mucho más grave para la salud. (FIN/IPS/pg/dcl/en/dv/02