La agitación postelectoral en Tanzania agrava los problemas económicos y sociales

Un retrato de la reelegida presidenta Samia Hassan cuelga de un poste rodeado del denso humo de neumáticos quemados en Dar es Salaam, durante las protestas violentamente reprimidas por su controvertido triunfo electoral. Imagen: Zuberi Mussa / IPS
Kizito Makoye

DAR ES SALAAM, Tanzania – Al amanecer en Manzese, un polvoriento municipio a las afueras de Dar es Salaam, la ciudad más poblada de Tanzania y la sede del gobierno,  el silencio se apodera del lugar donde antes resonaban los ruidos del comercio.

El municipio, normalmente abarrotado de cocineros callejeros, vendedores de verduras, mecánicos y mototaxis que serpentean por el tráfico matutino, estaba inquietantemente vacío. Las persianas están bajadas, los puestos de madera abandonados y el aire está cargado con el olor a goma quemada. Durante cinco días, la bulliciosa vida económica del municipio ha estado paralizada, lo que ha dejado a los residentes sin poder comprar comida ni acceder a los servicios básicos.

La presidenta Samia Suluhu Hassan, quien gobierna este país de África oriental desde 2021, resultó reelegida oficialmente con el 97,66 % de los votos y gobernará el país los próximos cinco años, tras unos comicios, el 29 de octubre, en que los principales opositores no pudieron participar.

Los resultados oficiales y la rápida investidura de Samia, inmediatamente después de que la autoridad electoral electoral la declarase ganadora, desencadenaron grandes protestas en Dar es Salaam y otras ciudades del país, por lo que la oposición calificó de comicios ilegítimos.

La agresiva represión de las protestas se ha saldado con al menos 150 personas muertas, que algunas fuentes elevan a 700 personas.

«Todavía no puedo creerlo que vi», dice Abel Nteena, un conductor de triciclo de 36 años, con la voz temblorosa al recordar el horror que se desató el 31 de octubre.

«Hombres enmascarados vestidos de negro con brazaletes rojos aparecieron de la nada. Empezaron a dispararnos mientras hacíamos cola para repostar combustible. Hablaban swahili, pero su acento era extraño y su piel era inusualmente oscura. Gritaron a todo el mundo que corriera y abrieron fuego», detalla.

Nteena dice que tres de sus compañeros fueron alcanzados por las balas y ahora luchan por sus vidas en un hospital local. «A uno le dispararon en el pecho y a otro en la pierna. Ni siquiera sé si sobrevivirán», afirma.

Una ciudad sitiada

El ataque fue uno de los varios que sacudieron Dar es Salaam tras las controvertidas elecciones presidenciales, que muchos observadores describen como profundamente defectuosas. Los disturbios se han cobrado cientos de vidas en todo el país, y el gobierno ha impuesto un toque de queda de 12 horas para sofocar la violencia.

Pero al hacerlo, ha paralizado el corazón económico del país, que también es Dar es Salaam.

Para los millones de personas que dependen del comercio informal para sobrevivir, el toque de queda ha sido una pesadilla. Las tiendas y los mercados cierran a media tarde, el transporte público se detiene y los bancos y los agentes de dinero móvil suelen cerrar mucho antes del atardecer.

«Estaba comprando leche cuando oí disparos», recuerda Neema Nkulu, una madre de 31 años con tres hijos del barrio de Bunju. «La gente gritaba y se tiraba al suelo. Vi a un ombre sangrando cerca de la tienda. Dejé todo y eché a correr», afirma. «La bala de un francotirador alcanzó el cristal de la tienda justo donde yo había estado. Doy gracias a Dios por estar viva», añade.

Con los servicios financieros interrumpidos, Neema y muchas otras personas no pueden acceder al dinero almacenado en sus monederos móviles. «Tengo dinero en efectivo en mi teléfono, pero las agencias están cerradas y no puedo retirarlo», dice. «Mis hijos llevan dos días sin comer adecuadamente», se lamenta.

Luchas diarias en medio del toque de queda

En Dar es Salaam, donde casi seis millones de personas dependen de los ingresos diarios, el toque de queda ha provocado una cascada de dificultades.

Los precios de los alimentos se han disparado, ya que los camiones que traen suministros de las regiones del interior del país siguen varados debido a la inseguridad y la escasez de combustible.

El coste de la harina de maíz, un alimento básico, se ha duplicado en una semana. La escasez de combustible ha disparado las tarifas del transporte público, y los viajeros pagan el doble del precio normal para llegar al trabajo.

«Solía vender pescado frito todas las tardes», dice Rashid Pilo, de 39 años, que regenta un puesto callejero en Bunju. «Mis clientes son en su mayoría oficinistas que compran comida de camino a casa. Pero ahora, debido al toque de queda, todo el mundo se apresura a volver a casa temprano. Lo he perdido casi todo. Una noche de toque de queda significa que no hay ingresos ni comida para mi familia», explica.

Según se informa, las morgues de los hospitales de Mwananyamala y Mabwepande están desbordadas por los cadáveres de las personas asesinadas en los actos violentos. Los trabajadores sanitarios, que hablan de forma anónima por miedo a represalias, afirman que se han quedado sin espacio y sin bolsas para cadáveres.

El gobierno no ha publicado cifras oficiales de víctimas, pero los grupos de derechos humanos estiman que han muerto cientos de personas desde el día de las elecciones.

«Los cadáveres siguen llegando», dice un empleado de la morgue, visiblemente conmocionado. «Algunos tienen heridas de bala; otros han sido golpeados. Las familias tienen miedo de reclamarlos», asegura.

Miedo y silencio

En toda la ciudad, la presencia de soldados fuertemente armados en las calles ha infundido un profundo temor entre los residentes. Vehículos blindados patrullan las principales intersecciones y los registros aleatorios de viviendas se han convertido en algo habitual. La mayoría de los habitantes de la ciudad han optado por permanecer en sus casas y solo salen cuando es necesario.

«Fui a tres cajeros automáticos, pero ninguno funcionaba», dice Richard Masawe, un especialista en informática de 46 años que trabaja en la empresa InfoTech . «Internet no funcionaba e incluso la banca móvil estaba fuera de línea. No podía comprar nada ni enviar dinero a mi familia. Sentía que estábamos aislados del mundo», informa.

El gobierno afirma que el corte de Internet fue una «medida de seguridad temporal», pero los grupos de derechos humanos sostienen que fue un intento de silenciar la disidencia y bloquear el flujo de información sobre la violencia.

El transporte en Dar es Salaam también se ha visto paralizado. Largas colas de vehículos serpentean alrededor de las gasolineras, mientras que la mayoría de los autobuses permanecen inmovilizados.

«Solo tenemos combustible para medio día», afirma Walid Masato, gerente de una gasolinera. «Las entregas han dejado de llegar. Las carreteras son inseguras», se queja.

Una economía al borde del abismo

Según el economista Jerome Mchau, la crisis postelectoral ha puesto de manifiesto la fragilidad económica de Tanzania. «El sector informal, que da empleo a más del 80 % de los tanzanos, es el más afectado», explica. «Cuando la gente no puede desplazarse, no puede comerciar y no puede acceder al dinero en efectivo, todo el sistema económico se paraliza», agrega.

Mchau estima que la economía podría perder hasta 150 millones de dólares a la semana si continúan los disturbios. «La presión inflacionista ya es visible», dice. «Los precios de los alimentos y el combustible están subiendo rápidamente y la confianza de los consumidores se está desplomando», detalla.

El toque de queda también ha paralizado las redes logísticas. Los camiones que transportan productos básicos desde las regiones centrales de Dodoma, Morogoro y Mbeya no han podido llegar a la costa, lo que ha provocado una escasez artificial en los centros urbanos.

«Estamos asistiendo a compras motivadas por el pánico», señala Mchau. «La gente está acaparando arroz, pasta y harina porque no sabe lo que les deparará el mañana», agrega.

Confianza destrozada, divisiones profundas

Más allá del coste económico, la violencia ha erosionado la confianza entre los ciudadanos y el Gobierno. Muchos tanzanos se sienten traicionados por un sistema que antes consideraban un modelo de estabilidad.

«Tanzania fue considerada durante mucho tiempo un faro de paz y democracia en África», afirma Michael Bante, comentarista político afincado en Dar es Salaam.

«Pero lo que estamos viendo ahora no tiene precedentes: la gente está perdiendo la fe en las instituciones estatales, se silencia a las voces de la oposición y las comunidades se enfrentan entre sí», puntualiza.

Bante afirma que el gobierno se enfrenta a un reto monumental para restaurar la confianza de la población.

«La administración de la presidenta Samia debe actuar con decisión para unir a la nación», asegura. «Esto significa no solo investigar los abusos contra los derechos humanos, sino también entablar un diálogo genuino con los líderes de la oposición y la sociedad civil», añade.

La oposición ha acusado al partido gobernante de manipular los votos y de utilizar una fuerza excesiva para reprimir las protestas.

El gobierno, por su parte, culpa a «elementos financiados desde el extranjero» de incitar a la violencia. Según los analistas, la verdad probablemente se encuentre en algún punto intermedio, en la profunda desconfianza que se ha ido gestando durante años.

Una nación en duelo

En muchas partes de Dar es Salaam, el dolor y la incertidumbre definen la vida cotidiana. En el mercado de Manzese, las mujeres se reúnen en pequeños grupos, susurrando sobre sus familiares desaparecidos. Los restos carbonizados de quioscos y motocicletas cubren las calles. Un ligero olor a humo aún flota en el aire.

«La vida nunca volverá a ser la misma», dice Nkulu, la joven madre que escapó por poco de los disparos de los francotiradores. «Antes nos sentíamos seguros aquí. Ahora, cada vez que oigo el ruido de una motocicleta, me sobresalto. Ni siquiera puedo enviar a mis hijos al colegio», detalla.

Los colegios de toda la ciudad permanecen cerrados indefinidamente. Los hospitales informan de un aumento de los casos de trauma y ansiedad. Los líderes religiosos han hecho un llamamiento a la calma y la reconciliación.

En busca de la estabilidad

La presidenta Samia Suluhu Hassan, que ha condenado públicamente la violencia, se enfrenta a su prueba política más difícil hasta la fecha. En un discurso televisado, pidió unidad y prometió investigar los ataques.

Sin embargo, los críticos argumentan que la dura respuesta del gobierno en materia de seguridad corre el riesgo de exacerbar aún más las tensiones.

«Tanzania se encuentra en una encrucijada», afirma Bante. «Los dirigentes deben elegir entre la represión y la reforma. El mundo está pendiente», añade.

Los socios internacionales, entre ellos la Unión Africana y las Naciones Unidas, han pedido moderación y diálogo. Sin embargo, fuentes diplomáticas afirman que los esfuerzos de mediación se han estancado, ya que ambas partes han endurecido sus posiciones.

Para los tanzanos de a pie, como Rashid, el vendedor de pescado, la política se ha convertido en una cuestión de supervivencia. «No me importa quién gane o pierda», afirma mientras fríe un puñado de tilapias en una pequeña estufa de carbón. «Solo quiero paz para poder trabajar y alimentar a mi familia», dice.

Una frágil esperanza

Al caer la tarde sobre Dar es Salaam, la ciudad sigue envuelta en tensión. Las paradas de autobús y los puestos de comida, antes bulliciosos, están desiertos, y el único movimiento proviene de las patrullas militares que recorren las calles tenuemente iluminadas.

Sin embargo, en medio del miedo y la incertidumbre, algunos aún se aferran a la esperanza. «Ya hemos pasado por momentos difíciles antes», dice Masawe, el especialista en informática. «Si logramos reconstruir la confianza, tal vez también podamos reconstruir nuestro país», añade.

Por ahora, esa esperanza parece lejana. La crisis postelectoral de Tanzania ha dejado profundas cicatrices en una nación que antes era elogiada por su tranquilidad. Queda por ver si el gobierno de la reelegida Samia podrá sanar esas heridas.

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