ABUJA – En la madrugada del 17 de noviembre, la oscuridad cubría la ciudad de Maga, en el estado de Kebbi, en el noroeste de Nigeria, hasta que los disparos rompieron el silencio. Eran alrededor de las 4:00 cuando unos atacantes armados irrumpieron en la Escuela Secundaria Pública para Niñas, disparando al aire para aterrorizar a los residentes antes de dirigirse a las dependencias del personal.
Allí mataron a dos personas, entre ellas Hassan Yakubu, jefe de seguridad de la escuela, y luego secuestraron a 26 alumnas.
Dos de ellas lograron escapar más tarde, según Halima Bande, comisionada estatal de Educación Básica y Secundaria. Esta descarada incursión se produjo menos de 72 horas después del asesinato del general de brigada Musa Uba en una emboscada de milicianos armados insurgentes.
Una misión de rescate de soldados nigerianos para intervenir en el secuestro de Kebbi fue emboscada y herida por los insurgentes, lo que aumentó el temor de que este tipo de violencia se esté disparando más allá del alcance de las respuestas de seguridad convencionales.
Desde entonces, 24 niñas han sido liberadas, según anunció el propio presidente nigeriano Bola Tinubu.
Abubakar Fakai, cuyas nueve sobrinas se encuentran entre las 26 escolares secuestradas, declaró a IPS que su familia y toda la comunidad se han visto sumidas en un dolor insoportable.
Ilyasu Fakai, padre de cuatro de las niñas secuestradas, sigue en estado de shock. Casi todos los hogares de esta aldea tan unida se han visto afectados. Durante más de una semana no recibieron ninguna información fiable sobre el estado o el paradero de las niñas, afirmó Abubakar.
«Todas las noches intentamos dormir, pero no podemos, porque no dejamos de pensar en las niñas tumbadas en algún lugar al aire libre, asustadas y con frío. Son adolescentes y tememos por su dignidad y sus vidas. Solo queremos que el gobierno las rescate rápidamente y las reúna con nosotros. Este dolor es demasiado para nuestra comunidad», dijo a IPS.
La incursión en Kebbi fue uno de los varios secuestros masivos que se produjeron en pocos días en el país.
Al menos 402 personas, en su mayoría escolares, han sido secuestradas en cuatro estados de la región centro-norte —Níger, Kebbi, Kwara y Borno— desde el 17 de noviembre, según informó el martes la Oficina de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (Acnudh).
Llamamiento a las autoridades
«Estamos consternados por el reciente aumento de los secuestros masivos en el centro-norte de Nigeria», dijo en Ginebra el portavoz de Acnudh, Thameen Al-Kheetan.
Añadió que «instamos a las autoridades nigerianas, a todos los niveles, a que adopten todas las medidas legales necesarias para garantizar que se ponga fin a estos viles ataques y se enjuicie a los responsables».
Un día después del incidente de Kebbi, una iglesia fue atacada en Eruku, en el estado de Kwara y dos personas murieron y unas 38 fueron secuestradas durante un acto religioso. El gobernador del estado, AbdulRahman AbdulRazaq, afirmó en un comunicado que el presidente había desplegado 900 soldados adicionales en la comunidad.
En el estado de Níger, la escuela St. Mary’s de Papiri también fue atacada el viernes 21 de noviembre y 303 niños y niñas, además de 12 profesores, fueron secuestrados. Se asegura que solo 50 han escapado hasta el domingo 23 de noviembre.
Esta cifra supera el número de niñas secuestradas en Chibok, lo que provocó una campaña internacional llamada «Bring Back Our Girls (Devolvednos a nuestras niñas)».
Entonces se trató del secuestro y esclavización del grupo islamista Boko Haram en abril de 2014 de más de 200 niñas, en un centro femenino de Chibok, en el nororiental estado de Borno, lo que despertó al mundo sobre la violencia en el país más poblado de África.
Ahora, el mismo 23 de noviembre, los milicianos insurgentes lanzaron otro ataque mortal en ese estado de Borno.
La lista de la cascada de ataques y secuestros masivos contra población civil no es exhaustiva, lo que pone de relieve cómo las crisis de insurgencia y bandolerismo que se superponen en Nigeria están convergiendo de forma devastadora.
La insurgencia, una amenaza para la seguridad alimentaria
El aumento de los ataques insurgentes está amenazando la estabilidad regional y provocando un aumento del hambre, según el Programa Mundial de Alimentos (PMA).
Su último análisis revela que se prevé que casi 35 millones de personas se enfrenten a una grave inseguridad alimentaria durante la temporada de escasez de 2026, de junio a agosto, la cifra más alta jamás registrada en este país petrolero de África occidental.
Los ataques insurgentes se han intensificado este año, según esta y otras agencias de la ONU.
El grupo Jama’at Nusrat al-Islam wal-Muslimin (Jnim), afiliado a Al Qaeda, llevó a cabo su primer ataque en Nigeria en octubre, mientras que el grupo insurgente Estado Islámico en la Provincia de África Occidental (ISWAP) parece estar tratando de expandirse por toda la región del Sahel, una árida franja que atraviesa y divide África de oeste a este y atraviesa 14 países.
«Las comunidades están sometidas a una gran presión debido a los repetidos ataques y a las dificultades económicas», afirmó David Stevenson, director nacional y representante del PMA en Nigeria.
Añadió que «si no conseguimos alimentar a las familias y mantener a raya la inseguridad alimentaria, la creciente desesperación podría alimentar una mayor inestabilidad, con grupos insurgentes que explotan el hambre para expandir su influencia, creando una amenaza para la seguridad que se extiende por toda África occidental y más allá».
Una larga sombra sobre las escuelas
El activista de derechos humanos Omoyele Sowore llamó la atención nacional sobre la anarquía que hace prosperar los secuestros masivos.
Además, adujo, los incidentes recientes no son aislados, sino que forman parte de una crisis nacional cada vez más profunda que lleva más de una década afectando a las escuelas.
Según Save the Children, 1683 escolares han sido secuestrados en Nigeria entre abril de 2014 y diciembre de 2022.
De manera parecida informa el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), que detalla que más de 1680 escolares han sido secuestrados durante ese periodo.
Otro informe detalló que 4722 personas fueron secuestradas y se pagaron 2570 millones de nairas (unos 1,7 millones de dólares) a los secuestradores como rescate entre julio de 2024 y junio de 2025.
Estas estadísticas reflejan tanto los retos del pasado como un fracaso persistente: a pesar de que Nigeria ha respaldado la Declaración sobre Escuelas Seguras, las protecciones prometidas sobre el papel no han llegado a muchas de sus escuelas más vulnerables.
Los expertos y analistas afirman que estos incidentes reflejan un patrón más amplio: las bandas criminales y los insurgentes consideran cada vez más a los escolares como objetivos de gran valor.
Este aumento pone de relieve una cruda realidad: las instituciones educativas, especialmente en las zonas rurales y mal vigiladas, ya no son refugios seguros. Son objetivos estratégicos.
«Esto se ha convertido ahora en un debate nacional e internacional, lo que da muy mala fama a Nigeria», afirmó el coronel Abdullahi Gwandu, experto en conflictos, en una entrevista con IPS.
Gwandu criticó la incapacidad del gobierno para anticipar este tipo de ataques y la escasa competencia de las fuerzas de seguridad, lo que ha sumido en el caos no solo a la educación, sino a todos los ámbitos de la nación.
Trauma, confianza y retirada
A raíz del secuestro de Kebbi, el miedo se extendió por todas las comunidades. Inseguros de la seguridad de sus hijos, los padres de Maga y las zonas cercanas se apresuraron a retirar a sus hijas de las escuelas, mientras los líderes comunitarios respondieron con dolor y oraciones.
El gobernante tradicional de la urbe anunció una reunión especial de oración, pidiendo a Dios que trajera a las niñas a casa sanas y salvas.
Habibat Muhammad, defensora de la juventud, dijo a IPS que le preocupaba que estas tendencias pusieran en peligro la educación de las niñas.
«Cuando se educa a una niña, se educa a una nación, pero ¿cómo se educa a una nación cuando las niñas que deberían estar sentadas en clase son sacadas de sus residencias por personas que han aprendido a explotar la negligencia del gobierno?», remarco.
Subrayó que muchas escuelas rurales para niñas carecen de infraestructuras de seguridad básicas: guardias capacitados, vallas perimetrales, sistemas de alerta temprana e iluminación adecuada.
Criticó que esta ausencia de protección contrasta fuertemente con la seguridad por capas que se brinda a los funcionarios públicos o a las instituciones financieras.
«La educación debe tratarse como una prioridad nacional, no como un objetivo fácil», insistió.
Por qué el Estado parece incapaz de detener los ataques
Los expertos en seguridad y las voces de la comunidad coinciden en que el ataque de Kebbi puso de manifiesto importantes fallos sistémicos.
El coronel Gwandu describió el incidente como un claro recordatorio de lo frágil que se ha vuelto la seguridad de las escuelas rurales.
Señaló que el asesinato deliberado de un agente de seguridad escolar en el ataque en Maga indica un cambio de táctica: los atacantes ahora tienen como objetivo a las figuras de autoridad, además de a los estudiantes.
Por ello, destacó la urgente necesidad de una estrategia más basada en la inteligencia e instó al ejército a tomar medidas más firmes.
«La militar División Noroeste, con sede en la ciudad de Sokoto, debería recibir plena autoridad y recursos para responder de forma rápida y agresiva, combinando la inteligencia humana con la inteligencia artificial para rastrear a los bandidos y sus informantes, al tiempo que se aborda la pobreza y la mala educación para reducir el reclutamiento de delincuentes», afirmó Gwandu.
Más allá de la seguridad inmediata, argumentó, el gobierno debe abordar las causas fundamentales: la pobreza, la falta de educación y el desempleo juvenil generalizado hacen que el bandolerismo y los secuestros resulten más atractivos para los jóvenes marginados.
El coste más allá del secuestro
El pedagogo Shadi Sabeh, vicepresidente de la Iconic University, sostiene que cerrar estas heridas debe ser fundamental para la estrategia de recuperación de Nigeria.
«Tenemos que estar ahí para nuestros hijos. La orientación y el asesoramiento están prácticamente ausentes en nuestro sistema educativo», dijo.
Abogó por planes de estudios que tengan en cuenta los traumas, grupos de apoyo entre compañeros, formación en valentía y servicios de salud mental sostenidos dentro de las escuelas para ayudar a los estudiantes a afrontar la situación, sanar y recuperar su futuro. Esto pone de relieve la necesidad de mantener a los jóvenes productivos.
«Un hombre hambriento es un hombre enfadado y una mano ociosa es el taller del diablo», alertó.
Jeariogbe Islamiyyah Adedoyin, vicepresidenta de la Facultad de Ciencias Físicas, añadió una petición más personal.
«Ningún niño debería tener que pasar por algo así solo para recibir una educación. Nuestras niñas merecen aprender sin miedo», dijo, porque «cuando las escuelas ya no son seguras, el futuro de la nación está en peligro».
Por qué lo que hace el gobierno no es suficiente
En respuesta a la crisis, las autoridades han puesto en marcha medidas tanto inmediatas como a largo plazo.
Las respuestas a corto plazo incluyen el despliegue de tropas en regiones de alto riesgo como los estados de Kebbi y Níger, operaciones de búsqueda y rescate en las que participan el ejército, la policía y vigilantes locales, el cierre de algunas escuelas consideradas vulnerables y la condena pública por parte de líderes religiosos y políticos.
Sin embargo, los altos niveles de pobreza, desempleo y analfabetismo, así como la falta de atención parental, hacen que los jóvenes marginados sean vulnerables al reclutamiento por parte de grupos armados y frustran estos esfuerzos.
El experto jurídico Waliu Olaitan Wahab dijo a IPS que las raíces de la inseguridad en el norte de Nigeria son mucho más profundas que las actividades de Boko Haram, los pastores o las bandas de bandidos.
Describió la crisis como multifacética y argumentó que décadas de abandono por parte de las élites del norte han creado un sistema en el que millones de niños crecen sin apoyo, oportunidades ni protección, lo que los convierte en blancos fáciles para el reclutamiento.
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