Aldeas de Tanzania afectadas por la sequía encaran la cruda realidad del cambio climático

Un residente de Bahi, en la región de Dodoma, en el centro de Tanzania, adopta el riego por goteo para cultivar hortalizas como parte de un programa de adaptación al cambio climático en los asentamientos rurales del país. Imagen: Zuberi Mussa

DAR ES SALAAM – El polvo ya se arremolinaba cuando Asherly William Hogo se levantó de su cama precaria cama antes del amanecer. El pastor de 62 años, delgado por haber pasado toda su vida caminando por las llanuras tanzanas, se calzó las sandalias y salió al exterior. Las estrellas brillaban aún,  pero el aire era más cálido de lo habitual, aseguró Hogo. Silbó para llamar a sus vacas. Hace años, a esta hora tenía que emprender una ardua caminata hasta abrevaderos lejanos.

«A veces solo encontrábamos barro», recordó Hogo.

Ahora, su rebaño bebe de un pozo alimentado con energía solar que zumba silenciosamente detrás de su  aldea, Ng’ambi. Cerca de allí, un embalse alimentado por la lluvia brilla débilmente bajo la luz de la luna.

«Ahora no tenemos que ir tan lejos como antes», dijo.

Este cambio forma parte de una iniciativa del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) que está reescribiendo la historia de la supervivencia en la región de Dodoma, afectada por una recurrente sequía, en el centro de Tanzania.

El proyecto también ofrece un potente mensaje a los negociadores mundiales que ya se preparan para participar en la 30 Conferencia de las Partes (COP30) en la ciudad amazónica de Belém, en el norte de Brasi, que tendrá lugar en noviembre.

Ese mensaje es que la justicia climática no es un eslogan abstracto. Es un abrevadero lleno cerca de casa, un árbol que da sombra al patio de una escuela y una colmena que zumba con posibilidades.

Una tierra de extremos

El paisaje de Dodoma es un mosaico de frágiles acacias y suelo azotado por el viento. Las sequías no son nuevas aquí, pero los aldeanos dicen que se han vuelto más severas y menos predecibles. La Agencia Meteorológica de Tanzania informa que las precipitaciones en la meseta central han disminuido en 20 % en las últimas dos décadas. Cuando llueve, a menudo lo hace en forma de violentas ráfagas que arrasan los barrancos y arrastran la capa superior del suelo.

En abril, los pastos resecos se convirtieron en yesca y los cadáveres de ganado cubrieron las llanuras. Luego vino el diluvio: las inundaciones repentinas anegaron los campos, destruyeron hogares y contaminaron las fuentes de agua.

«Este año es la mayor llamada de atención que hemos visto en Tanzania en cuanto a lo que el cambio climático está haciendo a las familias rurales», afirmó Oscar Ivanova, enlace para África de la Red Global de Adaptación. «Necesitamos actuar rápidamente en materia de mitigación y adaptación. De lo contrario, no solo se deteriorará el clima, sino también las propias comunidades», añadió.

Para el vecino de Hogo, Mikidadi Kilindo, un agricultor de 48 años y padre de cinco hijos, la crisis es grave. «La situación da mucho miedo. La sequía mata nuestros cultivos y, cuando llueve, se lo lleva todo», afirmó.

Un técnico inspecciona los paneles solares en Bahi, en la región tanzana de Dodoma. Imagen: Zuberi Mussa

Programa de adaptación

Puesto en marcha en 2018 y financiado por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM) con el apoyo del gobierno de Tanzania, el proyecto de adaptación basada en los ecosistemas para la resiliencia rural, dirigido por el Pnuma, ha ayudado a miles de pequeños agricultores a desarrollar su resiliencia al cambio climático.

Desde su puesta en marcha, el programa ha perforado 15 pozos —12 de ellos alimentados con energía solar— que han llevado agua limpia a más de 35 000 personas.

También ha construido presas de tierra con capacidad para almacenar tres millones de metros cúbicos de agua de lluvia, ha plantado 350 000 árboles para restaurar 9000 hectáreas de bosques y pastizales degradados y ha sometido 38 000 hectáreas a una gestión sostenible de la tierra.

Además,  ha formado a miles de agricultores, en particular mujeres y jóvenes, en técnicas agrícolas resistentes a la sequía y medios de vida alternativos.

«Cuando los aldeanos ya no tienen que pelearse por un único pozo de agua fangosa, se alivian los conflictos y se da esperanza a la gente», afirmó Fredrick Mulinda, coordinador de proyectos del Consejo Nacional de Gestión Ambiental. «La mayoría de los conflictos se han resuelto», añadió.

El agua como justicia

El agua es un recurso importante en Dodoma. Antes, las mujeres recorrían más de cinco kilómetros con bidones en la cabeza. Los niños también faltaban a la escuela para ir a buscar agua.

«Antes, salíamos al amanecer y volvíamos al mediodía», dijo Zainabu Mkindu, que cultiva verduras cerca de un pozo en su aldea. «Estamos muy agradecidos a quienes nos trajeron este proyecto», añadió.

Los pozos funcionan con energía solar, lo que elimina la necesidad de utilizar bombas diésel contaminantes y costosas. Los ingenieros instalaron tuberías subterráneas para proteger las conducciones de agua del vandalismo y la evaporación. Los aldeanos formaron comités para recaudar pequeñas cuotas para el mantenimiento y garantizar la sostenibilidad.

Los embalses restaurados ahora funcionan como microecosistemas, reponiendo las aguas subterráneas, atrayendo aves e incluso sustentando pequeñas piscifactorías.

«Podemos regar sin bombas de combustible y ahora mis hijos comen pescado, algo que nunca habíamos tenido antes», dijo Hogo.

Comunidades sanadoras

Tanzania pierde alrededor de 400 000 hectáreas de bosque cada año, una de las tasas de deforestación más altas de África, ya que los agricultores empobrecidos talan árboles para obtener carbón vegetal y leña, lo que intensifica las sequías y las inundaciones.

El proyecto del Pnuma enseñó a los aldeanos a gestionar viveros y a plantar especies resistentes a la sequía, como baobabs, acacias, mangos y naranjos.

Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.

«Plantamos más árboles para crear sombra y atraer la lluvia. La presa se encenagó por completo porque los agricultores cultivaban demasiado cerca», explicó Paul Kusolwa, quien supervisa la plantación de árboles en la aldea de Bahi.

A nivel mundial, el Pnuma señala que la restauración de los ecosistemas puede proporcionar hasta 30 % de la mitigación climática necesaria para cumplir el objetivo de 1,5 °C del Acuerdo de París sobre cambio climático, del que este año se cumplen 10 años.

Las mujeres al frente

En estas comunidades tradicionalmente patriarcales, las mujeres han estado confinadas durante mucho tiempo a las tareas domésticas. Sin embargo, el proyecto colocó deliberadamente a las mujeres en puestos de liderazgo, en comités de perforación de pozos, grupos de viveros e incluso equipos de salud ganadera.

Mary Masanja, de 34 años, aprendió a construir hornos de ladrillo de bajo consumo, una artesanía que antes estaba reservada a los hombres. «Estoy feliz de ser artesana. A las mujeres ya no se les niegan ciertos trabajos por su género», afirmó.

En Bahi, las mujeres gestionan colmenas y obtienen ingresos de la venta de miel. También dirigen granjas en bloques, rotando parcelas de tomates, cebollas y plátanos resistentes a la sequía. La granja abastece a diferentes mercados en la región de Dodoma.

A pesar de los prometedores proyectos, la incertidumbre se cierne sobre Dodoma, ya que el aumento de las temperaturas —que se prevé que suban entre 0,2 y 1,1 °C para 2050— amenaza los cultivos, el ganado y la seguridad alimentaria. Las condiciones más cálidas favorecen las plagas, las enfermedades y las malas cosechas.

Para los aldeanos como Hogo, las conversaciones de la COP30 pueden parecer lejanas, pero su resultado podría decidir si sus nietos heredan un medio de vida viable.

«No necesitamos promesas», afirmó. «Necesitamos agua, árboles y respeto por nuestros conocimientos», remarcó.

T: MF / ED: EG

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