NUEVA YORK – El descarado ataque de Israel contra el equipo negociador de Hamás en Qatar, mientras deliberaban sobre un nuevo alto el fuego con Israel, plantea serias dudas no solo sobre la legalidad del ataque, que violó las leyes y normas internacionales, y preocupa por la soberanía de Qatar, sino también por las posibles repercusiones regionales e internacionales.
El hecho de que Israel notificara a la administración de Donald Trump su inminente ataque y recibiera luz verde para proceder añade otra dimensión preocupante para todos los que se verán afectados, especialmente los Estados del Golfo.
El ataque de Israel contra Qatar, el martes 9 de septiembre, fue calculado para lograr varios objetivos. En primer lugar, el primer ministro Benjamin Netanyahu no quería un nuevo alto el fuego en un momento en que el ejército israelí está llevando a cabo una importante incursión en la ciudad de Gaza para eliminar a los líderes y combatientes restantes de Hamás.
En segundo lugar, la reunión de los principales líderes de Hamás en un solo lugar le brindó la oportunidad de eliminar a muchos de ellos, algo que no quería dejar pasar.

En tercer lugar, quería enviar un mensaje claro a otros Estados árabes de que no dudaría en emprender acciones audaces contra lo que considera un enemigo existencial, independientemente de dónde residan y de cómo eso pueda afectar a su relación con los países árabes implicados.
En cuarto lugar, quería proyectar a Israel como la potencia dominante en Medio Oriente, si no como la hegemónica, especialmente en este momento en el que Israel disfruta del apoyo casi incondicional de la administración Trump.
En quinto lugar, Netanyahu quería evitar el colapso de su gobierno cumpliendo las exigencias de dos de sus ministros extremistas, que amenazaron con dimitir si detenía la guerra antes de eliminar a Hamás «de la faz de la tierra», por muy noble e inalcanzable que fuera ese objetivo. El ataque en Doha era demasiado tentador como para dejarlo pasar.
Es bastante hipócrita por parte de Netanyahu atacar a Hamás en territorio qatarí, cuando, de hecho, los pagos de ayuda que Qatar ha realizado durante años a la Franja de Gaza a través de Hamás, destinados a pagar los salarios públicos y evitar una crisis humanitaria, fueron aprobados por el propio Netanyahu.
Esos pagos, además, fueron enviados a través de territorio israelí en maletas llenas de dinero en efectivo, todo ello en un esfuerzo por crear una división más amplia con la Autoridad Palestina y evitar el establecimiento de un Estado palestino.
El secretario general de la ONU, António Guterres, condenó el ataque y señaló que Qatar ha desempeñado un papel constructivo en los esfuerzos por garantizar el alto el fuego en Gaza y la liberación de los rehenes retenidos por Hamás.
El presidente francés, Emmanuel Macron, afirmó: «Los ataques israelíes de hoy contra Qatar son inaceptables, sea cual sea el motivo. Expreso mi solidaridad con Qatar y su emir, el jeque Tamim al Thani. Bajo ninguna circunstancia debe extenderse la guerra por toda la región».
Las repercusiones negativas del ataque de Israel reafirmarán la opinión internacional predominante de que Israel es un Estado rebelde que ignora descaradamente las normas internacionales de conducta y cree que puede hacerlo con total impunidad. Sin embargo, llegará un momento en que Israel tendrá que rendir cuentas por sus fechorías.
El ataque tensó aún más la relación entre Israel y Egipto, en particular, porque este último ha participado y sigue participando en las negociaciones para el alto el fuego.
Además, el ataque sin duda ha perjudicado aún más las posibilidades de normalizar las relaciones con otros Estados árabes del Golfo, a pesar de que tanto Netanyahu como Trump querían ampliar los Acuerdos de Abraham, de normalización de relaciones diplomáticas y algunos Estados árabes.
Los Estados del Golfo están ahora preocupados por el compromiso de Estados Unidos con su seguridad, dado que la administración Trump permitió que un aliado cercano, Israel, atacara a otro aliado, especialmente teniendo en cuenta que Qatar alberga la mayor base militar estadounidense de la región.
Según la cadena internacional de televisón catarí Al Jazeera, el jeque Mohammed bin Abdulrahman al-Thani condenó el martes el ataque contra Doha, calificándolo de «terrorismo de Estado» supuestamente autorizado por el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.
Afirmó que el ataque exigía una respuesta regional firme y advirtió de que Qatar defendería su territorio, reservándose el derecho a tomar represalias y a adoptar todas las medidas necesarias.
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Sin duda, el peligro de todos estos acontecimientos trasciende la guerra entre Israel y Hamás y la perspectiva de un nuevo alto el fuego. Los habituales asesinatos de sus enemigos por parte de Israel, independientemente de su país de residencia, plantean una seria pregunta sobre hasta dónde llegará Israel, con el apoyo de la administración Trump, en la violación de las normas y leyes internacionales de conducta con presunta impunidad.
De hecho, más allá de la luz verde que Trump dio a Netanyahu para atacar a los líderes de Hamás en Doha, su apoyo inquebrantable a la guerra genocida de Netanyahu en Gaza es profundamente preocupante para muchos países de todo el mundo.
Ahora ven a Estados Unidos, que ha liderado y preservado el orden mundial tras la Segunda Guerra Mundial, como un país que ha perdido el rumbo y supone un peligro extraordinario para la estabilidad mundial.
Sin el consentimiento de Estados Unidos, Netanyahu no se habría atrevido a atacar a ninguno de los enemigos de Israel en la región, ya sea Líbano, Irán, Yemen, Siria y ahora Qatar. Consideran que Estados Unidos es el culpable y están muy preocupados por lo que pueda suceder a continuación.
Nada de esto es un buen augurio ni para Israel ni para Estados Unidos, porque, tarde o temprano, estas acciones sembrarán consecuencias que ninguna de las dos naciones podrá ignorar y que volverán para atormentarlas de una manera muy real.
Alon Ben-Meir es profesor retirado de Relaciones Internacionales, y su última experiencia en el campo docente la ejerció en el Centro de Asuntos Globales de la Universidad de Nueva York. A lo largo de su carrera, se ha especializado en impartir cursos sobre la negociación internacional y estudios de Medio Oriente.
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