PORTLAND, Estados Unidos – Cada vez es más evidente que el planeta Tierra está evolucionando hacia el planeta de los ancianos. En casi todos los países del mundo, el número y el porcentaje de ancianos, definidos comúnmente como personas de 65 años o más, han aumentado rápidamente.
En consecuencia, los ancianos han ocupado cargos en oficinas e instituciones y han hecho valer sus demandas y aspiraciones. Como resultado de estos cambios, se han formado gerontocracias que dictan políticas, programas y gastos, a menudo sin representar verdaderamente a sus poblaciones.
En 1950, los ancianos representaban solo 5 % de la población mundial, con un total de 128 millones. Hoy, la proporción se ha duplicado: ahora constituyen 10% de la población mundial, unos 854 millones de personas. Desde 1950, ¡la población anciana se ha multiplicado casi por siete!
En 2000, solo tres países, Italia, Japón y Mónaco, tenían más ancianos que niños menores de 18 años. Sin embargo, para 2025, esta histórica inversión se ha extendido a aproximadamente 45 países y territorios. Por ejemplo, en Italia, el porcentaje de ancianos frente a los niños era de 25 % frente a 15 %. Japón muestra una inversión demográfica aún mayor, con 30% de ancianos y 14 % de niños menores de 18 años.
Se proyecta que para 2050, los ancianos constituirán 17 % de la población mundial. Para 2080, se espera que las personas de 65 años y más superen en número a los niños menores de 18, reflejando así el creciente ascenso del planeta de los ancianos.
Además, hacia finales del siglo XXI, casi una de cada cuatro personas en el planeta, cerca de 2500 millones de habitantes, será parte de la población anciana.
En muchos países, incluidos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, las proporciones serán incluso mayores para finales de siglo. Por ejemplo, se prevé que en 2100 la proporción de ancianos sea de 34% en Francia y Gran Bretaña, y de 41 % en China (Imagen 1).

En 2025, países como Finlandia, Alemania, Grecia, Italia, Japón y Portugal tendrán aproximadamente una cuarta parte de sus poblaciones compuestas por ancianos. Se estima que esa proporción crecerá a alrededor de un tercio para 2050.
Con el aumento de los ancianos, muchos países en el planeta se están transformando en gerontocracias.
Las gerontocracias suelen tener políticas desconectadas de las necesidades de las generaciones jóvenes. Estas sociedades pueden derivar en estancamiento legislativo y en el afianzamiento de sistemas políticos alejados de los cambios sociales.
Los líderes ancianos tienden a centrarse en cuestiones que afectan principalmente a su grupo etario, lo que genera sistemas políticos que pasan por alto las necesidades de la mayoría. Por ejemplo, gastan menos en bienestar infantil y más en beneficios para personas mayores, marginando los intereses de los jóvenes.
Estos sistemas también son menos propensos a abordar problemas de largo plazo, como el cambio climático, la inseguridad alimentaria, la degradación ambiental, la pérdida de biodiversidad y la contaminación. Asimismo, pueden sofocar la innovación, reducir la investigación científica y crear barreras para que jóvenes investigadores avancen en sus carreras.
Además de ser más numerosos, los ancianos hoy viven más que en cualquier otro momento de la historia humana. En 1950, la esperanza de vida global a los 65 años era de 11 años para los hombres y 12 para las mujeres.
En 2025, esas cifras aumentaron a 16 años para los hombres y 19 para las mujeres. Se proyecta que hacia finales del siglo XXI, los ancianos vivan en promedio 21 años más en el caso de los hombres y 23 años en el de las mujeres.
Aun con este crecimiento, la gran mayoría de la población mundial, alrededor de 90%, es decir, 7,4 mil millones de personas, no forma parte del grupo anciano. La edad mediana mundial en 2025 es de 31 años, con unos cuatro mil millones de hombres, mujeres y niños.
En contraste, muchos líderes mundiales sí pertenecen al grupo de los ancianos. La mayoría de estos líderes tiene más del doble de la edad mediana de sus poblaciones y son varias décadas mayores que la mayoría de sus ciudadanos (Tabla 1).

Además, crece el número de jefes de gobierno ancianos, muchos de ellos con más de 70 años.
En 2025, las mujeres ocupaban la jefatura de Estado o de Gobierno en 27 países, alrededor de 14% del total. Los hombres dominaban el parlamento y los gabinetes ministeriales, con 73% y 77%, respectivamente.
Entre los problemas potenciales de tener líderes ancianos figuran los riesgos de deterioro cognitivo, menor flexibilidad mental, planificación estratégica ineficaz, resistencia a nuevas ideas, problemas de salud (a menudo ocultos), menores niveles de energía y un enfoque en políticas que benefician principalmente a los mayores.
Una consideración particularmente preocupante entre los ancianos, especialmente en el caso de líderes estatales, es la demencia.
El riesgo de desarrollar demencia se duplica aproximadamente cada cinco años después de los 65. En algunos países, como Estados Unidos, investigadores estiman que 42% de la población mayor de 55 años podría desarrollar demencia en algún momento.
Los líderes ancianos probablemente enfrentan un riesgo aún más alto debido a su edad avanzada, la naturaleza estresante de sus funciones y las presiones sostenidas. Estudios sobre envejecimiento y liderazgo político sugieren que una proporción significativa de dirigentes mayores de 65 años presenta funciones ejecutivas deterioradas, lo que afecta la toma de decisiones complejas, el pensamiento flexible y el control de impulsos.
A esto se suma que los líderes ancianos suelen buscar dejar un legado duradero. Al acercarse al final de sus mandatos y de sus vidas, procuran establecer sistemas, capacidades y estrategias que reflejen su gestión mucho después de su partida.
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Una herramienta poderosa en manos de los ancianos es el voto. Mientras que ellos, sin importar la edad, pueden sufragar, los jóvenes, generalmente menores de 18 años, no tienen derecho al voto.
Los ancianos, además, suelen participar más en elecciones que los jóvenes, quienes están ocupados trabajando u otras actividades. Suelen ser más conservadores, favorecer el statu quo y preocuparse más por temas económicos vinculados a la jubilación y la atención sanitaria.
Como resultado del aumento de la población anciana, muchos países enfrentan problemas financieros para sostener los programas de jubilación. Se han propuesto soluciones como aumentar impuestos, retrasar la edad de retiro o limitar beneficios jubilatorios.
Sin embargo, pese a vivir más tiempo, los ancianos se oponen a elevar la edad oficial de jubilación, reducir beneficios o aumentar impuestos a las personas mayores. Cada vez más protestan, resisten y exigen que nada cambie.
Al mismo tiempo, les preocupa la disminución de trabajadores activos que financian sus beneficios de salud y retiro. Como respuesta, han adoptado políticas pronatalistas, promovido valores familiares tradicionales y enfatizado el patriotismo para elevar tasas de natalidad que han caído por debajo del nivel de reemplazo en más de la mitad de los países y territorios del mundo. No obstante, estos esfuerzos aún no logran revertir la tendencia.
Con sus crecientes números, mayores proporciones, el aumento de líderes ancianos y la consolidación de gerontocracias que influyen en políticas, programas y presupuestos, la Tierra está presenciando el ascenso del planeta de los ancianos.
Joseph Chamie es demógrafo y consultor, exdirector de la División de Población de las Naciones Unidas y autor de numerosas publicaciones sobre temas de población, incluido su libro más reciente: “Niveles de población, tendencias y diferenciales”.
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