JAMBIANI, Tanzania – Al amanecer, en una de las playas de arena blanca de Jambiani, Saada Juma, de 45 años, se enfrenta a la fuerza de la marea mientras manipula cuerdas cargadas de algas marinas. Sus manos, endurecidas por décadas de trabajo, se mueven instintivamente mientras asegura su cultivo acuático, en Zanzíbar, un archipiélago y región autónoma de Tanzania, en la costa oriental de África.
“Llevo cultivando algas desde que era adolescente”, cuenta a IPS, entrecerrando los ojos bajo el sol de la mañana. “Este océano es nuestra vida. Pero para nosotras, las mujeres, siempre ha sido una lucha para ser vistas, para ser escuchadas”, añade en una playa de Jambiani, un pueblo de pescadores y centro del cultivo de algas en el sureste de la isla zanzibarí, en el océano Índico.
Juma es una de las miles de mujeres de Zanzíbar que sostienen la economía marina de la isla a través del cultivo de algas, la pesca artesanal, el ecoturismo y la conservación.
Su trabajo constituye la base de la economía azul de Zanzíbar, la región conformada por las islas de Zanzíbar y Pemba. Se trata de un modelo que aprovecha los recursos marinos para el desarrollo sostenible, aunque muchas mujeres afirman que el sistema sigue favoreciendo de manera desproporcionada a los hombres.
Mares cambiantes, inequidades persistentes
El cultivo de algas se convirtió en una fuente importante de ingresos en Zanzíbar en la década de los 90, especialmente para las mujeres. Sin embargo, el cambio climático está alterando la dinámica de este medio de vida antes confiable.
“Empecé a cultivar algas porque mi madre lo hacía. Ahora mis hijas también lo hacen”, dice Mwantumu Suleiman, de 52 años, otra productora de algas en Jambiani. “Pero seguimos estancadas en el mismo lugar. El mar ha cambiado y no nos han ayudado a cambiar con él”, se lamenta.
El calentamiento de las aguas y las fuertes mareas hacen que el cultivo en aguas poco profundas sea cada vez menos viable. Pero aventurarse mar adentro supone serios riesgos.
“La mayoría no sabemos nadar y, aunque lo supiéramos, no tenemos equipo de buceo”, explica Suleiman. “Así que pagamos a jóvenes para que vayan por nosotras, si tenemos dinero. Si no, simplemente perdemos la cosecha”, detalla.
Herramientas, formación y la brecha de género
En la costa de Jambiani, Juma avanza con el agua hasta los tobillos mientras examina una cuerda rota de algas. Está exasperada.
“Estas herramientas no están hechas para nosotras”, dice, mostrando la cuerda deshilachada. “Son baratas, se rompen fácilmente y no tenemos dónde almacenar o secar la cosecha. Necesitamos mejores equipos”, asegura.
Para mujeres como Juma, el trabajo va más allá de la supervivencia: es un camino hacia la independencia. Sin embargo, el acceso limitado a servicios financieros, la mala infraestructura y la falta de formación les han impedido aprovechar plenamente los beneficios.
“Las productoras de algas ganamos lo menos en la cadena, aunque somos quienes hacemos el trabajo más duro”, afirma. “Queremos hacer más: fabricar cremas, jabones, bebidas, pero nadie nos capacita”, reconoce.
Un plan para un crecimiento inclusivo en materia de género
Para abordar estos desequilibrios, el gobierno de Zanzíbar, con apoyo de ONU Mujeres y Noruega, lanzó en 2022 la Estrategia y Plan de Acción de Género de la Economía Azul. La iniciativa es la primera en la región destinada a integrar la equidad de género en la política marina.
“Las mujeres no son solo participantes, son líderes en estos sectores”, dice Asha Ali, asesora de género que ayudó a redactar la estrategia. “Pero el liderazgo requiere oportunidades, formación y reconocimiento, todo lo cual ha sido escaso”, agrega
El plan prevé reformas específicas, como programas de formación, acceso al crédito y la asignación de parcelas marinas a mujeres.
De las mareas a las mesas de decisión
Algunas mujeres ya están impulsando reformas desde dentro. Amina Salim, de 40 años, lidera una cooperativa de productoras de algas en Zanzíbar y se ha convertido en una defensora activa de los derechos de las mujeres en las economías marinas.
“He estado en aulas polvorientas y oficinas gubernamentales para contar nuestra historia”, dice. “No se trata solo de algas. Se trata de supervivencia. Estamos alimentando a nuestras familias, educando a nuestros hijos, y merecemos un mejor trato”, detalla.
Bajo su liderazgo, las mujeres han presentado peticiones a las autoridades locales, asegurado oportunidades de formación y comenzado a participar en procesos de formulación de políticas.
“Hemos avanzado mucho”, agrega Salim. «Hace cinco años no teníamos voz. Hoy, el gobierno nos escucha. Han prometido zonas de cultivo designadas y mejores herramientas. Ahora queremos acción”, dice.
Un sector bajo presión
La economía azul de Zanzíbar representa casi 30 % del producto interno bruto (PIB) de las islas y da empleo a un tercio de su población de unos 215 000 habitantes. Sin embargo, expertos advierten que la sostenibilidad del sector está amenazada por la desigualdad de género y la degradación ambiental.
“Las mujeres han sido marginadas en las industrias marinas durante décadas”, dice la economista marina Nasra Bakari, de la Universidad Estatal de Zanzíbar. “Si las empoderamos, a través de formación, equipos y acceso a los mercados, se beneficia toda la economía”, aduce.
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Bakari señala que proyectos comunitarios de conservación liderados por mujeres, como la restauración de arrecifes de coral y el ecoturismo, ofrecen un gran potencial para el desarrollo sostenible.
“No lo olvidemos: las mujeres conocen el océano. Han trabajado en estas costas más tiempo que la mayoría. Solo tenemos que encontrarlas a mitad de camino”, explica.
Trazando un camino resiliente al clima
En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos 2025, celebrada en la ciudad francesa de Niza, Tanzania utilizó la plataforma global para promover los alimentos acuáticos como solución contra el hambre, la resiliencia climática y el crecimiento sostenible.
“Nuestra supervivencia está íntimamente ligada al océano. Nos alimenta, da empleo a nuestra gente y contiene la promesa de sacar de la pobreza a millones”, dijo el ministro de Economía Azul y Pesca de Zanzíbar, Shaaban Ali Othman, en un panel de alto nivel.
Othman destacó la necesidad urgente de gestionar responsablemente los recursos marinos y detalló cómo la política de economía azul de Zanzíbar ha priorizado la equidad de género y la adaptación climática.
“Las comunidades de Zanzíbar y de la costa tanzana han pescado durante generaciones, pero ahora debemos garantizar que esas prácticas no sean solo tradicionales, sino también sostenibles e inclusivas”, afirmó.
También subrayó la importancia del valor agregado y de la infraestructura de cadena de frío, señalando que las pérdidas postcosecha siguen siendo un gran desafío.
“Estamos implementando centros de formación en alimentos acuáticos para que los jóvenes adquieran y apliquen habilidades de acuicultura climáticamente inteligente, como la cría en estanques sostenibles y técnicas de alimentación con bajas emisiones de carbono”, explicó. “Así es como pasamos del potencial a la prosperidad”, agregó.
Ampliando el horizonte azul
En paralelo, la Iniciativa de Planificación Espacial Marina (PEM) de Zanzíbar, apoyada por Noruega, está mapeando zonas marinas para turismo, transporte marítimo, conservación y pesca. El objetivo es evitar conflictos por los recursos y garantizar la protección ambiental.
“Es como un plan de uso del suelo marino”, dice Omar Abdalla, coordinador de la PEM. “Queremos evitar conflictos y proteger las áreas sensibles antes de que se dañen”, explica.
Aun así, generar confianza sigue siendo un reto.
“Estos mapas se hacen en oficinas con computadoras”, dice Salim Juma, buzo de pepinos de mar. “Deberían venir bajo el agua con nosotras. Ver lo que realmente está pasando”, considera.
Abdalla reconoce la tensión. “Estamos tratando de combinar la ciencia y el conocimiento tradicional. No es fácil. Pero estamos aprendiendo”, argumenta.
Innovación en algas y oportunidades de inversión
En Paje, una localidad de Unguja, como también se conoce a la isla de Zanzíbar, un grupo de 300 mujeres que están probando nuevas técnicas de cultivo de algas con balsas flotantes adaptadas a aguas más profundas.
“Antes no sabíamos qué hacer. Pero ahora asistimos a capacitaciones. Conocemos el cambio climático”, dice Mariam Hamad, lideresa de la cooperativa que han conformado. “No somos solo agricultoras. Somos científicas en el agua”, añde.
El grupo también produce jabones y cosméticos a base de algas, lo que ha incrementado sus ingresos y autonomía.
“Ahora ganamos más”, asegura Hamad. “Algunas podemos enviar a los hijos a la escuela o construir mejores casas”, dice orgullosa.
No obstante, persiste el riesgo de dependencia de los donantes. “Si se acaba el apoyo, volveremos a tener dificultades”, advierte.
Para cubrir las brechas financieras, Zanzíbar planea lanzar un Foro de Inversión en Economía Azul y una Incubadora de Economía Azul para conectar emprendedores con inversores éticos. Pero aún hay obstáculos.
“Los bancos no entienden las empresas emergentes azules”, dice Imani Kombo, una joven emprendedora de ecoturismo de 29 años. “Necesitamos capital paciente que vea más allá del beneficio inmediato”, cuenta.
Un llamado a una sostenibilidad inclusiva
De regreso en Jambiani, Juma ata su última línea de algas para secar, con la vista puesta en el mar.
“Hemos tenido paciencia con las promesas”, dice, «ahora necesitamos resultados”.
Sueña con construir una pequeña fábrica para procesar algas en cosméticos y productos de salud. “Queremos controlar toda la cadena de valor, desde el mar hasta la estantería”, agrega.
A medida que Zanzíbar avanza en su agenda de economía azul, el llamado de las mujeres es claro: el mar puede sostener la vida, pero sin equidad e inclusión, la promesa de prosperidad seguirá fuera de alcance.
T: GM / ED: EG