BULAWAYO, Zimbabue – Mi familia perdió seis cabezas de ganado durante la devastadora sequía provocada por El Niño que azotó Zimbabue en 2024. La pérdida fue tan emocional como económica. La culpa me carcomía.
La sequía no era nada nuevo: los últimos tres años habían dejado dolorosamente claro que necesitaba complementar la alimentación de las vacas y transportar agua desde kilómetros de distancia solo para mantenerlas con vida. Pero estaba librando una batalla perdida, tratando desesperadamente de mantener con vida a animales demacrados y esqueléticos.
Finalmente, tuve que aceptar lo inevitable: el cambio climático había matado a nuestro rebaño y yo había sido cómplice de su sufrimiento.
¿He superado lo sucedido? En realidad, no. Al principio, me dije a mí mismo que mi angustia era una reacción exagerada. Al fin y al cabo, innumerables granjeros habían perdido cientos de cabezas de ganado y habían visto cómo sus cosechas se marchitaban hasta desaparecer.
Habían sufrido más y perdido más que yo. El estrés, razonaba, era simplemente parte del trabajo.
Los periodistas informan sobre el cambio climático sin verse afectados personalmente, o eso creía yo. Estaba equivocado.
El cambio climático no solo destruye paisajes y medios de vida, sino que también afecta psicológicamente a los periodistas que, como yo, destacan sus calamidades.

Un estudio pionero de Antony Feinstein, psicólogo de la canadiense Universidad de Toronto, revela una crisis oculta: los periodistas que cubren la crisis climática están sufriendo profundas consecuencias emocionales y mentales.
La investigación, presentada durante un debate organizado por la Oxford Climate Journalism Network (la Red de Periodismo Climático de Oxford, OCJN en inglés), encuestó a 268 periodistas de 90 países de África, Asia, Europa y América.
Los resultados son impactantes y me han llamado la atención. El 40 % de los periodistas afirmaron sufrir depresión, mientras que uno de cada cinco mostraba síntomas de trastorno por estrés postraumático, a menudo relacionado con el «daño moral»» de ser testigo de la destrucción del medioambiente.
Más de la mitad (55 %) de los periodistas afirmaron carecer de acceso a apoyo psicológico, y 16 % se había tomado tiempo libre en el trabajo por motivos de salud mental como consecuencia de cubrir la información sobre el cambio climático.
Las cifras son aún más alarmantes: casi la mitad de los periodistas encuestados declararon sufrir ansiedad moderada o grave (48 %) y depresión (42 %). Alrededor de 22 % mostraban síntomas evidentes de trastorno por estrés postraumáttico.
Peor aún, 30 % se había visto directamente afectado por el cambio climático, habiendo perdido familiares, amigos o sus hogares a causa de la crisis. Yo me incluyo en esa estadística. Puede que no haya perdido a ningún familiar, amigo o mi hogar, pero si el ganado forma parte de mi vida, me he visto afectado.
Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.
Como periodista que informa sobre el cambio climático en Zimbabue, uno de los países más vulnerables del mundo, estos hallazgos me tocan de cerca. Han puesto de manifiesto una fragilidad que durante mucho tiempo había descartado como parte del trabajo.
Los periodistas necesitan apoyo psicológico.
El estigma sobre la salud mental está muy arraigado y ¿cómo les digo a mis amigos y familiares que no estoy bien al informar sobre los efectos de las sequías, peor aún, que he sido testigo de la pérdida de seis cabezas de ganado porque no pude salvarlas cuando la sequía arrasó los pastos y secó las reservas de agua?
¿Y qué? Los acontecimientos negativos son normales y sentirse mal también lo es, supongo. Tenía una pregunta que no me dejaba tranquilo. ¿Acaso no puedo sentirme perturbado por la muerte del ganado y por escuchar los relatos desesperados de los granjeros sobre cómo el cambio climático ha trastornado sus vidas?
Estaba deprimido, triste y culpable. No podía hacer nada para evitar la muerte del ganado ni para calmar a los granjeros que sufrían. El trauma de cubrir una catástrofe tras otra es paralizante. Los periodistas que informan sobre el cambio climático son testigos de una crisis global de nuestro tiempo y necesitan apoyo para transmitir las noticias sin sacrificar su salud mental.
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Ser testigo de acontecimientos trágicos supone una pesada carga para los periodistas que informan sobre ellos. Recuerdo cuando cubrí una información sobre el impacto de la sequía en los ganaderos de Matabeleland, una provincia del norte de Zimbabue, donde los granjeros compartían su maíz, su alimento básico, con sus vacas para mantenerlas con vida.
Muchos perdieron más, algunos tres, cinco y seis cabezas de ganado, pero no se rindieron, aunque la desesperación se reflejaba en sus rostros. Me quedé impactado y paralizado al escuchar sus tristes relatos, pero tenía que publicar la información. Me sentí desesperado.
Sacar una «buena» historia sobre experiencias malas significa que tengo que tomar la difícil decisión de dejar a un lado mis sentimientos y hacer mi trabajo.
No he reconocido la carga mental que supone presenciar el trauma de cubrir desastres, pero se supone que los periodistas son resistentes a las noticias perturbadoras y siguen adelante.
Sin embargo, no es así. He sufrido depresión al pensar en cómo la gente se recupera de las pérdidas personales cuando se produce el cambio climático. Es una película de terror que se reproduce continuamente en mi mente mientras trabajo.
Los periodistas se beneficiarían de un programa de apoyo integral que les ayudara a alejarse de la presión de ser testigos de acontecimientos catastróficos. El trauma es incomprensible; no hay justificación para sufrir en silencio, especialmente cuando el estrés mental no se habla en público, sino que se soporta en privado. Como periodista, he sido víctima.
¿Cómo separo mi mente y mis emociones de las tristes historias que cubro? No tengo una respuesta. Estoy convencido de que los periodistas deben contar las historias del cambio climático, pero no se les debe obligar a vivir la realidad, aunque eso sea casi imposible. Muchos como yo vivimos las historias que contamos con profundas cicatrices de fatiga mental y arrepentimiento.
Creo que las redacciones de los medios pueden ofrecer apoyo para preparar a los periodistas para que tengan la agilidad mental necesaria para informar sobre las crisis sin sufrir el estrés de hacerlo. Además, los efectos del cambio climático, que es la historia que definirá este siglo, nos afectan a todos. Quienes lo dicen están en primera línea de la agitación, la angustia y la desesperanza.
La crisis climática no solo está destruyendo los ecosistemas y las formas de vida, sino también a los periodistas que cuentan esas historias.
T: MF / ED: EG