NACIONES UNIDAS – Las crecientes amenazas nucleares sobre Europa y Asia oriental son cada vez más preocupantes, en particular en el actual conflicto militar entre Rusia y Ucrania y en la confrontación política entre el Norte y el Sur en la península de Corea.
El nombramiento este mes de un grupo de científicos de 21 miembros, tras una resolución de la Asamblea General, se ha descrito como «una respuesta a un entorno global en el que el riesgo de una guerra nuclear es mayor que en cualquier otro momento desde el apogeo de la Guerra Fría».
La medida se produce antes del 80 aniversario, a principios de agosto, de los devastadores bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, que se cobraron la vida de entre 150 000 y 246 000 personas, en su mayoría civiles, y que siguen siendo el único uso de armas nucleares en un conflicto armado.
Como advirtió el secretario general de la ONU, António Guterres, el 22 de julio: «Las armas nucleares se utilizan como herramientas de coerción y los arsenales nucleares se están modernizando. Una carrera armamentística nuclear vuelve a ser una posibilidad muy real. Las barreras contra la devastación nuclear se están erosionando».
Una advertencia más contundente, en el contexto actual, podría provenir del nuevo «Grupo Científico sobre los Efectos de la Guerra Nuclear».
Guterres había anunciado el 17 de julio el nombramiento de «un grupo científico independiente de expertos encargado de examinar los efectos físicos y las consecuencias sociales de una guerra nuclear a escala local, regional y planetaria en los días, semanas y décadas posteriores a una (futura) guerra nuclear».
El grupo tiene como misión el estudiar el posible impacto de una guerra nuclear en todos los ámbitos, desde la salud pública hasta los ecosistemas, la agricultura y los sistemas socioeconómicos globales.
El último estudio transversal de este tipo realizado por las Naciones Unidas se realizó hace casi cuatro décadas, en 1988.
Randy Rydell, exoficial superior de Asuntos Políticos de la Oficina de Asuntos de Desarme de la ONU (1998-2014) y asesor ejecutivo de Alcaldes por la Paz (2014-2025), dijo a IPS que «la Asamblea General merece reconocimiento por crear este panel, una acción que se ajusta perfectamente a los mandatos de su Carta para encargar estudios y deliberar sobre cuestiones de desarme”.
En medio de las nuevas amenazas del uso de tales armas, el aumento vertiginoso de los presupuestos para armas nucleares y la falta de negociaciones para el desarme, afirmó, dicho panel ayudará a educar al público, y con suerte a sus líderes, sobre el alcance total de las terribles consecuencias de cualquier uso de tales armas.
“Espero que esto anime a todas las partes a comprender la necesidad del desarme como la forma más eficaz —de hecho, la única— de eliminar por completo estas amenazas», dijo Rydell.
Añadió que «al esclarecer los efectos de las armas nucleares utilizando las herramientas científicas más recientes, el panel puede ayudar a que el desarme vuelva a ocupar el lugar que le corresponde, una prioridad en las agendas públicas mundiales y nacionales”.
Los miembros del grupo son líderes en sus respectivos campos, en diversas disciplinas científicas, y provienen de todas las regiones del mundo. Buscarán la opinión de una amplia gama de partes interesadas, desde organizaciones internacionales y regionales hasta el Comité Internacional de la Cruz Roja, la sociedad civil y las comunidades afectadas.
El panel del especialistas celebrará su primera reunión en septiembre y presentará un informe final a la Asamblea General en 2027.
Jonathan Granoff, presidente del Instituto de Seguridad Global, dijo a IPS que el despliegue de la capacidad destructiva de las armas nucleares por parte de cualquiera de los nueve Estados -China, Corea del Norte, Estados Unidos, Francia, India, Israel, Pakistán, Reino Unido y Rusia- con estos instrumentos tendría consecuencias tan terribles que nuestra capacidad imaginativa sería enormemente insuficiente.
El enfoque científico del panel podría ayudar a comprender esta realidad, consideró.
«No solo la devastación de la red de la vida humana se vería conmocionada, entrelazada y posiblemente dañada irreparablemente, sino que estaríamos aniquilando millones de otras formas de vida: insectos, plantas, peces, reptiles, mamíferos y aves», dijo Granoff.
Consideró que la arrogancia de tal daño al reino animal para proteger una invención humana, es una arrogancia que rara vez se tiene en cuenta.
Granoff detalló que es esperable que la comprensión científica objetiva de los efectos específicos de estas armas impulse una mayor cooperación en los esfuerzos de las naciones para detener su propagación, detener la actual carrera armamentista, haciendo más probable su uso, y revitalizar los esfuerzos de desarme.
El valor de que más personas, y especialmente los responsables de la toma de decisiones, cuenten con conocimiento empírico fiable, así como una mayor conciencia pública, podría impulsar la reactivación del proceso que redujo los arsenales, en las últimas décadas, analizó el especialista.
Granoff recordó en ese punto los arsenales nucleares pasaron de superar los 70 000 a menos de 13 000, lo que a su juicio evidencia que se puede progresar cuando prevalecen la sensatez, la seguridad y el realismo.
La dimensión científica de las armas nucleares, argumentó, «es comprensiblemente difícil de comprender».
En su informe de 1991, la ONU concluyó que «las armas nucleares representan una forma históricamente nueva de armamento con un potencial destructivo sin precedentes. Una sola arma nuclear de gran tamaño podría liberar una potencia explosiva comparable…».
En 1995, la prestigiosa Comisión de Canberra, convocada por el gobierno de Australia, declaró: «La destructividad de las armas nucleares es inmensa. Cualquier uso sería catastrófico»
Y añadió: «No cabe duda de que, si los pueblos del mundo fueran más conscientes del peligro inherente de las armas nucleares y de las consecuencias de su uso, las rechazarían y no permitirían que sus gobiernos las siguieran poseyendo o adquiriendo en su nombre, ni siquiera por una supuesta necesidad de autodefensa».
El profesor Zia Mian, del Programa de Ciencia y Seguridad Global de la estadounidense Universidad de Princeton, explicó a IPS que, en 2015, ese programa inició un proceso para solicitar una resolución de la Asamblea General de la ONU para un estudio de la ONU sobre los efectos y el impacto humanitario de la guerra nuclear.
En 2023, el Grupo Asesor Científico del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), en su informe a la segunda reunión de los Estados miembros de ese tratado, recomendó un nuevo estudio, encomendado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, sobre las consecuencias de una guerra nuclear.
El Grupo, recordó Mian, sugirió un «estudio científico global sobre los efectos climáticos, ambientales, físicos y sociales en las semanas o décadas posteriores a una guerra nuclear».
Esa investigación debía tener como objetivo el examinar «si las interacciones de estos diferentes efectos físicos, ambientales y sociales a lo largo de diversas escalas temporales podrían tener consecuencias humanitarias en cascada, y de qué manera», recordó Mian, quien también es codirector del Programa de Princeton sobre Ciencia y Seguridad Global y copresidente del Grupo Asesor Científico del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares.
El nuevo grupo de alto nivel establecido ahora tiene la tarea de publicar un informe exhaustivo, formular conclusiones clave e identificar áreas que requieren investigación futura. El informe será examinado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su 82 periodo de sesiones en 2027.
El último estudio transversal de este tipo realizado por las Naciones Unidas se realizó hace casi cuatro décadas, en 1988, titulado como «Estudio sobre los efectos climáticos y otros efectos mundiales de la guerra nuclear».
T: MF / ED: EG