AYETORO, Nigeria – En 2021, Ojajuni Olufunsho, una residente de 53 años de Ayetoro, una mermada urbe con suburbios desperdigados a lo largo de la costa atlántica en el suroeste de Nigeria, vio cómo su hogar fue arrasado por el avance implacable del mar. Lo que alguna vez fue una espaciosa casa de 10 habitaciones, un refugio para Olufunsho y sus cinco hijos, fue devorada por la fuerza incesante de las penetrantes aguas.
Sin un lugar a donde ir, Olufunsho se vio obligada a pedirle a una familia que vivía en un terreno más elevado que acogiera a los suyos. Un pequeño refugio temporal hecho de madera y láminas de aluminio sustituyó las comodidades de su antiguo hogar. Ahora lucha por sobrevivir remendando ropa, ya que su floreciente negocio de costura fue destruido por las aguas.
“Era una gran costurera y también vendía ropa, pero el agua se llevó todo. Mi tienda siempre estaba llena”, relató, mientras las lágrimas rodaban por su rostro al recordar sus pérdidas. La desolación fue lo más común entre los pobladores locales entrevistados por IPS.
La lucha de Ayetoro contra el aumento del nivel del mar -como otros muchos de Ayetoro, mermada de urbe a las dimensiones poblacionales de un pueblo grande- se remonta a principios de los años 2000, pero su impacto ha empeorado con el tiempo. Los residentes afirman que cerca de 90 % del pueblo está ahora sumergido.
Calles, viviendas, escuelas e incluso cementerios han sido devorados por las mareas crecientes, desplazando a miles de personas. Muchos han tenido que mudarse varias veces, buscando terrenos más altos para escapar del avance del agua.
Los edificios que alguna vez representaron la resistencia de la comunidad ahora yacen como cascarones vacíos, víctimas del mar.
“Muchas personas han abandonado el pueblo”, comentó Omoyele Thompson, portavoz de relaciones públicas de Ayetoro, señalando que la población ha disminuido de aproximadamente 30 000 en 2006 a solo 5000 en la actualidad.
“Propiedades valoradas en millones de dólares han sido destruidas. Cientos de viviendas, incluido un centro de maternidad y fábricas construidas mediante esfuerzos comunitarios, han sido devastadas por el avance del mar”, añadió, subrayando que muchos residentes ahora viven en chozas y otras viviendas improvisadas y precarias.
Las dificultades de Ayetoro no son únicas. Las comunidades costeras de todo el mundo enfrentan desafíos similares. El aumento del nivel del mar, impulsado por el cambio climático, está causando una destrucción significativa y las proyecciones sugieren que el problema solo empeorará.
Según datos del Centro Africano de Estudios Estratégicos, las costas africanas han experimentado un aumento constante en el nivel del mar durante las últimas cuatro décadas. Si esta tendencia continúa, se prevé que el nivel del mar aumente 0,3 metros para 2030, amenazando a 117 millones de personas en el continente.
Nigeria, con su vasta línea costera a lo largo del Golfo de Guinea, es uno de los países más vulnerables al cambio climático. Mientras que la desertificación amenaza las zonas del norte del país, las regiones costeras del sur enfrentan el creciente peligro del aumento del nivel del mar.
De acuerdo con la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), un aumento de 0,5 metros en el nivel del mar podría obligar a entre 27 y 53 millones de nigerianos que viven a lo largo de la costa a desplazarse antes de que termine el siglo.
Este incremento podría tener efectos devastadores en actividades humanas esenciales para estas regiones, como la agricultura y la pesca, pilares de la economía de Ayetoro.
Aunque el aumento del nivel del mar representa una amenaza global, numerosos países están tomando medidas proactivas para enfrentar el problema.
Por ejemplo, alrededor de un tercio de Países Bajos está debajo del nivel del mar e incluso partes del país fueron recuperadas. Sin embargo, observadores informaron a IPS que el gobierno nigeriano mostró mínima preocupación por la crítica situación de Ayetoro.
Advierten que, sin una intervención urgente, el pueblo pronto podría existir únicamente en fotografías y libros de historia.
La joya que se desvanece del Atlántico
Ayetoro, fundada en 1947 por misioneros cristianos apostólicos, fue en su tiempo un símbolo de autosuficiencia y progreso. El estilo de vida comunitario de la urbe, basado en valores religiosos, promovió un sentido de unidad que le valió el apodo de “La Ciudad Feliz”.
Durante las décadas de los años 60 y 70, Ayetoro se destacó por su desarrollo en sectores como la agricultura, la industria y la educación. Albergó el primer astillero de Nigeria, que impulsó industrias como la construcción de barcos y la pesca.
En 1953, se convirtió en el segundo centro urbano de Nigeria en tener electricidad. Estos logros hicieron de Ayetoro un destino atractivo para turistas y nuevos residentes.
No obstante, las playas que alguna vez fueron hermosas y la próspera infraestructura urbana ahora son recuerdos lejanos. Ayetoro, conocido en el pasado por su economía vibrante y su relevancia cultural, es hoy un recordatorio sombrío de la devastación causada por el cambio climático.
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Importantes puntos de referencia, como el mercado, el campo de fútbol, la biblioteca comunitaria, un taller técnico y la primera iglesia del pueblo han sido destruidos o sumergidos por el mar. Incluso el palacio del monarca, símbolo del rico patrimonio cultural de Ayetoro, está ahora rodeado de aguas pantanosas.
Vidas interrumpidas
Para muchos habitantes de Ayetoro, la pesca ha sido durante mucho tiempo su principal medio de subsistencia. Sin embargo, el aumento del nivel del mar ha dificultado cada vez más conseguir una buena pesca. La distancia hasta el agua ahora es mayor y los costos del combustible para los viajes más largos han aumentado, poniendo aún más presión sobre sus ya limitados recursos.
Además, las tierras de cultivo y las fuentes de agua han sido contaminadas por agua salada, lo que hace que la agricultura sea prácticamente imposible.
Thompson, quien ha luchado por los derechos de los residentes de Ayetoro, señaló “la gente vive en una pobreza absoluta porque han perdido sus negocios”.
En mayo de 2024, ayudó a organizar una protesta pacífica en la que miles de residentes, incluidos niños y ancianos, marcharon para exigir acción gubernamental. Sus pancartas decían “Salven nuestras almas” y “Salven a Ayetoro ya”, pero el gobierno no ha respondido a pesar de sus esfuerzos.
El único hospital que queda en el pueblo también está en pésimas condiciones y carece de equipamiento adecuado. Los trabajadores de la salud calificados han abandonado la zona. En caso de emergencias, los residentes deben transportar a los enfermos en bote hasta hospitales en comunidades vecinas. Trágicamente, muchos no sobreviven el viaje.
Promesas rotas
Los llamados de Ayetoro no siempre han quedado sin respuesta, pero las soluciones han sido inadecuadas o han estado empañadas por la corrupción.
En el año 2000, la comunidad envió numerosas cartas al gobierno, suplicando ayuda mientras las incursiones del mar empeoraban.
El gobierno no respondió hasta 2004, cuando lanzó el Proyecto de Protección Costera de Ayetoro a través de la Comisión de Desarrollo del Delta del Níger, prometiendo construir un dique para proteger al pueblo de futuras inundaciones.
Sin embargo, se alega que millones de dólares asignados al proyecto fueron robados y no se realizó ningún trabajo.
“Leímos sobre la intervención en los periódicos, pero ningún contratista ni equipo llegó al lugar”, comentó Thompson.
En 2009, el proyecto se reasignó a otra empresa, Dredging Atlantic, pero una vez más, no se concretó nada.
Nigeria introdujo la Ley de Cambio Climático en 2021 con el objetivo de abordar los desafíos climáticos. Sin embargo, los críticos argumentan que, como otras políticas plasmadas en papel, carece de la voluntad política para hacerse realidad.
Idowu Oyeneyin, madre de tres hijos y de 38 años, está indignada de que nadie se ha declarado responsable por los proyectos fallidos. Señala que los políticos solo visitan la comunidad durante las campañas electorales para hacer promesas vacías.
“El aumento del nivel del mar ha traído un sufrimiento inmenso a mi familia. Mi tienda, donde vendía provisiones para mantener a mis hijos, fue completamente destruida por las inundaciones. No era solo una tienda, era nuestra principal fuente de ingresos. Desde que la inundación arruinó mi negocio, ya no puedo cuidar de mis hijos ni cubrir sus necesidades escolares,” expresó Oyeneyin.
“Necesitamos apoyo del gobierno y de organizaciones para reconstruir nuestras vidas. Muchos hemos perdido no solo nuestros negocios, sino también nuestros hogares y estabilidad. Brindar ayuda financiera y programas de concienciación podría marcar una gran diferencia.”
Ahora, sus hijos asisten a la única escuela que queda en la comunidad, una estructura improvisada de chozas de madera conectadas precariamente por pasarelas inestables y sostenidas por pilotes en un terreno pantanoso. La escuela fue reubicada varias veces debido a las constantes incursiones del océano.
Los residentes comentan que solía haber tres escuelas en la comunidad. Con la pérdida de dos y la sobrecarga de la única restante, cientos de niños están ahora fuera del sistema educativo.
“En una ocasión, las escuelas estuvieron cerradas durante unos cuatro años y cuando reabrieron, la devastación en el área les hacía imposible a los niños llegar a clase. Este ha sido nuestro mayor dolor,” dijo Thompson a IPS.
Zikora Ibeh, gerente senior de programas de la Responsabilidad Corporativa y Participación Pública en África (Cappa, en inglés), cree que el gobierno nigeriano debe reorientar sus prioridades.
“Hasta que las autoridades estatales en Nigeria reconozcan que el bienestar comunitario y la justicia ambiental son componentes esenciales de su legado, comunidades como Ayetoro seguirán soportando las consecuencias del abandono, la explotación y el cambio climático,” afirmó Ibeh.
La maldición de los combustibles fósiles
La vulnerabilidad de Ayetoro ante el aumento del nivel del mar se ve agravada por las actividades de exploración petrolera en la región. Ubicada en la franja petrolera de Nigeria, Ayetoro contribuye a la producción nacional de petróleo.
Akinwuwa Omobolanle, quien fue reina del anterior rey de Ayetoro, desea que las empresas petroleras locales e internacionales cesen sus operaciones en el área.
“La extracción de petróleo crudo en el océano y la llegada de extranjeros que descubrieron recursos naturales en Ayetoro en la década de 1990, son una de las principales causas de lo que estamos enfrentando. Desde que iniciaron las perforaciones petroleras, los problemas han ido en aumento,” dijo Omobolanle.
Aunque las empresas petroleras niegan su responsabilidad en la destrucción, expertos ambientales exigen justicia.
“Si bien el aumento del nivel del mar es indudablemente impulsado por el calentamiento global, la situación de Ayetoro, como la de muchas comunidades petroleras del Delta del Níger, es también consecuencia directa del extractivismo irresponsable perpetuado por corporaciones multinacionales de petróleo y gas. Durante décadas, estas empresas han operado con casi total impunidad, dejando un rastro de destrucción ambiental,” afirmó Ibeh.
Añadió que el gobierno nigeriano no responsabiliza a estas empresas ni exige reparaciones por los daños y que “los gobiernos sucesivos han optado por la complicidad, priorizando los intereses corporativos y por generar ingresos sobre el bienestar de comunidades como Ayetoro».
«Esta negligencia ha dejado a la comunidad doblemente vulnerable: primero, a los impactos globales del cambio climático y segundo, a la avaricia desmedida de industrias que tratan al medio ambiente como algo desechable”, subrayó.
Cynthia N. Moyo, activista de Greenpeace África, enfatizó la necesidad de que el continente haga la transición de los combustibles fósiles a fuentes de energía sostenibles. Argumentó que los combustibles fósiles no solo representan una amenaza ambiental, sino también una perpetuación de la opresión, la explotación y el neocolonialismo.
“La ciencia es clara: los eventos climáticos extremos que enfrentamos en nuestras comunidades son consecuencia directa de la continua dependencia de los combustibles fósiles. Estos eventos están causando estragos en comunidades vulnerables a nivel mundial», aseguró.
Y añadió: «En África, los efectos del cambio climático son devastadores: ciclones, tifones, inundaciones y daños que ascienden a miles de millones de dólares cada año”.
Moyo advirtió que el aumento de la inversión en perforación de petróleo y gas en alta mar provocaría graves daños ambientales, incluyendo el riesgo de derrames que afectan los ecosistemas marinos y destruyen los medios de vida de las comunidades costeras, exacerbando así la crisis climática.
“Estas actividades socavan los esfuerzos significativos y compromisos hacia la transición hacia energías renovables. Los combustibles fósiles, como el carbón y el petróleo, están en el centro de un sistema energético roto, injusto e insostenible que perjudica tanto a las personas como al planeta,” añadió.
¿Un futuro sombrío?
Para los residentes que queda en Ayetoro, el tiempo se agota. Ante la falta de apoyo gubernamental, han intentado encontrar soluciones locales a su creciente situación, pero sin éxito.
“Hemos tratado de construir barreras locales para detener las inundaciones,” comentó Ojajuni Oluwale, padre de siete hijos que ha perdido dos casas por el avance del agua. “Hemos intentado llenar bolsas de arena y colocarlas a lo largo de la costa, pero cuando el mar sube, lo destruye todo”, contó.
“Resolver esto requerirá una masiva inversión financiera,” señaló Oluwale.
En la cumbre climática de noviembre, celebrada en Bakú, la capital azerbaiyana, las naciones industriales acordaron asignar 300 000 millones de dólares anuales para ayudar a los países en desarrollo a abordar los impactos climáticos.
Pero los países del Sur global criticaron esta cantidad por considerarla insuficiente y Nigeria lo describió como una “broma.”
Existe un escepticismo generalizado respecto a si las naciones desarrolladas, responsables de casi 80 % de las emisiones históricas de gases de efecto invernadero, cumplirán con sus compromisos.
En 2009, prometieron destinar 100 000 millones de dólares anuales para apoyar a los países vulnerables que enfrentan desastres climáticos cada vez más graves.
Sin embargo, esta promesa tardó en materializarse. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) asegura que finalmente las naciones del Norte global superaron ese monto, pero sus estadísticas incluyen cifras y componentes con los que el Sur está abiertamente en desacuerdo.
En 2022, tras años de presión, los países del Norte acordaron crear el Fondo para Pérdidas y Daños con el fin de ofrecer apoyo financiero a las naciones más vulnerables y gravemente afectadas por los impactos del cambio climático.
Pero hasta ahora, las contribuciones al fondo apenas han superado el monto -calificado como irrisorio en el Sur- de 70 millones de dólares y se espera que los desembolsos comiencen en 2025.
Tolulope Theresa Gbenro, experta en cambio climático de Nigeria, expresó su preocupación por la brecha entre las necesidades de financiamiento climático de los países en desarrollo, especialmente de las naciones africanas, y las promesas realizadas por los países del Norte.
Según señaló, en la actualidad el financiamiento climático y la rendición de cuentas presentan deficiencias, ya que no existe un enfoque claro ni unificado en las diversas fuentes de financiación.
“No se trata solo de contar con los recursos suficientes para satisfacer las necesidades, sino también de establecer mecanismos adecuados de rendición de cuentas, monitoreo y auditoría que garanticen que los fondos se distribuyan de manera correcta y lleguen a los grupos más vulnerables».
Gbnero añadió: «En este momento, diría que todavía es un proceso en desarrollo, ya que las negociaciones relacionadas con este tema seguirán avanzando en el futuro”.
Mientras Ayetoro aguarda algún tipo de asistencia para evitar su destrucción total, los residentes informan que el impacto psicológico de su sufrimiento es abrumador.
“El trauma es insoportable,” comentó Emmanuel Aralu, quien perdió su barbería por el avance del mar.
“Toda la tienda desapareció de la noche a la mañana. No se pudo salvar ni un solo artículo. Ahora lucho para sobrevivir, mantener a mi esposa e hijos, pagar las matrículas escolares y hacer frente al aumento del costo de vida”, narró.
Concluyó diciendo: “Estoy sufriendo por algo que no causé. La exploración petrolera drena recursos de nuestras costas, pero los beneficios van a ciudades como Abuya y Lagos, dejándonos a nosotros con las consecuencias del daño. Es emocionalmente devastador”.