Opinión

¿Podría Trump hacer estallar realmente el sistema de comercio mundial?

Este es un artículo de opinión de Luke Cooper, profesor asociado e investigador en Relaciones Internacionales de la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres.

LONDRES –  La política comercial del flamante presidente de Estados Unidos, Donald Trump, combina aranceles agresivos, maniobras legales y diplomacia transaccional. Pero, ¿podría hacer estallar realmente el sistema de comercio mundial?

El equipo de Trump comete el error de pensar en la economía mundial como una serie de relaciones comerciales bilaterales cuando en realidad es un sistema de conexiones complejo y altamente integrado.

El presidente Trump ganó su reelección con la promesa de librar una guerra comercial sin precedentes contra el resto del mundo.

Ha propuesto que se aplique un arancel universal a todas las importaciones de bienes a Estados Unidos de entre 10 y 20 %, que se eleve al 60 % para los envíos procedentes de China y que sea aún más alto en algunas áreas.

Después de ganar las elecciones, Trump inicialmente redobló su retórica, amenazando con aplicar un arancel de 25 % a los bienes procedentes de México y Canadá, con los que Estados Unidos mantiene un acuerdo trilateral de libre comercio.

El equipo de Trump, quien volvió a la Casa Blanca el 20 de enero tras gobernar el país entre 2017 y 2021, está dividido en torno a estas propuestas, pero parece que se aferra a la idea de algún tipo de arancel universal.

El equipo de Trump comete el error de pensar en la economía mundial como una serie de relaciones comerciales bilaterales cuando en realidad es un sistema de conexiones complejo y altamente integrado.

Sin embargo, los informes sugieren que planean apuntar a industrias estratégicas como la fabricación de defensa y la metalurgia, los suministros médicos y farmacéuticos, y la producción de energía.

Esto supondría una perturbación radical del sistema comercial mundial. También daría lugar a represalias por parte de los principales socios comerciales de Estados Unidos y violaría los términos del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-Mec).

Estados Unidos no puede simplemente «desacoplarse» de China

La competencia económica y geopolítica con China se ha convertido en una obsesión de la élite política estadounidense. La administración Trump introdujo por primera vez aranceles sobre China en 2018, que su sucesor, Joe Biden, mantuvo y amplió en 2024.

Una de las razones por las que la administración Trump se inclina por la idea de utilizar aranceles universales es el fracaso de los aranceles centrados en China para reducir el déficit comercial general de bienes de Estados Unidos, que ha superado un billón (millón de millones) de dólares anuales de 2021 a 2024.

El autor, Luke Cooper

La atención de la administración Trump en México y Canadá refleja el hecho de que, junto con China, son con diferencia la principal fuente de importaciones de bienes de Estados Unidos, cada uno de los cuales representará más de 400 000 millones de dólares en 2023.

El declive y la estabilización de la relación comercial entre Estados Unidos y China desde 2018 disimula cómo las cadenas de suministro se adaptaron con componentes chinos enviados a la línea de montaje final en los estados del sudeste asiático. La industria estadounidense está integrada en esta producción en red.

Richard Baldwin y Rebecca Freeman han calculado que «los insumos chinos en todos los insumos que los fabricantes estadounidenses compran a otros proveedores extranjeros… es casi cuatro veces mayor de lo que parece» en las estadísticas comerciales.

En una economía mundial aún muy integrada, la producción competitiva de China y su dominio de las exportaciones de bienes la convierten en un socio inevitable, y su lenta economía nacional aumenta su dependencia de su fortaleza exportadora.

Para que Estados Unidos aborde el desvío de mercancías a través de terceros países para evitar aranceles, se necesitarían complejas pruebas de normas de origen que serían difíciles y costosas de aplicar.

El desequilibrio que destaca la administración Trump es ciertamente real. Hace tiempo que se ha reconocido que la economía de Estados Unidos está muy sesgada hacia el consumo en detrimento de la producción, y que en China ocurre lo contrario.

La tasa bruta de ahorro (la proporción de la renta nacional que no se gasta en consumo) en China es más del doble que en Estados Unidos. El bajo consumo y el alto ahorro de China sientan las bases para enormes inversiones en producción, con los bienes que luego deben consumirse en otros lugares.

Esta relación da forma a la economía mundial: Estados Unidos consume una enorme cantidad de bienes, y China proporciona muchos de ellos.

Para 2030, se espera que China represente un asombroso 45 % de toda la producción industrial mundial, un aumento con respecto a 6 % de hace un cuarto de siglo. Los desequilibrios comerciales a esta escala suponen un problema para la economía mundial.

Durante muchos años, voces aisladas de la izquierda argumentaron que el objetivo de la eficiencia comercial (por ejemplo, los abundantes productos industriales baratos que ofrece China) debería equilibrarse con otros objetivos, como el apoyo al empleo y la protección del medio ambiente.

Pero hoy en día, la idea de que el comercio no debe ser «libre», sino estar condicionado a las decisiones políticas que tomemos, cuenta con un apoyo mucho mayor. Numerosos conservadores que son partidarios de la competencia con China ahora se oponen con fuerza a la dependencia económica estadounidense de sus cadenas de suministro.

Si bien este giro estadounidense ha planteado importantes cuestiones sobre la resiliencia de la cadena de suministro, la relación entre el comercio y los derechos humanos, y cómo diseñar políticas industriales que ofrezcan los resultados que queremos, el nacionalismo de «hombre fuerte» de Trump no ofrece respuestas serias.

La coalición heterogénea de Trump

La administración Trump querría bajar el precio del dólar para impulsar el rendimiento de las exportaciones de bienes estadounidenses, pero el contundente instrumento único que favorecen, los aranceles, no lo conseguirá.

Como sostiene David Lubin, aunque los aranceles aumentan el coste de los bienes importados en el mercado estadounidense, esto no equivale en modo alguno a debilitar el dólar.

La fortaleza general de la economía estadounidense y la importancia de su mercado para los exportadores mundiales significan que los aranceles crearán una presión a la baja sobre las monedas de los estados que están sujetos a ellos.

A esto se suma el efecto inflacionario de los aranceles y la política fiscal expansiva de Trump, es decir, sus enormes recortes de impuestos, que inclinarán a la Reserva Federal, su Banco Central, a aumentar los tipos de interés.

Así que, en lugar de un dólar debilitado, el resultado sería el contrario: un dólar con aún más poder adquisitivo.

Las políticas de Trump simplemente no funcionarán, a menos que su administración parta de un análisis de que el déficit comercial está estrechamente relacionado con la combinación de dos desequilibrios internos, el desequilibrio estadounidense hacia el consumo frente a la inversión y el efecto contrario en Chin.

Para lograr el tipo de reequilibrio en el comercio mundial que la administración Trump afirma querer, se necesitaría una cooperación multilateral, la antítesis de «Estados Unidos primero».

Esto apunta a pensar de manera holística sobre la economía global y sus reglas, abordando no solo el comercio de bienes, sino también los servicios, las finanzas y los movimientos de capital.

Algunos miembros del Partido Republicano de Trump se están haciendo estas preguntas.

El grupo de expertos conservador American Compass ha identificado la liberalización financiera como la fuente principal de los desequilibrios comerciales. El vicepresidente J. D. Vance incluso ha sostenido que el papel del dólar como moneda de reserva mundial es un «subsidio masivo para los consumidores estadounidenses, pero un impuesto masivo para los productores estadounidenses».

Sin embargo, cualquier medida para un mayor control de los movimientos de capital pondría a la administración Trump en rumbo de colisión con Wall Street, lo que parece poco probable.

El bando de Trump incluye una camarilla de multimillonarios de extrema derecha como Elon Musk, el hombre más rico del mundo, que ven su autoritarismo como un vehículo para su marca de libertarismo económico, que apoya convenientemente los subsidios y el gasto público cuando beneficia sus intereses.

Estos partidarios se echarían atrás ante la idea de los controles de capital.

Trump también ha amenazado con imponer enormes aranceles a cualquier Estado que persiga la desdolarización, y su ya ratificado secretario del Tesoro, Scott Bessent, ha confirmado que la administración mantendrá la posición del dólar como moneda de reserva mundial.

Una propuesta más moderada es llegar a un acuerdo con Beijing sobre un plan de devaluación del dólar.

Shahin Vallée sugiere que Trump podría lanzar una iniciativa multilateral para llegar a un acuerdo sobre un paquete de medidas coordinadas. Sin embargo, esto requeriría reducir el déficit presupuestario de Estados Unidos, un esfuerzo que se vuelve mucho más difícil en el contexto de los planes de la administración de grandes recortes de impuestos.

El método político de Trump

Todas estas propuestas asumen, sin embargo, que la administración Trump es capaz de desarrollar políticas con cierto sentido del interés general en mente. Las propias declaraciones de Trump proporcionan pocos motivos para anticipar esto.

Consideremos cómo su equipo ha insinuado anteriormente la explotación de las divisiones ideológicas dentro de la Unión Europea (UE).

La propensión de Trump a vincular las políticas comerciales con cuestiones no comerciales, como la inmigración y la lucha contra las drogas, podría aplicarse a los Estados europeos para ofrecer quid pro quos que traten de eludir las instituciones de la UE.

Mientras que los Estados de la UE comparten un arancel exterior común, Trump puede estar inclinado a ofrecer reducciones arancelarias unilaterales a sus correligionarios de extrema derecha a cambio de acuerdos que beneficien a sus redes y no tengan nada que ver con un comercio.

Como Hungría, de Viktor Orbán, es un Estado sin litoral, no podría igualar ninguna concesión arancelaria de Estados Unidos (dado que todos los bienes que recibiera tendrían que pasar por otro Estado miembro de la UE), pero puede que tenga algo más que ofrecer al equipo Trump.

En Estados Unidos, también es muy probable que los aranceles estén plagados de exenciones y exclusiones, lo que proporciona vías obvias para la negociación cleptocrática con los grupos de presión empresariales.

Por lo tanto, no se debe interpretar a Trump como un defensor de «la calle contra Wall Street». O como el jefe de una facción política destinada a movilizar los poderes de la política estadounidense para rediseñar su economía nacional y sus relaciones comerciales exteriores.

En cambio, podría ser mejor analizar el trumpismo —y las redes y actores ideológicamente heterogéneos que lo constituyen— como la representación de una oligarquización en la que las instituciones son capturadas para asegurar ventajas sectoriales a los partidarios, intercambiando poder político por poder económico y viceversa.

El transaccionalismo fundamental para este enfoque de la política parece probable que se traslade a la política comercial de la administración con efectos potencialmente caóticos y contradictorios.

Luke Cooper es profesor asociado e investigador en Relaciones Internacionales en la London School of Economics and Political Science (Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres) y director del programa de PeaceRep en Ucrania. Es autor de Authoritarian Contagion (Contagio autoritario), publicado por Bristol University Press en 2021.

T: MF / ED: EG

Compartir

Facebook
Twitter
LinkedIn

Este informe incluye imágenes de calidad que pueden ser bajadas e impresas. Copyright IPS, estas imágenes sólo pueden ser impresas junto con este informe