NAIROBI – Cambio climático, pérdida de naturaleza, contaminación y residuos: Los efectos de una triple crisis planetaria están dejando cicatrices en los paisajes africanos, agotando los océanos y las fuentes de agua dulce del continente y elevando la contaminación atmosférica urbana a niveles peligrosos.
Algunos de los impactos sigilosos de esta triple crisis son posiblemente los más debilitantes: África es la región más afectada por la desertificación y la degradación de la tierra, con aproximadamente 45 % de su superficie afectada.
Solo en el Cuerno de África y el Sahel, la escasez de alimentos afecta a más de 23 millones de personas. Únicamente el mes pasado, más de 700 000 personas se vieron afectadas por inundaciones en África Central y Occidental, y decenas de millones en el sur de África se enfrentan a la sequía.
La desertificación, la sequía y la degradación de la tierra no se producen de la noche a la mañana, pero suponen una grave amenaza para la soberanía alimentaria a largo plazo, la igualdad de género, la paz y otros objetivos de desarrollo.
África es el continente más joven del mundo, y sus talentos y recursos son enormes. Los 54 países del continente tienen una promesa y un poder inmensos cuando se unen, como demuestra el incipiente Acuerdo Continental Africano de Libre Comercio. Y lo que puede ser cierto para el comercio es absolutamente claro para abordar los retos medioambientales comunes.
Como ha señalado António Guterres, secretario general de la ONU: «Así como la injusticia del cambio climático arde ferozmente aquí en África, también lo hacen las oportunidades».
El continente está preparado para demostrar que, mediante la unidad y la acción coordinada, puede conducir al mundo hacia un futuro más justo y sostenible.
Ya en noviembre de 2022, en la 27 Conferencia de las Partes (COP27) de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, celebrada en la sureña y costera ciudad egipcia de Sharm el Sheik, los gobiernos africanos trabajaron juntos y ayudaron a negociar un acuerdo histórico sobre la creación de un Fondo de Pérdidas y Daños para apoyar a los países en desarrollo especialmente vulnerables a los efectos adversos del cambio climático.
Las reuniones posteriores de los ministros africanos de medio ambiente celebradas el año pasado en Nairobi -con motivo de la Semana Africana del Clima, la Cumbre Africana sobre el Clima y la Conferencia Ministerial Africana sobre Medio Ambiente- mantuvieron este impulso.
Más adelante, en 2023, los países se alinearon en Dubái (COP28) para garantizar que el Fondo de Pérdidas y Daños no fuera una mera promesa, sino que se reabasteciera con recursos reales. Cuando los Estados africanos unen sus esfuerzos, pueden lograr resultados sustanciales para la población del continente.
El potencial es evidente también en otras muchas cuestiones: una Asociación Acelerada para las Energías Renovables en África reúne a países como Kenia, Etiopía, Namibia, Ruanda, Sierra Leona y Zimbabue, para acelerar el despliegue de energías renovables en todo el continente e impulsar la industrialización verde.
La asociación entre Zambia y la República Democrática del Congo para establecer una Zona Económica Especial para baterías y vehículos eléctricos es otro ejemplo de cómo las naciones africanas están aprovechando sus recursos naturales para el desarrollo sostenible, situando al continente como un actor clave en la emergente economía verde.
La Conferencia Ministerial Africana sobre Medio Ambiente celebrada en Abiyán (Costa de Marfil) el pasado mes de agosto fue otra oportunidad para que África sacara músculo diplomático.
Fue posiblemente la última oportunidad para que todos los ministros africanos de Medio Ambiente se reunieran en la misma sala para alinear políticas y acciones antes de las tres conferencias mundiales críticas sobre biodiversidad, clima y desertificación que se celebrarán a finales de este año.
En estos debates, la importancia de la financiación no puede exagerarse. Pensemos que 33 de los países africanos forman parte del grupo de Países Menos Adelantados (PMA), lo que los hace muy vulnerables a las crisis económicas y medioambientales.
Hay que considerar que el coeficiente medio de endeudamiento en el África subsahariana casi se ha duplicado desde 2013 y ha alcanzado un máximo de más de 60 %, lo que encarece la nueva financiación y obliga a recortar el gasto.
Al mismo tiempo, existe una fuerte necesidad de una mayor inversión en interfaces científico-políticas, para anticipar mejor las sequías y otros desastres medioambientales aplicando las mejores herramientas científicas y medidas de adaptación disponibles.
Un buen comienzo es reforzar la coordinación transfronteriza, elevar el perfil político de las cuestiones medioambientales y movilizar los recursos necesarios para combatir estas amenazas. Otro paso crucial es afianzar la comprensión de que invertir las tendencias de deforestación, aridificación del suelo y degradación de la tierra es una potente oportunidad económica.
Es necesario centrar a las comunidades locales en la toma de decisiones sobre las políticas medioambientales que les afectan, y garantizar que se respetan sus derechos y que pueden beneficiarse plenamente de las oportunidades económicas que surgen de sus tierras.
De Mauritania a Yibuti, una Gran Muralla Verde está empujando constantemente contra el extenso desierto. Iniciativas ecológicas en Etiopía, Ghana, Kenia, Malí, Níger, Ruanda, Senegal y Somalia, proyectos agrícolas como los de Kenia, Tanzania y Uganda están revitalizando los suelos e impulsando los medios de subsistencia de las comunidades.
Las investigaciones muestran cómo cada dólar invertido en restauración puede generar hasta 30 dólares en beneficios económicos.
Cuando se trata de dar forma a la agenda medioambiental mundial, África tiene un papel de liderazgo que aprovechar. Africanos de toda condición están dispuestos a poner de su parte y cosechar los beneficios que ello reporta. Y sabemos que, cuando 54 gobiernos actúan conjuntamente, el continente avanza rápidamente.