MONTEVIDEO – Este año más de la mitad de la población mundial tiene la oportunidad de ir a las urnas. Eso podría hacerlo parecer el año más democrático de la historia, pero la realidad es más preocupante. Demasiadas de esas elecciones no darán a la gente una voz real y no ofrecerán ninguna oportunidad para el cambio.
El gran año electoral de 2024 llega en un momento en el que un número récord de países se desliza hacia el autoritarismo, y los avances mundiales en democratización logrados durante más de tres décadas prácticamente han desaparecido.
En 2023, ningún Estado autoritario se convirtió en una democracia, y aunque algunos países lograron mejoras marginales en la calidad de sus democracias -mejorando el espacio cívico, avanzando en la lucha contra la corrupción o reforzando las instituciones-, muchos otros experimentaron retrocesos a menudo graves.
Casi tres cuartas partes de la humanidad viven ahora bajo regímenes autoritarios. Defender la democracia y exigir responsabilidades a los líderes políticos es cada vez más difícil, ya que el espacio cívico se está cerrando. La proporción de personas que viven en países con un espacio cívico cerrado es de 30,6 %, la más alta en años.
El último Informe sobre el Estado de la Sociedad Civil de Civicus, la alianza mundial de la sociedad civil, muestra cómo los conflictos están exacerbando esta tendencia regresiva.
En Sudán, devastado por la guerra, las esperanzas de democracia, negadas en repetidas ocasiones desde el derrocamiento del dictador Omar al Bashir en 2019, retrocedieron aún más al imposibilitarse la celebración de elecciones por la guerra civil entre el ejército y las milicias que estalló el pasado mes de abril.
El asalto sostenido de Rusia a Ucrania intensificó la represión de la disidencia interna, y no hubo sorpresas en la votación no competitiva que este mes mantuvo a Vladimir Putin en el poder.
La ineficacia de los gobiernos civiles para hacer frente a las insurgencias yihadistas también ha sido la justificación utilizada por los líderes militares para tomar o conservar el poder en África Central y Occidental.
Como consecuencia, el gobierno en junta corre el riesgo de normalizarse tras décadas en las que parecía al borde de la extinción. Un «cinturón golpista» se extiende ahora de costa a costa por toda África. Ninguno de los Estados que han sido víctimas del régimen militar en los últimos años ha vuelto al gobierno civil, y dos más -Gabón y Níger- se unieron a sus filas el año pasado.
Los regímenes autoritarios que experimentaron movimientos de protesta masiva en los últimos años, como Irán, Nicaragua y Venezuela, han recuperado su equilibrio y han endurecido su control.
En Estados caracterizados durante mucho tiempo por un régimen autocrático, muchos activistas de la sociedad civil, periodistas y disidentes políticos han buscado seguridad en el exilio para continuar su labor.
Pero a menudo no la han encontrado, ya que los Estados represivos -China, Turquía, Tayikistán, Egipto y Rusia son los cinco peores- utilizan cada vez más la represión transnacional contra ellos.
Muchas elecciones se celebran sin competencia.
El año pasado, varios Estados no democráticos de diversa índole -como Camboya, la República Centroafricana, Cuba, Eswatini, Uzbekistán y Zimbabue- celebraron votaciones en las que nunca se cuestionó el poder autocrático. Las votaciones eran ceremoniales y su propósito era añadir un barniz de legitimidad a la dominación.
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Muchos más regímenes que combinan rasgos democráticos y autoritarios han acogido elecciones recientes con resultados menos predeterminados, en las que al menos había alguna posibilidad de que el partido gobernante fuera derrotado.
Pero la ventaja del partido en el poder se reflejó en el hecho de que el cambio rara vez se materializó, como se vio en Nigeria, Paraguay, Sierra Leona y Turquía. La excepción fue Maldivas, donde los votantes tienen un historial de rechazo a los presidentes en ejercicio.
Algunos regímenes híbridos, en particular El Salvador, experimentaron un mayor retroceso democrático mediante la erosión de las libertades y los controles y equilibrios institucionales, un camino que suelen recorrer los autoritarios populistas que afirman hablar en nombre del pueblo e insisten en que necesitan concentrar el poder para hacer frente a las crisis.
Cuando los votantes tienen voz y voto en unas elecciones libres y justas, rechazan cada vez más a los partidos y políticos mayoritarios.
En una época de incertidumbre económica e inseguridad, muchos expresan su decepción con lo que les ofrece la democracia. Los empresarios políticos contrarios a los derechos están explotando con éxito sus ansiedades convirtiendo a los inmigrantes en chivos expiatorios y atacando los derechos de las mujeres y de las personas LGBTIQ+.
Los populistas de derechas que utilizan estas tácticas han tomado recientemente el control de Argentina, han quedado primeros en las elecciones de los Países Bajos y Suiza y han entrado en el gobierno de Finlandia. Incluso cuando no llegan al poder, las fuerzas de extrema derecha consiguen a menudo desplazar el centro político obligando a los demás a competir en sus términos.
Se espera que consigan grandes avances en las elecciones al Parlamento Europeo de junio de 2024.
La polarización va en aumento, alimentada por la desinformación, las teorías de la conspiración y el discurso del odio. Esto se ve facilitado por las tecnologías de inteligencia artificial, que se extienden y evolucionan más rápido de lo que pueden regularse.
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Las primeras elecciones de 2024, incluidas las de Bangladesh e Indonesia, fueron un ejemplo de los niveles de manipulación sin precedentes que puede permitir la inteligencia artificial (IA). Es probable que veamos mucho más de esto en 2024.
Pero los resultados de nuestra investigación apoyan nuestra esperanza, porque muestran que el movimiento no va en una sola dirección.
En Guatemala, un nuevo partido nacido de las protestas masivas contra la corrupción fue el improbable ganador de las elecciones de 2023, y la gente se movilizó en masa para defender el resultado frente a las poderosas élites políticas y económicas.
A pesar de los intentos concertados de China por desbaratar las elecciones de Taiwán, incluso mediante ciberataques, la población reivindicó su derecho a opinar sobre su propio futuro.
En Polonia, tras ocho años de gobierno nacionalista de derechas, llegó al poder un gobierno de unidad que se comprometió a restablecer las libertades cívicas, lo que ofrece nuevas posibilidades para que la sociedad civil se asocie en la recuperación de los valores democráticos y el respeto de los derechos humanos.
En México, uno de los muchos países que acudirán a las urnas en 2024, la población se movilizó en masa contra la amenaza que representa un líder elegido democráticamente que pretende anular los controles y equilibrios.
Dados los peligros que puede entrañar, la sociedad civil está presionando para que se regule la IA a escala transnacional.
Las cosas serían mucho peores si no fuera por la sociedad civil, que sigue movilizándose contra las restricciones a las libertades, contrarrestando la retórica divisoria y luchando por la integridad de los procesos electorales.
A lo largo de 2024, la sociedad civil seguirá presionando para que las elecciones se celebren en condiciones libres y justas, para que la gente tenga la información que necesita, para que los votos se cuenten correctamente, para que los perdedores acepten la derrota y para que los ganadores gobiernen en aras del bien común.
Inés M. Pousadela es especialista sénior en Investigación de Civicus, codirectora y redactora de Civicus Lens y coautora del Informe sobre el Estado de la Sociedad Civil de la organización.
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