PARÍS – La Agencia Internacional de la Energía (AIE) celebró a mediados de febrero en París su reunión anual de ministros, con motivo del 50 aniversario de la principal organización energética del mundo. Entre los temas más importantes de la agenda figuraban la seguridad energética, vinculada a la invasión rusa de Ucrania y a las tensiones geopolíticas en Medio Oriente, así como el avance hacia una transición energética limpia para alcanzar los objetivos mundiales en materia de cambio climático.
Lejos de París vive Aïcha Bonou N’Donkie, una joven de 18 años de un pueblo de Burkina Faso cuyo movimiento de baile con los hombros ha llamado la atención de millones de personas, incluidos medios de comunicación de todo el mundo. Un vídeo de YouTube que muestra su «Aïcha tremblé (temblorosa)» ha tenido más de 14 millones de visitas.
Pero N’Donkie no era una bailarina profesional, sino que el día en que llamó la atención por primera vez con su movimiento de baile comenzó con la tarea mucho más mundana de recoger leña para cocinar.
Según un reciente informe del que soy coautor (junto con Siyuan Ding) para el Centro de Política Energética Global de la Universidad de Columbia, N’Donkie es una de los casi 400 millones de mujeres que producen biomasa en sus hogares.
Mientras que gran parte de la atención sobre el sector energético se centra en los trabajadores (predominantemente hombres) que laboran en los sectores del petróleo y el gas, el carbón y la electricidad, estas mujeres productoras de biomasa son las proveedoras de la principal fuente de energía para millones de familias: la biomasa doméstica, que se utiliza para la más esencial de las necesidades humanas: comer.
Se calcula que hay 2000 millones de personas que dependen de métodos de cocina tradicionales alimentados por biomasa, como la leña y los desechos animales. Viven en las regiones más pobres del mundo, sobre todo en las zonas rurales del África subsahariana y Asia en desarrollo. Sobre todo en gran parte del África subsahariana, las mujeres son las principales proveedoras de esta energía.
Nuestro análisis preliminar indica que hay 190 millones de mujeres (y niñas) productoras domésticas de biomasa en el África subsahariana y una cantidad casi equivalente en Asia en desarrollo, con siete millones en América Latina y el Caribe.
En comparación, la AIE calcula que hay unos 40 millones de personas que trabajan en los subsectores formales de producción y distribución de energía.
Frecuentemente vemos sus imágenes: trabajadores con cascos en pozos de perforación petrolífera, saliendo de minas de carbón, en grúas arreglando líneas de transmisión o caminando por tejados mientras instalan paneles solares. Son una parte importante de nuestro paisaje económico, que han recibido cada vez más atención en medio de los debates sobre la transición hacia una energía limpia.
Se habla mucho menos de las mujeres productoras de biomasa doméstica, como N’Donkie, cuyo trabajo puede consistir en recoger y transportar cargas de leña que pesan 15 kilos o más, y que dedican hasta 10 horas a la semana -o incluso, en algunas regiones, 20 o más horas- a este trabajo.
Aunque las mujeres que cargan fardos de leña a la espalda pueden no evocar las imágenes habituales de la mano de obra energética, son una parte muy importante del panorama energético mundial, ya que proporcionan una fuente principal de energía a unos 200 millones de familias.
Hasta la fecha, gran parte del debate sobre esta mano de obra se ha producido en el contexto del esfuerzo por proporcionar acceso universal a tecnologías limpias para cocinar, en el marco del 7 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
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Esto implica sustituir la leña y otros insumos por tecnologías de cocina más limpias y modernas, lo que a su vez evitaría en gran medida la labor laboriosa tarea de recoger y preparar leña y desechos animales para quemarlos en las cocinas tradicionales. Sin embargo, el debate sobre la cocina limpia también se inclina intrínsecamente hacia las mujeres como consumidoras y no como productoras.
Aunque se ha avanzado en la expansión del uso de tecnologías limpias para cocinar, el acceso universal sigue estando muy lejos, y los analistas apuntan a que la biomasa doméstica seguirá utilizándose en los próximos años, sobre todo en el África subsahariana, donde la pobreza sigue siendo un obstáculo clave.
Por lo tanto, la pregunta y el reto siguen siendo qué se puede hacer para mejorar las condiciones de estas mujeres productoras de energía.
Parte de la respuesta es investigar más para conocer mejor sus circunstancias y, lo que es más importante, sus deseos.
Comprender las diversas preferencias de estos millones de mujeres requerirá tiempo y recursos, no solo por su número, sino también por la diversidad de situaciones en las que trabajan y los retos superpuestos a los que muchas se enfrentan de pobreza, discriminación de género y, para algunas, marginación, incluso como refugiadas.
Esta información detallada es necesaria para desarrollar soluciones eficaces y adaptadas al contexto, una lección importante de la iniciativa de cocina limpia.
A medida que la comunidad internacional -incluso a través de las cumbres climática, la AIE y el Banco Mundial- trata de avanzar hacia un futuro con bajas emisiones de carbono, es importante, paralelamente, que las comunidades especializadas en energía y desarrollo exploren qué se puede hacer ahora para mejorar la vida de estas mujeres, dado su papel central en el panorama energético mundial.
Aunque, por razones posiblemente fortuitas, ahora podemos ver mejor a la talentosa Aïcha Bonou N’Donkie, hay cientos de millones de mujeres productoras de energía que siguen siendo invisibles para demasiados.
Ver a estas mujeres y comprenderlas mejor es un paso fundamental para desarrollar programas que les ayuden a mejorar su calidad de vida frente a la pobreza y otros retos a los que se enfrentan.
Philippe Benoit es investigador de la plataforma Global Infrastructure Analytics y Sustainability 2050 (Análisis de infraestructura global y sostenibilidad 2050). También es investigador adjunto en el Centro de Política Energética Global de la estadounidense Universidad de Columbia. Anteriormente ocupó cargos directivos en el Banco Mundial y la Agencia Internacional de la Energía.
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