RÍO DE JANEIRO – El Foro Social Mundial (FSM) es hoy “más necesario que nunca”, según Oded Grajew, impulsor y cofundador del encuentro de la sociedad civil global, un festival de la diversidad que aún no ha logrado impulsar ni diseñar el “otro mundo posible” que auguró al crearse y se convirtió en su lema.
El FSM, que tendrá una nueva edición en Katmandú, la capital de Nepal, del 15 al 19 de febrero, nació en 2001 en Porto Alegre, una ciudad del sur de Brasil, por iniciativa de organizaciones y movimientos sociales brasileños, en consulta con sus pares internacionales.
La idea, propuesta por Grajew, fue la de un contrapunto al Foro Económico Mundial, que se reúne anualmente en la montañosa ciudad suiza de Davos. Por eso el nombre similar pero enfocado en lo social, la coincidencia inicial de fechas en enero y las banderas contra el neoliberalismo y la globalización.
La edición inicial reunió cerca de 20 000 personas de 117 países. La participación creció y superó las 100 000 personas en varios encuentros mundiales con vuelo internacional tras los tres primeros celebrados en Porto Alegre, a donde ha retornado en diferentes ocasiones.
Los encuentros anuales tuvieron lugar en la ciudad india de Mumbai en 2004, luego, en 2006, el FSM se dividió entre Bamako (Malí), y Caracas, para seguir en Nairobi (2007), Dakar (2011), Túnez (2013 y 2015) y Ciudad de México (2022).
Además de a Porto Alegre, volvió a Brasil en 2009 (Belém, en la Amazonia oriental) y 2018 (Salvador, en el nordeste). Y se multiplicó en foros nacionales, regionales y temáticos, promoviendo debates sobre cuestiones variadas, desde las económicas a las ambientales y climáticas, las de género o las de minorías sexuales, las étnicas o las discapacidades.
Pero el FSM vive un declive desde la década pasada, perdió el encanto y la repercusión iniciales y poco se nota su incidencia actual en las crisis mundiales, más cuando nació como un movimiento que no pretendía aportar conclusiones, sino debates y demostrar que “otro mundo es posible”.
“Estamos perdiendo el juego hasta ahora. La crisis climática se agravó, crecieron las desigualdades y los conflictos, con el riesgo incluso de la guerra nuclear, decae la confianza en la democracia y falta gobernanza global. Son riesgos enormes, que amenazan la especie humana”, reconoció Grajew a IPS por teléfono desde São Paulo.
Todo eso aumenta la necesidad de revitalizar el FSM, porque se trata de fortalecer la sociedad civil, única vía para la solución de los desafíos, en su evaluación.
El FSM, pese a todo, ya tiene un legado como “espacio de articulación y de resistencia de la sociedad en el mundo”, matizó. Contribuyó a alzar la emergencia climática en la agenda internacional, reforzó la lucha antirracista y promovió las alianzas que hicieron de los pueblos indígenas “actores políticos que antes no eran”, ejemplificó.
En Brasil fue la sociedad civil fortalecida la que evitó el golpe de Estado que instalaría una dictadura y devolvería al cargo al ultraderechista expresidente Jair Bolsonaro, acotó el actual el consejero de varias instituciones y presidente emérito del Instituto Ethos de Empresas y Responsabilidad Social, un empresario convertido a activista social y que así sigue a sus 80 años.
Soluciones y recursos hay
“Hoy sabemos cuáles son los problemas de la humanidad y como solucionarlos, lo que falta es voluntad política”, concluyó Grajew.
“Nuestro problema no es económico, de falta de recursos, sino de organización política y social. El producto mundial es de 100 billones (millones de millones) de dólares anuales, equivale a 4200 dólares mensuales por familia de cuatro personas. Es suficiente para una vida digna y cómoda para todos, basta el tributo de solo 4 % a las fortunas del 1 % más rico de la humanidad”, corroboró Ladislau Dowbor, un economista de 83 años siempre oído en el FSM.
El FSM es un intento de articular como fuerza política la profusión de organizaciones y movimientos sociales en que parece fragmentada la sociedad civil, con una multiplicidad de banderas, desde las ambientales a las feministas, antirracistas e igualitarias.
Hubo una explosión de la diversidad social en los años 60 y 70, con la afirmación de múltiples identidades y sus luchas, que buscan su convergencia en procesos como el del FSM. Se trata en general de movimientos progresistas, cuya articulación no es automática.
Su antecedente más inmediato fue la llamada “batalla por Seattle”, la ciudad estadounidense que en 1999 congregó a activistas antiglobalización, durante una cumbre de la Organización Mundial de Comercio, exigiendo una globalización de la gente y no de la economía.
“Es un proceso de largo plazo. Esa diversidad es una riqueza, pero a veces se divide por el sectarismo identitario”, observó Daniel Aarão Reis, un historiador de 78 años que estudió mucho la dictadura militar en Brasil y la revolución soviética.
La afirmación de un polo de oposición o contención de los daños del capitalismo en el cuadro actual enfrenta dos factores adversos, en su evaluación.
“Uno es la declinación de la clase obrera, que desde fines del siglo XIX, concentrada en las ciudades, tenia un peso demográfico y fuerza organizada para conducir esa lucha, atrayendo otros segmentos populares, a veces incluso mayoritarios, como los campesinos. Pero sufre pérdidas demográficas, lentas pero evidentes desde los años 70”, sostuvo.
Otro es la disolución de la Unión Soviética en 1991 que cedió el paso a un capitalismo salvaje, con la “restauración de las tradiciones zaristas”. Eso golpeó las fuerzas progresistas aunque fuesen críticas del socialismo autoritario, durante un gran período Moscú había apoyado, por ejemplo, las luchas de liberación nacional.
Extrema derecha puede unir progresistas
“Articular la miríada de corrientes dispersas, sin un eje poderoso como eran las luchas obreras, con sus sindicatos y partidos, es un gran desafío. Pero a veces un enemigo externo propicia esa articulación. Fue el caso del nazismo que suscitó una amplia alianza en su contra”, recordó el historiador en entrevista con IPS en Río de Janeiro.
La extrema derecha, que junta racismo, amenaza a la democracia, misoginia y otras banderas retrógradas, puede “ayudar a condensar esa nebulosa en que se convirtió la izquierda”, espera Aarão Reis, profesor de la Universidad Federal Fluminense.
En el caso del FSM, su aparente pérdida de empuje exacerbó las divisiones internas en el Consejo Internacional, responsable de la gestión del foro.
“El FSM es como los ejercicios espirituales de la iglesia, que aprovechan a quien esté presente, pero se queda algo interno, que no trasciende en la sociedad”, al no manifestarse sobre los temas candentes del mundo e imposibilitar así una comunicación hacia afuera, criticó desde Roma el italo-argentino Roberto Savio, cofundador y presidente emérito de IPS y quien fue miembro activo del Consejo Internacional.
Así argumentó el especialista de comunicación del Sur de 89 años la discrepancia de una parte de activistas y consejeros con la Carta de Principios que define el FSM como “un espacio plural y diversificado” de reflexión y articulación de entes y movimientos, “no partidario” y “sin carácter deliberativo”.
Partido no
“Tenemos que seguir como un espacio de articulación, de búsqueda de alternativas y formas de acción, de nuevos caminos. La acción es función de las organizaciones y movimientos participantes, no del Foro”, reiteró Chico Whitaker, otro cofundador del Foro y fervoroso defensor de la Carta de Principios.
La discrepancia viene desde el inicio del FSM y deriva de “una vieja cultura del modo de hacer política, jerárquica, autocrática”, dijo a IPS, por teléfono desde São Paulo.
A los 92 años, Whitaker lamentó no poder viajar a Katmandú, “demasiado lejos”, y deberá sujetarse a la participación digital, “muy limitada”.
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La edición en Katmandú será híbrida, presencial y digital, pero la diferencia del huso horario entre la capital nepalí y São Paulo, por ejemplo, es de 8:45 horas, lo que dificulta un acompañamiento de las actividades.
Por eso los debates de mayor interés en América serán nocturnos en la capital nepalí, informó Rita Freire, representante de la red Ciranda, que se ocupa de la comunicación colaborativa del FSM en el Consejo Internacional.
Freire, periodista de 66 años y editora del Monitor del Medio Oriente, representa también una alternativa de acción política “dentro del proceso del Foro, pero manteniendo la Carta de Principios”.
Se está probando en Katmandú una nueva instancia, la Asamblea de luchas y resistencia con movimientos sociales que si adoptará posiciones y declaraciones políticas. “Pero lo hará en su propio nombre y no del Foro”, aclaró Freire, desde São Paulo por teléfono pocas horas antes de tomar un vuelo a Katmandú.
La realización del encuentro en Asia abre nuevos horizontes para el FSM, por tratarse de la región más dinámica del Sur global, por lo menos en economía, coincidieron la periodista y Whitaker. Refleja una movilización de las organizaciones sociales de Nepal y países vecinos, que se articularon y se propusieron como anfitriones del Foro.
ED: EG