WASHINGTON – En lo que se ha convertido en un fenómeno demasiado familiar, el personal de seguridad entrenado por Estados Unidos ha estado implicado en el golpe del 26 de julio que depuso al presidente democráticamente elegido de Níger, Mohamed Bazoum.
Es el quinto golpe de este tipo que se produce en el Sahel desde 2020, y el último que pone una vez más en peligro las amplias operaciones antiterroristas de Washington en la región africana, que parecen depender de socios militares cuestionables.
Mientras la administración de Joe Biden se debate sobre cómo responder, debería considerar cómo este último golpe militar refleja los años de cooperación en materia de seguridad de Estados Unidos en el Sahel y la eficacia del enfoque que ha definido el compromiso de Washington con la región, conformada por Burkina Faso, Camerún, Chad, Gambia, Malí, Mauritania, Níger, Nigeria y Senegal.
Panorama de la ayuda estadounidense a Níger y el Sahel
Durante la última década, la cooperación estadounidense en materia de seguridad en el Sahel, y en el Sahel occidental en particular, ha crecido sustancialmente, reflejando la preocupación generalizada por el aumento de la militancia islamista en la región.
A lo largo de los años ha proliferado en la región una mezcla de grupos armados, incluidos los afiliados a los grupos armados islamistas Al Qaeda y al Estado Islámico, que llevan a cabo ataques oportunistas, se dedican a actividades económicas ilícitas y plantean graves desafíos a la autoridad del Estado.
Estados Unidos ha respondido a las amenazas percibidas en la región invirtiendo fuertemente en sus propias operaciones antiterroristas y programas de ayuda a la seguridad, que ascienden a más de 3300 millones de dólares en ayuda militar al Sahel en las últimas dos décadas.
Programas como la Iniciativa de Asociación Transahariana, los programas de capacitación de socios del Departamento de Defensa y numerosas operaciones de adiestramiento militar en el extranjero han sido pilares fundamentales del enfoque estadounidense hacia la región.
A pesar de ir acompañados de importantes cantidades de ayuda económica y humanitaria, han anclado las relaciones bilaterales entre Washington y sus socios del Sahel.
Entre los años fiscales de 2001 y 2021, Estados Unidos proporcionó a los países de Burkina Faso, Chad, Malí, Mauritania, Níger y Senegal al menos 995 millones de dólares en ayuda directa a la seguridad, una cifra que probablemente excluye gran parte de la ayuda proporcionada a través de los grandes pero opacos programas de desarrollo de capacidades de su Departamento de Defensa.
Y entre los años fiscales 2001 y 2020, Estados Unidos proporcionó formación a al menos 86 000 alumnos en estos países, incluidos 17 643 de Níger.
Ayuda sustancial pero pocos avances
Desgraciadamente, esta ayuda no se ha traducido en mejoras proporcionales en el panorama de la seguridad ni ha actuado como un baluarte eficaz contra los enfrentamientos entre civiles y militares. Sean cuales sean los avances tácticos a los que ha contribuido la ayuda estadounidense en las fuerzas de seguridad del Sahel, la presencia, actividad y poder de los grupos armados subestatales ha seguido creciendo.
La actividad relacionada con el terrorismo en la región ha aumentado más de un 2000 por ciento en la última década y media, mientras que las organizaciones militantes han llevado a cabo operaciones cada vez más audaces y actividades seudoestatales.
Al mismo tiempo, las actividades de ayuda a la seguridad de Estados Unidos han proporcionado apoyo material a oficiales militares que han cometido graves abusos contra los derechos humanos o que han apoyado el derrocamiento de gobiernos civiles.
Solo en los últimos tres años, el Sahel ha sido testigo de cinco golpes de Estado, dos en Malí y Burkina Faso y ahora uno en Níger, en cada uno de los cuales han participado o están implicados oficiales que recibieron formación militar estadounidense.
Como era de esperar, estos golpes militares han tenido un efecto negativo en los esfuerzos de ayuda a la seguridad de Estados Unidos y han puesto de manifiesto graves deficiencias en el enfoque de Washington hacia la región.
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Aunque sería difícil identificar una relación causal entre el adiestramiento estadounidense y la propensión al golpe por parte de los receptores, los repetidos golpes perpetrados por fuerzas respaldadas por Estados Unidos muestran una falta de discreción en la forma en que Estados Unidos selecciona a sus socios en materia de seguridad.
De hecho, el comportamiento de muchas de estas fuerzas entrenadas por Estados Unidos dista mucho de ser impredecible, especialmente en lugares donde las figuras militares han desempeñado durante mucho tiempo papeles políticos de gran relevancia.
La selección de los beneficiarios y socios de la ayuda estadounidense a la seguridad debería basarse en evaluaciones previas más sólidas, exhaustivas y multidisciplinares, y los responsables políticos deberían tener el valor de utilizar esa información para rechazar las invitaciones a participar en la cooperación en materia de seguridad cuando el riesgo sea demasiado elevado.
En términos más generales, la naturaleza altamente enfocada en la seguridad del compromiso de Estados Unidos con la región pone un énfasis significativo en abordar los síntomas de la inseguridad y distrae de otras líneas de esfuerzo dirigidas a cuestiones de gobernabilidad, construcción de la paz y resolución de conflictos.
Por otra parte, el énfasis retórico y político que Washington ha puesto en la lucha antiterrorista, además de eclipsar importantes inversiones humanitarias y de desarrollo, también puede suponer el riesgo de poner en términos solo de seguridad la política local y elevar la relevancia política de los líderes militares por encima de sus homólogos civiles.
De hecho, en casi todos los golpes de estado más recientes, sus líderes militares han citado la militancia y los imperativos de la lucha contra el terrorismo como justificación para destituir a los líderes civiles.
Sin un mayor énfasis en la gobernabilidad, las reformas cívico-militares y la creación de instituciones de defensa como requisito previo a la ayuda orientada al combate, Estados Unidos corre el riesgo de perpetuar el conflicto y la inestabilidad política.
Por último, cuando las fuerzas de seguridad respaldadas por Estados Unidos dan un golpe de Estado o cometen graves violaciones de los derechos humanos, Washington debe ser inequívoco en su respuesta.
Con demasiada frecuencia, Estados Unidos ha estado dispuesto a expresar una condena retórica mientras mantenía discretamente actividades de cooperación en materia de seguridad.
Invocando la necesidad de hacer frente al terrorismo o a la infiltración de otras potencias competidoras en la región, la habitual vista gorda de Estados Unidos en el Sahel ha socavado cualquier compromiso significativo con la condicionalidad en la ayuda estadounidense y ha enviado una señal preocupante sobre las consecuencias del comportamiento depredador por parte de los socios de seguridad de Estados Unidos.
Estados Unidos debe reorientar su cálculo estratégico y sopesar correctamente los riesgos de deshacerse de socios de seguridad abusivos frente a los riesgos de seguir asociándose con fuerzas que socavan la buena gobernanza y los derechos humanos.
Elias Yousif es un analista de Investigación del Programa de Defensa Convencional del estadounidense Centro Stimson. Sus investigaciones se centran en el comercio mundial de armas y el control de armamento, cuestiones relacionadas con la guerra a distancia y el uso de la fuerza, y la cooperación internacional en materia de seguridad y la prevención del reclutamiento de niños soldados. Antes de incorporarse al Centro Stimson, Yousif fue director adjunto del Monitor para Asistencia en Seguridad del Centro para Política Internacional, donde analizó el impacto de los programas estadounidenses de transferencia de armas y asistencia a la seguridad en la seguridad internacional, la política exterior de Estados Unidos y las prácticas mundiales en materia de derechos humanos.
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