SAN FRANCISCO, Estados Unidos – Un informe reciente del Departamento de Justicia de Estados Unidos concluyó que los prejuicios raciales «sistémicos» en el Departamento de Policía de Minneapolis «hicieron posible lo que le sucedió a George Floyd».
Durante los tres años transcurridos desde que un oficial de policía blanco asesinó brutalmente al afroamericano Floyd, las discusiones a nivel nacional sobre el racismo sistémico se han extendido mucho más allá de centrarse en la aplicación de la ley para evaluar también una variedad de otras funciones gubernamentales.
Pero tal análisis se limita a los bordes internos de su territorio, sin llegar a investigar si el racismo ha sido un factor en las intervenciones militares estadounidenses en el exterior.
Oculto a simple vista está el hecho de que prácticamente todas las personas asesinadas por la potencia de fuego de Estados Unidos en la “guerra contra el terrorismo” durante más de dos décadas han sido personas de color. Este hecho notable pasa desapercibido en un país donde, en marcado contraste, los aspectos raciales de las políticas internas y los resultados son temas constantes del discurso público.
Sin duda, Estados Unidos no ataca a un país porque allí vive gente de color. Pero cuando la gente de color vive allí, es políticamente más fácil para los líderes estadounidenses someterlos a la guerra, debido al racismo institucional y a los prejuicios a menudo inconscientes que son comunes en este país norteamericano.
Las desigualdades e injusticias raciales son dolorosamente evidentes en los contextos domésticos, desde la policía y los tribunales hasta los órganos legislativos, los sistemas financieros y las estructuras económicas. Una nación tan profundamente afectada por el racismo individual y estructural en el hogar es propensa a verse afectada por dicho racismo en su enfoque de la guerra.
Muchos estadounidenses reconocen que el racismo ejerce una influencia significativa sobre su sociedad y muchas de sus instituciones.
Sin embargo, los extensos debates políticos y la cobertura de los medios dedicados a la política exterior y los asuntos militares de Estados Unidos rara vez mencionan, y mucho menos exploran las implicaciones de la realidad de que los varios cientos de miles de civiles asesinados directamente en la «guerra contra el terror» del país han sido casi en su totalidad personas de color.
La otra cara de los sesgos que facilitan la aceptación pública de hacer la guerra a las personas que no son blancas salió a la luz cuando Rusia invadió Ucrania a principios de 2022. La cobertura de noticias incluyó informes de que las víctimas de la guerra «tienen ojos azules y cabello rubio» y «se parecen a nosotros», señaló Lorraine Ali, crítica de televisión de Los Angeles Times.
«Los escritores que anteriormente habían abordado los conflictos en la región del Golfo, a menudo centrándose en la estrategia geopolítica y empleando abstracciones morales, parecían empatizar por primera vez con la difícil situación de los civiles», añadió.
Tal empatía, con demasiada frecuencia, está sesgada por la raza y el origen étnico de las personas asesinadas. La Asociación de Periodistas Árabes y del Medio Oriente ha deplorado «la mentalidad generalizada en el periodismo occidental de normalizar la tragedia en partes del mundo como el Medio Oriente, África, el sur de Asia y América Latina. Deshumaniza y hace que su experiencia con la guerra sea algo normal y esperado».
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Persistir hoy es una versión moderna de lo que W.E.B. Du Bois llamó, hace 120 años, «el problema de la línea de color: la relación de las razas más oscuras con las más claras». Las alineaciones de poder global y agendas geopolíticas del siglo XXI han impulsado a Estados Unidos a una guerra aparentemente interminable en países donde viven pocas personas blancas.
Las diferencias raciales, culturales y religiosas han hecho que sea demasiado fácil para la mayoría de los estadounidenses pensar en las víctimas de los ataques estadounidenses.
Es mucho más probable que su sufrimiento se considere meramente lamentable o intrascendente en lugar de desgarrador o inaceptable. Lo que Du Bois llamó «el problema de la línea de color» mantiene la empatía al mínimo.
“La historia de las guerras de Estados Unidos en Asia, Medio Oriente, África y América Latina ha exudado un hedor de supremacía blanca, descontando el valor de las vidas en el otro extremo de las balas, bombas y misiles de Estados Unidos”, concluí en mi nuevo libro War Made Invisible (La guerra se hizo invisible), publicado este mes de junio.
«Sin embargo, los factores raciales en las decisiones de guerra reciben muy poca mención en los medios de comunicación de Estados Unidos y prácticamente ninguno en el mundo político de los funcionarios en Washington», puntualicé.
Al mismo tiempo, en la superficie, la política exterior de Washington puede parecer un modelo de conexión interracial. Al igual que los presidentes que lo precedieron, Joe Biden se ha acercado a líderes extranjeros de diferentes razas, religiones y culturas, como cuando chocó sus puños con el gobernante de facto de Arabia Saudí, el príncipe heredero Mohammed bin Salman, en su cumbre hace un año, mientras descartaba previas preocupaciones profesadas de derechos humanos en el proceso.
En general, en los ámbitos político y mediático de Estados Unidos, las personas de color que han sufrido la guerra de Estados Unidos en el extranjero han sido relegadas a una especie de apartheid psicológico: separadas, desiguales e implícitamente sin mucha importancia.
Y así, cuando las fuerzas del Pentágono los matan, el racismo sistémico hace que sea menos probable que a los estadounidenses realmente les importe.
Norman Solomon es el director nacional de RootsAction.org y director ejecutivo del Institute for Public Accuracy. Es autor de una docena de libros, incluido el último: War Made Easy. Su último libro, War Made Invisible: How America Hides the Human Toll of Its Military Machine (La guerra se hizo invisible: cómo Estados Unidos oculta el costo humano de su maquinaria militar), en junio de 2023 por The New Press.
T: MLM / ED: EG