NACIONES UNIDAS – La filtración masiva de un tesoro de informes de inteligencia estadounidenses altamente clasificados, descrita como una de las revelaciones de secretos más notables del país en la última década, también ha revelado un ángulo más sorprendente de la historia.
Washington no solo recopiló información de dos de sus adversarios, Rusia y China, sino también de aliados cercanos, como Ucrania, Corea del Sur, Egipto, Turquía e Israel.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU), vigilada desde hace tiempo por múltiples agencias de inteligencia occidentales, también fue una de las víctimas del escándalo de espionaje estallado este mes.
Según la cadena pública británica BBC, uno de los informes de los servicios de inteligencia estadounidenses relata una conversación entre el secretario general, António Guterres, y su adjunta, Amina Mohammed.
Guterres expresa su «consternación» por un llamamiento de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, para que Europa produzca más armas y municiones para la guerra en Ucrania.
Los dos altos funcionarios de la ONU también hablaron de una reciente cumbre de líderes africanos, en la que Amina Mohammed describió al presidente de Kenia, William Ruto, como «despiadado» y dijo: «no confío en él».
En respuesta a las preguntas formuladas en las sesiones informativas diarias, el portavoz de la ONU, Stéphane Dujarric, dijo a los periodistas que «el secretario general lleva mucho tiempo en este trabajo, y a la vista del público, y no le sorprende el hecho de que haya gente espiándole y escuchando sus conversaciones privadas…».
Lo que sí le sorprende, dijo, es “la malversación o incompetencia que permite que esas conversaciones privadas se distorsionen y se hagan públicas».
A escala más global, prácticamente todas las grandes potencias entran en el juego del espionaje de la ONU, incluidos estadounidenses, los rusos (y los soviéticos durante la época de la Guerra Fría), los franceses, los británicos y los chinos.
Durante el apogeo de la Guerra Fría en las décadas de los 60 y 70, la ONU fue un auténtico campo de batalla para que Estados Unidos y la ya desaparecida Unión Soviética se espiaran mutuamente.
Se sabía que los espías estadounidenses y soviéticos rondaban por todo el edificio: en las salas de los comités, en la tribuna de prensa, en el salón de delegados y, lo que es más importante, en la biblioteca de la ONU, que era un punto de entrega de documentos políticos delicados.
El alcance del espionaje de la Guerra Fría en las Naciones Unidas quedó al descubierto en 1975 por un Comité del Congreso de Estados Unidos, que lleva el nombre del senador demócra Frank Church, quien lo presidió mientras investigaba los abusos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), la Oficina Federal de Investigación (FBI) y el Servicio de Impuestos Internos (IRS).
Entre las pruebas presentadas ante el Comité Church entonces figuraba la revelación de que la CIA había colocado a uno de sus expertos en ruso en la lectura de labios en una cabina de prensa con vistas a la sala del Consejo de Seguridad, para que pudiera seguir los movimientos de los labios de los delegados rusos, mientras se consultaban entre sí en susurros.
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Thomas G. Weiss, profesor distinguido de gobernanza global en el Consejo de Chicago sobre Asuntos Globales y quien ha escrito extensamente sobre la política de la ONU, dijo a IPS que “no es de extrañar que los servicios de inteligencia de Estados Unidos espíen en el piso 38. Es una práctica antigua”.
“No hay casi nada que no vigilen, añadió para acotar que debería ser un alivio que Washington” se tome suficientemente en serio” a la ONU como para espiarla. “La justificación de la vigilancia sería más intrigante”, dijo.
“¿Está el secretario general a favor de Occidente (ha criticado la guerra de Rusia), o a favor de Rusia (según algunos rumores)?”, podría ser una respuesta a la que los espias intenta dar repuesta, especuló Weiss sobre algunas de las razones del espionaje actual.
En su libro de 1978, «Un lugar peligroso», el senador Daniel Patrick Moynihan, antiguo enviado de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, describió el juego de espionaje del gato y el ratón que se desarrollaba en las entrañas del organismo mundial, y en particular en la biblioteca de la ONU.
En octubre de 2013, cuando Clare Short, exministra británica de Desarrollo Internacional, reveló que agentes de la inteligencia británica habían espiado al exsecretario general de la ONU Kofi Annan (1997-2006), poniendo micrófonos en su despacho justo antes de la desastrosa invasión estadounidense de Iraq en marzo de 2003.
Al saberlo, el máximo dirigente de la ONU se enfureció porque sus conversaciones con los líderes mundiales se habían visto comprometidas.
Según declaró Short a la BBC, mientras hablaba con Annan en la planta 38 del edificio de la Secretaría de la ONU, pensaba: «Oh, vaya, habrá una transcripción de esto y la gente sabrá lo que él y yo estamos diciendo».
Las Naciones Unidas, junto con las 193 misiones diplomáticas de sus países miembros, ubicadas en su acristalado edificio en Nueva York, han sido durante mucho tiempo un auténtico campo de batalla para el espionaje, las escuchas telefónicas y la vigilancia electrónica.
Ya en septiembre de 2013, la entonces presidenta brasileña Dilma Rousseff, echando por tierra el protocolo diplomático, lanzó un ataque fulminante contra Estados Unidos por infiltrarse ilegalmente en su red de comunicaciones, interceptar subrepticiamente llamadas telefónicas e irrumpir en la Misión de Brasil ante las Naciones Unidas.
Justificando sus críticas públicas, dijo a los delegados que el problema de la vigilancia electrónica va más allá de una relación bilateral. Afecta a la propia comunidad internacional, remarcó, y exige una respuesta por su parte.
Rousseff lanzó su ataque incluso cuando el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, esperaba su turno para dirigirse a la Asamblea General en la jornada inaugural del debate anual de alto nivel. Por tradición, Brasil es el primer orador anual, seguido de Estados Unidos.
“Hemos hecho saber al gobierno estadounidense nuestra desaprobación, y exigimos explicaciones, disculpas y garantías de que tales procedimientos nunca se repetirán”, dijo.
Según los documentos publicados por el denunciante estadounidense Edward Snowden, la vigilancia electrónica ilegal de Brasil fue llevada a cabo por la estadounidense Agencia de Seguridad Nacional (NSA, en inglés).
La revista alemana Der Spiegel informó de que técnicos de la NSA habían logrado desencriptar el sistema interno de videoconferencia (VTC) de la ONU, como parte de su vigilancia del organismo mundial.
La combinación de este nuevo acceso a la ONU y el cifrado código descifrado condujo a una mejora espectacular en la calidad de los datos de VTC y de la capacidad de descifrar el tráfico de VTC, según los agentes de la NSA.
En el artículo, titulado “Cómo Estados Unidos espía a Europa en la ONU”, Der Spiegel aseguró que, en poco menos de tres semanas, el número de comunicaciones descifradas aumentó de 12 a 458.
Posteriormente, hubo nuevas acusaciones de espionaje, pero esta vez se acusaba a los estadounidenses de utilizar la Comisión Especial de la ONU (UNSCOM) en Bagdad para interceptar la inteligencia de seguridad iraquí en un intento de socavar, y tal vez derrocar, el gobierno del presidente Saddam Hussein.
Las acusaciones, difundidas en las portadas de The Washington Post y The Boston Globe, no hicieron sino confirmar la vieja acusación iraquí de que la UNSCOM era «una guarida de espías», en su mayoría estadounidenses y británicos.
Creada por el Consejo de Seguridad inmediatamente después de la Guerra del Golfo de 1991, la UNSCOM recibió el mandato de eliminar las armas de destrucción masiva de Iraq y destruir la capacidad de ese país para producir armas nucleares, biológicas y químicas.
Sin embargo, el jefe de la UNSCOM, el australiano Richard Butler, negó con vehemencia las acusaciones de que su equipo de inspección en Iraq hubiera espiado para Estados Unidos. “Nunca hemos espiado para nadie», dijo Butler a los periodistas.
Cuando se le pidió que respondiera a las noticias que afirmaban que la UNSCOM podría haber ayudado a Washington a recopilar información sensible sobre Iraq para desestabilizar el régimen de Sadam Husein, Butler replicó: «no crean todo lo que leen en la prensa».
Al mismo tiempo, The New York Times publicó en portada una noticia en la que citaba a funcionarios estadounidenses que afirmaban que «espías norteamericanos habían trabajado de incógnito en equipos de inspectores de armamento de la ONU para descubrir programas secretos de armamento iraquí».
En un editorial, ese diario afirmaba que «utilizar las actividades de la ONU en Iraq como tapadera para operaciones de espionaje norteamericanas sería una forma segura de socavar la organización internacional, avergonzar a Estados Unidos y fortalecer al Sr Hussein».
«Washington cruzó una línea que no debería haber cruzado si colocó agentes estadounidenses en el equipo de la ONU con la intención de reunir información que pudiera ser utilizada para ataques militares contra objetivos en Bagdad», decía el editorial.
Samir Sanbar, exsubsecretario general de la ONU, que dirigió su Departamento de Información Pública, dijo a IPS que el seguimiento de los funcionarios internacionales evolucionó con una mayor capacidad digital.
Añadió que lo que hacían principalmente los agentes de seguridad se amplió hasta convertirse en un ejercicio público.
Al principio, dijo, algunos lugares de interés de la ONU, como el Salón de Delegados, eran objetivo de varios países, incluso con dispositivos al otro lado del río Este, en Queens, o en el salón adyacente al jardín de la ONU y a poca distancia de las misiones permanentes y las residencias de los diplomáticos de la ONU.
Un alto funcionario de la ONU dijo una vez que cuanto más se acercaba a la residencia del secretario general, en el barrio de Sutton Place, más evidente era la vigilancia por radio.
Como colofón, un recuerdo personal. Cuando la Asociación de Corresponsales de la ONU (Unca) celebró su ceremonia anual de entrega de premios en diciembre de 2013, uno de los vídeos más destacados fue una hilarante parodia sobre los torpes intentos de espionaje que se llevaban a cabo dentro de los niveles más altos de la Secretaría y hasta las oficinas de la planta 38 del entonces secretario general Ban Ki-moon (2007-2016).
Cuando tomé la palabra, como uno de los galardonados de la UNCA por mis reportajes y análisis para IPS, le di al secretario general, que estaba al lado un consejo no pedido: si quiere saber si tu línea telefónica está intervenida, le dije bromeando, solo tiene que estornudar fuerte.
Una voz al otro lado respondería instintiva y cortésmente: “bendito seas”. “Y sabrá que su teléfono está pinchado”, dije entre risas.
T: MF / ED: EG