Opinión

La paradoja de la invisibilidad: cables submarinos y geopolítica de aguas profundas

Este es un artículo de opinión de Manuel Manonelles, profesor asociado de Relaciones Internacionales de la española Blanquerna-Universidad Ramon Llull.

Mapa del primer cable submarino intercontinental, que entró en operación en 1858 entre y conectó a Irlanda con Terranova, en Canadá. Imagen: Wikimedia

BARCELONA – Los recientes incidentes de sabotaje del gasoducto Nord Stream en las profundidades del mar Báltico, la autoría de los cuales todavía hoy genera dudas, nos ha recordado que algunas de las infraestructuras claves que condicionan, no solamente la geopolítica, sino también nuestro día a día, pasan en gran parte en aguas submarinas.

Otra de estas infraestructuras estratégicas, la importancia de las cuales es inversamente proporcional a su conocimiento público, también transcurre mayoritariamente en el entorno subacuático.

Se trata del cableado submarino, en general de fibra óptica y por donde circula más de 95 % del tráfico de internet, una espesa y creciente red de cables submarinos que conectan el mundo y por donde circula la savia de la nueva economía: los datos.

La historia del cableado submarino no es nueva. Los primeros cables submarinos se instalaron en torno a 1850 y el primero intercontinental, de 4000 kilómetros de longitud, se puso en funcionamiento en 1858, conectando Irlanda y Terranova (Canadá).

Obviamente, se trataba de un cable telegráfico y, si bien el primer telegrama -enviado por la reina Victoria al entonces presidente de Estados Unidos, James Buchanan- tardó 17 horas en llegar de un punto al otro, se consideró toda una proeza tecnológica. A partir de aquí la red creció imparablemente y las comunicaciones en el mundo cambiaron.

Le siguió el cableado telefónico, y en 1956 se puso en funcionamiento el primer cable telefónico intercontinental, conectando de nuevo Europa y América con 36 líneas telefónicas que pronto serían insuficientes.

El autor, Manuel Manonelles
El autor, Manuel Manonelles

Pasados 30 años, el primer cable de fibra óptica -sustituyendo al cobre- se activó en 1988 y en las últimas décadas la red de cableado submarino ha eclosionado, arrastrada por el crecimiento exponencial de la demanda que ha generado la nueva economía y sociedad digitales.

Sorprende, pues, que una infraestructura tan crítica y relevante como esta pase al mismo tiempo tan desapercibida, teniendo en cuenta que se trata de la espina dorsal de una sociedad cada vez más dependiente de su dimensión digital.

Es lo que los expertos denominan la «paradoja de la invisibilidad». Porque, insisto de nuevo, más de 95 % de lo que vemos diariamente en nuestros móviles, ordenadores, tabletas y redes sociales, de lo que subimos o descargamos de nuestra nube o visionamos mediante plataformas -y así millones de personas, instituciones y empresas de todo el mundo- pasan por este sistema de cableado submarino.

Las transacciones financiaras transmitidas por dicha red son de aproximadamente 10 billones (millones de millones) de dólares al día; y el mercado global de cables submarinos de fibra óptica estaba alrededor de los 13 300 millones de dólares anuales en 2020, esperando que llegue a los 30 800 millones en 2026, con un crecimiento anual de 14 %.

Un sistema, sin embargo, que sufre un déficit importante de gobernanza y, al mismo tiempo, está sujeto a cambios sustanciales en su configuración y, sobre todo, en la naturaleza de sus operadores y propietarios. Y es que, tradicionalmente, los principales operadores de estas redes eran las compañías de telecomunicaciones o, sobre todo, consorcios de varias compañías de este sector.

Y si bien muchas de estas compañías estaban participadas o mantenían una estrecha relación con los gobiernos de su país de origen -y, por lo tanto, quedaban vinculadas a las legislaciones nacionales o regionales- a la vez generaban un modelo pensado sobre todo en los intereses y la interconectividad de sus clientes.

En los últimos años, sin embargo, la creciente necesidad de híper-conectividad a la cual se han visto sometidos los grandes conglomerados digitales (Google, Meta/Facebook, Microsoft, etc.) y de sus centros de datos proveedores del cloud computing, ha hecho que estos hayan pasado de ser simples consumidores del cableado submarino a convertirse en, primero, los principales usuarios (utilizando actualmente el 66% de la capacidad de toda la red actual) y, segundo, los nuevos promotores dominantes de este tipo de infraestructuras; reforzando, por lo tanto, su poder casi omnipotente, y no solamente en el entorno digital.

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Esto puede inducir movimientos -aunque poco perceptibles igualmente relevantes- en la compleja balanza del poder global, al concentrarse un componente estratégico más de la infraestructura crítica global en las manos de los gigantes tecnológicos.

Y si a todo eso añadimos la ausencia de un mecanismo de gobernanza global al respecto, ya que la Convención Internacional de Protección de los Cables Submarinos de 1884 está más que superada, como también lo está en muchos aspectos la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (Unclos, en inglés) donde queda enmarcada, los retos son más que evidentes, como la necesidad de que la comunidad internacional tome la cuestión y le dé una respuesta.

Respuesta que no solamente tiene que ser a nivel global, también lo tiene que ser a nivel regional, por ejemplo a nivel de la Unión Europea, sobre todo si se quiere asegurar la soberanía digital, elemento vital en clave presente y nuclear en el futuro.

Prueba de ello es que en las recientes semanas se han registrado varios incidentes en relación a cables submarinos tanto en las costas británicas, como francesas y españolas que varios analistas han vinculado al conflicto en Ucrania.

En el caso del Reino Unido se produjeron cortes de cables que conectan la Gran Bretaña con las islas Shetland y las Feroe, mientras que en Francia se cortaron dos de los principales cables que entran por el hub de cableado submarino que es Marsella. Y si bien alguno de estos casos se ha probado resultado de accidentes fortuitos, en otros aun planea la duda sobre lo que realmente pasó.

Y es aquí donde algunos expertos han señalado a Rusia, recordando las maniobras navales que dicho país llevó cabo justo antes de la invasión de Ucrania ante las aguas territoriales de Irlanda, precisamente en una de las zonas con mayor concentración de cables intercontinentales del mundo.

En este contexto quizás no extrañe que la armada española haya informado recientemente que vigila la actividad de barcos rusos cerca de los principales cables que se encuentran en aguas soberanas españolas, indicando que en los últimos meses se habrían detectado más de tres acciones de posible prospección de escucha sobre los mismos por parte de embarcaciones con pabellón ruso. Una prueba más del creciente valor de unas infraestructuras que, a pesar de ser poco visibles, son estratégicas.

RV: EG

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