SÍDNEY / KUALA LUMPUR – Preocupados por mejorar su propia credibilidad y reputación, los grandes bancos centrales están llevando de nuevo a la economía mundial a la recesión, a las turbulencias financieras y a las crisis de deuda.
La credibilidad de Wall Street
La mayoría de los gobernadores o presidentes de los bancos centrales creen que la «credibilidad» es deseable y que debe lograrse luchando contra la inflación a cualquier precio. Para justificar sus propias políticas más nocivas, advierten que la inflación es «perjudicial».
Argumentan que los bancos centrales necesitan “independencia” de los gobiernos para aplicar una política monetaria “creíble”. El objetivo de inflación para «anclar» las expectativas del índice de precios se supone que genera la «confianza» deseada.
Pero el hecho es que los bancos centrales han sido responsables de muchos fracasos costosos.
La Reserva Federal de Estados Unidos (FED), su banco central, profundizó la Gran Depresión de los años 30, la estanflación de los 70 y la contracción de principios de los 80, además de contribuir a la crisis financiera mundial de 2008-2009. Por lo tanto, es necesario reconsiderar las nociones de credibilidad e independencia de la Reserva Federal.
Milton Friedman, a quien muchos banqueros centrales veneran, culpó de la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado a las acciones e inacciones de la Reserva Federal. En lugar de proporcionar liquidez a las empresas que tenían problemas de liquidez a corto plazo, la Reserva Federal restringió el crédito.
Pero, ¿por qué la FED se comportó así? Algunos historiadores económicos insisten en que fue «para promover los intereses de los bancos comerciales, en lugar de la recuperación económica».
La política monetaria antes y durante la Gran Depresión «se diseñó para provocar la quiebra de los bancos que no eran miembros, lo que aumentaría los beneficios a largo plazo de los bancos miembros de la FED y ampliaría su dominio regulador», aducen esos especialistas.
Otros concluyeron que «los errores de la Reserva Federal parecen atribuirse en gran medida al uso continuado de políticas erróneas» para defender el «patrón oro», y a su “mala comprensión” de las condiciones monetarias del momento.
Bancos centrales contractivos
Peor aún, se aprendieron pocas lecciones. En lugar de proteger el patrón oro, o promover ser anticíclicos, los bancos centrales han concentrado su preocupación en la lucha contra la inflación.
Y más malo todavía, la mayoría de los bancos centrales se comprometen ahora con un objetivo de inflación arbitrario de una tasa tope de 2%, promovido por primera vez por el Banco de la Reserva de Nueva Zelanda hace más de tres décadas, sin ninguna base económica real.
Las principales intervenciones de los bancos centrales han provocado tanto auges o burbujas como contracciones económicas, a menudo sin mitigar con ello la inflación. Estas oscilaciones de la política monetaria han provocado burbujas en los precios de los activos y fragilidad financiera, además de contracciones repentinas de las economías.
El equipo de investigación del estadounidense Ben Bernanke, presidente de la FED entre 2006 y 2014 y quien acaba de recibir el Premio Nobel de la Economía 2022, descubrió que el mayor daño de las crisis de los precios del petróleo de la década de los años 70 se debió a la respuesta de «endurecimiento de la política monetaria».
Otras investigaciones atribuyen la estanflación de los años 70 en gran medida a la política monetaria de la Reserva Federal, agravada por las «percepciones erróneas» y la «doctrina errónea» de los responsables políticos.
Por lo tanto, «en gran parte, la Gran Estanflación de la década de 1970 podría haberse evitado si la Reserva Federal no hubiera permitido grandes expansiones monetarias a principios de esa década”.
El trabajo paga
Asimismo, el presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker entre 1979 y 1987, elevó las tasas de interés durante 1979-1981 «hasta un nivel aplastante de casi 20 % a mediados de 1981».
Esto precipitó la «recesión que comenzó en julio de 1981 y que se convirtió en la crisis más grave desde la Segunda Guerra Mundial». El desempleo en Estados Unidos alcanzó casi 11 % a finales de 1982, el más alto desde la Gran Depresión.
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Las acciones de Volcker traicionaron el doble mandato de la Reserva Federal de perseguir el pleno empleo y la estabilidad de los precios. La Ley de Empleo de 1946, por primera vez, fue recodificada en la Ley de Pleno Empleo y Crecimiento Equilibrado de 1978, conocida como Humphrey-Hawkins.
Con el tiempo, los desempleados de larga duración «se volvieron invisibles tanto para el mercado laboral como para los responsables políticos». Muchos se convirtieron en empleados precarios en oficinas, mientras que otros fueron víctimas de la delincuencia, el abuso de sustancias y las enfermedades mentales, incluso el suicidio.
La salud general de los estadounidenses se «deterioró durante años como resultado de la profunda recesión económica de 1981 y 1982».
Repercusiones en el Sur
Las acciones de Volcker provocaron además la crisis de la deuda de los países del Sur en desarrollo, que ocasionaron las décadas perdidas en América Latina y África.
Un reciente artículo de opinión en el diario estadounidense The New York Times advertía que el giro del actual presidente de la FED, Jerome Powell “hacia el endurecimiento del dinero en 2021 es el equivalente a la medida de Volcker en 1981″, y añadía que «la economía de la década de 2020 podría parecerse a la de los años 80».
Sin embargo, invocando su credibilidad como banco central, muchos con poder e influencia instan a la FED a mantenerse firme en su decisión de «sacar el bate de béisbol para golpear la economía y matar la inflación».
El Banco Mundial advierte de las graves crisis de la deuda de los países en desarrollo tras las recesiones inducidas por las políticas monetarias en el Norte industrial. Mientras tanto, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha advertido a las economías en desarrollo con deuda denominada en dólares de una inminente crisis de divisas.
La nueva nociva norma de avanzar y retroceder
Los enfoques de la política de la FED, el Banco de Inglaterra y el Banco Central Europeo siguen justificando las reversiones de la política monetaria denominada “go-stop”, como se define en el argot económica las negativas situaciones de periodos de desarrollo y actividad seguidos de inmediato por desaceleraciones y caídas de la actividad.
El resultado son auges o burbujas seguidos de estallidos de crisis, como sucedió en la llamada Crisis Financiera Global (CFG) de 2008-2009.
Tras las crisis financieras de Asia Oriental de 1997, México, Rusia y el estallido de la «burbuja de las telecomunicaciones» de Estados Unidos, la Reserva Federal relajó demasiado la política monetaria durante la llamada «Gran Moderación».
Los bancos centrales permitieron la expansión del crédito en los años 2000, que culminó en la CFG al final de la década.
Lo que es más preocupante, la opinión casi consensuada es que los bancos centrales independientes no han logrado lograr, y mucho menos proteger, la estabilidad financiera.
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La facilidad de crédito y el aumento de los mercados de valores y de la vivienda han supuesto un rápido crecimiento del crédito y de los préstamos que han agravado las burbujas de precios de los activos.
La supervisión reguladora se hizo cada vez más laxa mientras los inversores buscaban el rendimiento. El apalancamiento creció, utilizando productos derivados poco fiables, lo que dificultó la evaluación adecuada del riesgo.
Guy Debelle, que fue vicegobernador del Banco Central de Australia, señaló que «el objetivo de la estabilidad financiera ha sido generalmente vago». De ahí que los bancos centrales no vieran un aumento significativo de la inestabilidad financiera. Poco después, la quiebra de Lehman Brothers precipitó la CFG, comenzada en Estados Unidos.
De las burbujas a las quiebras
Los gobiernos retiraron los estímulos fiscales demasiado pronto. Entonces, los principales bancos centrales aplicaron agresivamente políticas monetarias no convencionales, especialmente la llamada expansión o flexibilización cuantitativa destinada a incrementar la oferta de dinero, con el fin de mantener las economías a flote.
La extraordinaria expansión monetaria proporcionó una liquidez vital, pero la mala coordinación también alimentó las burbujas de precios de los activos. Así, las empresas inviables sobrevivieron, socavando el crecimiento de la productividad.
Con una menor inversión en la economía real, la capacidad de oferta está quedando por detrás de una demanda que sigue creciendo. Las pandemias, las guerras y las sanciones también han interrumpido el suministro.
Al elevar las tasas de interés, los bancos centrales se apresuran a invertir la anterior expansión monetaria. Las contracciones crediticias están exprimiendo las economías, afectando especialmente a los países más pobres.
Al repasar los datos históricos, el autor de la «regla de Taylor», que muchos bancos centrales dicen seguir, concluye que «la explicación clásica de las crisis financieras, que se remonta a cientos de años, es que están causadas por excesos, a menudo monetarios, que conducen a un auge y a una inevitable caída».
Esa regla, introducida por el economista estadounidense John Taylor en 1993, relaciona la tasa de interés nominal que debería adoptar un banco central con la inflación, el producto interno bruto y otras variables económicas.
¿Independencia para qué?
Los defensores de la independencia de los bancos centros suelen afirmar que la baja inflación durante la Gran Moderación se debió a la credibilidad de la FED. Pero la inflación en la mayoría de los países disminuyó desde mediados de los años 90, con o sin esa independencia.
La supuesta causalidad se ha exagerado mucho, y ciertamente no es tan fuerte como se argumenta. Afirmar que la independencia de los bancos centrales garantiza una baja inflación también niega otras variables relevantes, por ejemplo, la precarización del mercado laboral y la globalización.
El australiano Debelle observó: «Es difícil determinar en qué medida (la baja inflación) puede atribuirse a la independencia del banco central o al objetivo de inflación».
El epitomen del neoliberalismo Milton Friedman, por su parte, argumentó que las respuestas a la crisis implican decisiones intrínsecamente políticas, que es mejor no dejar en manos de los no elegidos.
Las «responsabilidades de un banco central moderno se solapan con otras funciones gubernamentales», argumentó. Por lo tanto, a su juicio, los bancos centrales deben estar sujetos a la autoridad política, manteniendo al mismo tiempo la independencia operativa.
El fetichismo de la independencia de los bancos centrales también ha permitido a sus líderes ignorar las consecuencias distributivas de las políticas monetarias. Esto a menudo ha facilitado la vida a los propietarios de activos financieros, especuladores y acreedores. Esa autonomía también ha significado descuidar las responsabilidades de desarrollo.
Además, enfatizar su independencia implica «una visión muy limitada de las funciones del banco central» y en la práctica ha hecho que las economías sean más propensas a la inestabilidad financiera y a las crisis.
Está claro que la mitificada independencia de los bancos centrales no es un “elixir” inofensivo que garantiza una baja inflación. Las consecuencias de ello están ya a la vista en la crisis actual.
T: MF / ED: EG