SÍDNEY / KUALA LUMPUR – La financiación para que los países en desarrollo hagan frente al calentamiento global es muy insuficiente. Hay muy poca financiación para la adaptación al cambio climático, la necesidad urgente de los países más afectados. Además, la adaptación debe tener una visión de futuro en lugar de limitarse a abordar los problemas acumulados.
¿Pacto suicida?
El cambio climático supone una amenaza existencial, especialmente para los países pobres con pocos medios para la adaptación. El hecho de que los países ricos no hayan prestado la ayuda financiera prometida no ha hecho más que empeorar las cosas. La pandemia de covid-19 ha supuesto otro golpe de efecto, agravado por el «apartheid sanitario» de los países ricos.
El acuerdo de la COP26 (26 Conferencia de las Partes de la Convención sobre el Cambio Climático) fue, sin duda, un «abandono del deber históricamente vergonzoso» y «no es suficiente para evitar el desastre climático».
El fracaso de la conferencia climática, realizada los 13 primeros días de noviembre en la ciudad escocesa, pone de manifiesto la falta de avances reales y las respuestas políticas inadecuadas. Y lo que es peor, el «Pacto de Suicidio de Glasgow» no aportó nuevos recursos significativos.
El Informe sobre el Comercio y el Desarrollo de 2021, de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad), lamenta la falta de voluntad de los países ricos para abordar los graves retos a los que se enfrentan los países en desarrollo. Después de todo, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible estaba en problemas incluso antes de estallar la covid.
Las respuestas de la política climática implican tanto la mitigación como la adaptación. La mitigación busca reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) mediante un uso más eficiente de la energía y el uso de energías renovables en lugar de combustibles fósiles. La adaptación implica el fortalecimiento de la resiliencia y la protección para minimizar los efectos adversos en las vidas humanas.
Las necesidades nacionales de adaptación reciben mucha menos financiación internacional que la mitigación. Por ello, los países pobres luchan solos contra el calentamiento global causado principalmente por otros. Los retos de la adaptación son también muy variados, debido a las distintas vulnerabilidades de las naciones del Sur en desarrollo.
Enfoque arriesgado del riesgo
Se ha aconsejado a los gobiernos que reduzcan la vulnerabilidad a las crisis mejorando los datos y la evaluación de riesgos. La mayoría de las medidas para reforzar la resiliencia utilizan métodos convencionales de gestión de riesgos financieros. Con ellos se pretende proteger mejor los activos existentes y proporcionar un apoyo financiero temporal cuando se producen las perturbaciones.
La adaptación al clima se aborda, pues, mediante la evaluación del riesgo de catástrofes, los sistemas de alerta temprana, la mejora de la gestión de los ecosistemas y la mejora de las redes de seguridad social. Pero este enfoque apenas distingue el cambio climático de otros riesgos.
Al basarse en la experiencia pasada, el enfoque convencional apenas tiene visión de futuro para abordar los nuevos retos. Las medidas recomendadas tienden a desplegar los escasos recursos para hacer frente a los efectos pasados y actuales del cambio climático..
Centrarse en las vulnerabilidades actuales permite adaptarse a las amenazas climáticas existentes. Esto puede proporcionar cierta resistencia y alivio temporal. Pero no prepara para las nuevas amenazas. Por lo tanto, el enfoque ignora los problemas futuros, no proporcionando mucha protección ni reduciendo la vulnerabilidad a las amenazas emergentes.
Contar con la fijación de precios y otras técnicas de mercado para la evaluación del riesgo de adaptación al clima también es limitante. El enfoque tiende a centrarse en lo que es predecible e incremental, en lugar de en lo que es más incierto y sistémico.
Con sus raíces en la gestión de riesgos financieros, el enfoque favorece el retorno a unas normas de normalidad y estabilidad ya asumidas. Por lo tanto, rechaza la consideración de nuevas posibilidades, incluyendo un enfoque más dinámico para la transformación sostenible.
Además, la vuelta a la «normalidad» para muchas comunidades implica explotación y precariedad. Este enfoque también favorece la preservación y el afrontamiento. Por lo general, estas medidas no son suficientes para abordar los complejos retos que se plantean. Y lo que es peor, pueden provocar inadecuadamente una mala adaptación.
Evitar la mala adaptación
En su lugar, es necesario un enfoque transformador del riesgo climático. La única solución duradera puede ser reducir la dependencia de los países en desarrollo de actividades sensibles al clima, como la ganadería, mediante cambios de gran alcance para crear economías más resistentes.
Para ello, es necesario dejar de lado la reducción de riesgos y adoptar un enfoque más integrado y sistémico para diversificar las economías y aumentar su capacidad de recuperación. Las economías más diversificadas apoyan más el desarrollo sostenible y son mucho menos vulnerables o susceptibles de sufrir perturbaciones externas.
En los últimos años, esto se ha visto claramente en la mayor vulnerabilidad de las economías dependientes de las exportaciones primarias a los choques económicos originados en otros lugares.
Pero también es cierto en el caso de las crisis climáticas. Por ello, la adaptación al clima requiere una nueva visión de los objetivos comunes, en lugar de limitarse a evitar los riesgos y los peores escenarios.
La diversificación es crucial
Así pues, la adaptación al clima en el Sur global debe abordarse a través del desarrollo. Pasar del riesgo a la diversificación requiere un Estado desarrollista comprometido con una política industrial «verde» que implique inversión y tecnología.
La diversificación implica dos procesos acumulativos que trabajan en conjunto. En primer lugar, pasar de la producción primaria a la manufactura y a los servicios de mayor valor. En segundo lugar, desplazar los recursos de las actividades menos intensivas en capital a las más intensivas en capital.
Los países en desarrollo tienen que perseguir un desarrollo sostenible, manteniendo las emisiones y el consumo de recursos dentro de los límites ecológicos. Para ello es necesario diversificar la economía, aumentar la productividad y mejorar las condiciones sociales.
Estas nuevas estrategias de transformación deben reconocer las limitaciones ecológicas y climáticas. Los responsables políticos de los países en desarrollo disponen de medios limitados para afrontar estos retos. Con una globalización “neo-liberal” desigual, también se ven perjudicados por las debilidades institucionales, por ejemplo, incluso para movilizar recursos nacionales.
La clave del multilateralismo
Algunos países ricos, como Reino Unido y Australia, han recortado sus presupuestos de ayuda y no han utilizado sus derechos especiales de giro (DEG, la moneda de reserva del FMI) para ayudar a los países en desarrollo. Han hecho poco para animar a los acreedores privados a que permitan a los países en desarrollo invertir para salir de las múltiples crisis a las que se enfrentan.
Hasta ahora, las medidas para el alivio de la deuda son muy modestas y muy inadecuadas, «tirando la toalla». Aplazar la deuda significa simplemente que los préstamos se pagarán más tarde, a medida que se acumulan los intereses compuestos. Mientras tanto, la carga de la deuda sigue creciendo.
El informe de la Unctad advierte de que la escasa financiación para el clima está acelerando el calentamiento global, socavando las perspectivas de descarbonización del mundo. Destaca la necesidad de un multilateralismo proactivo y de apoyo a los países en desarrollo para hacer frente a las crisis climáticas y a las pandemias.
Los desafíos globales requieren claramente respuestas multilaterales. Pero hasta ahora, solo el FMI ha proporcionado algún alivio real al cancelar las obligaciones del servicio de la deuda de 28 países, por valor de 727 millones de dólares, entre abril de 2020 y octubre de 2021..
El final de la primera Guerra Fría socavó la necesidad sentida del multilateralismo dirigido por la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Si el presidente estadounidense Joe Biden realmente pretende emular al presidente Franklin Delano Roosevelt (1933-1945), puede empezar por revivir el multilateralismo motorizado por la ONU que previó su predecesor, en lugar de perseguir imprudentemente una nueva Guerra Fría favorecida por los neoconservadores de su equipo.