La gestión y restauración de la tierra, la herramienta de las mujeres rurales de África

Este artículo integra la cobertura de IPS sobre el Día Internacional de las Mujeres Rurales, el 15 de octubre, que este año tiene como tema: “Las mujeres rurales cultivan alimentos de calidad para todas las personas.

Incapaz de mantener a su familia con las ganancias de su granja, debido a la degradación de la tierra, Jennifer Kamba (a la derecha), una pequeña agricultora en el municipio de Machakos, en Kenia, ahora trabaja como cocinera y proveedora de catering a tiempo parcial. Foto: IPS

HYDERABAD, India –  Jenifer Kamba, de 33 años, ama ser agricultora, un sentimiento que le transmitió su difunto marido tras casarse hace 14 años. La joven pareja cultivaba maíz, pimienta y verduras en su finca en Kivandini, en el condado de Machakos, en Kenia.

Incluso después de que su marido muriera hace cinco años, Kamba no dejó de sembrar y cosechar, aunque últimamente la tierra parece estar seca y su producción ha disminuido considerablemente.

“La tierra ya no es lo que era, incluso hace unos años, mis verduras eran hermosas. Las calabazas eran grandes y jugosas y mi marido a veces vendía algunas en el mercado local. Pero ahora, son pequeñas y tienen una forma torcida. Es como si algo hubiera chupado la vida de mi tierra», explicó a IPS desde su pequeña finca en Kenia de menos de una hectárea.

Incapaz de alimentarse a sí misma y a sus dos hijos en edad escolar con los ingresos de su granja, Kamba completa ahora sus ingresos con trabajos ocasionales, como cocinar en las casas de sus vecinos más ricos.

La creciente degradación de las tierras de Kamba, debida a fenómenos meteorológicos extremos, como recurrentes sequías por la caída de las lluvias,  es un reto al que se enfrentan los agricultores de todo el mundo, relacionado con el cambio climático.

Según la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD), más de 2000 millones de hectáreas en todo el mundo están actualmente afectadas por la disminución de la degradación de la tierra y su calidad arable.

En África, donde 70 % de la población vive de la agricultura, 22 millones de hectáreas están degradadas. Esto afecta directamente al rendimiento, empujando a los agricultores, especialmente a los que, como Kamba, tienen pequeñas propiedades, a la pobreza.

El condado (municipio) de Machakos, situado a 56 kilómetros de la capital keniana,  Nairobi, ha sido identificado por la Autoridad Nacional de Gestión de la Sequía (NDMA) como uno de los más propensos a la sequía. En los últimos 10 años, el condado ha sido testigo de al menos cuatro sequías graves que han causado daños importantes a la calidad del suelo.

“Es algo que nos tomamos muy en serio”, dice Ruth Kattumuri, directora superior de Economía, Juventud y Desarrollo Sostenible de la Secretaría General de la Mancomunidad de Naciones, la Commonwealth, en inglés, con su sede principal en Londres.

“La degradación de la tierra es un reto de dos caras, ya que está causada por el cambio climático y contribuye a él. Apoyar a nuestros países miembros en los esfuerzos de gestión sostenible de la tierra es de suma importancia para nosotros”, añade.

La granja de la keniana Jenifer Kamba producía lo suficiente para mantener a su familia, pero ahora ha tenido que recurrir a un empleo a tiempo parcial para llegar a fin de mes. Foto: IPS

Mientras que la crisis climática está empeorando las sequías y la irregularidad de las lluvias, lo que provoca la desertificación y la erosión del suelo, Kattumuri añade que la deforestación y las prácticas agrícolas insostenibles también son un factor de emisiones.

“Las comunidades rurales, los pequeños agricultores y los pobres se ven afectados negativamente”, afirma.

Según un estudio de 2016 del Instituto de Ganadería e Investigación de Kenia, 22 % de la superficie del país del este de África se ha degradado entre 1982 y 2006, incluido 31 % de las tierras de cultivo.

El gobierno keniano ha adoptado diversas medidas para luchar contra la degradación de la tierra y promover su gestión sostenible.

Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.

En septiembre de 2016, el gobierno anunció que restauraría 5,1 millones de hectáreas de tierras degradadas. Según una estimación del Instituto de Recursos Mundiales, 65 millones de hectáreas en todo el país eran restaurables para su uso futuro.

En su voluntaria contribución determinada a nivel nacional (NDC, en inglés), presentada por primera vez en 2015, el gobierno se comprometió a crear una cubierta de árboles en al menos 10 % de su superficie total para mitigar el cambio climático.

Se espera que con su NDC, que conforma una parte medular del Acuerdo de París sobre cambio climático, Kenia mejore los medios de subsistencia, frene el impacto climático y proteja su biodiversidad.

Pero el problema, dicen algunos, es que la aplicación de estas medidas ha sido esporádica, y muy pocas de las personas más afectadas, especialmente las mujeres, las conocen.

La historia de las agricultoras de subsistencia Ruth Mutinda, de 41 años, y su hermana Beth, de 37, en la aldea de Mwala, también en Machakos, es un ejemplo: las hermanas, que poseen conjuntamente una pequeña granja, han visto disminuir drásticamente su producción de maíz, judías y guisantes en los últimos seis o siete años.

Su aldea está cerca de Kitui, otro condado afectado por sucesivas sequías, incluida una este mismo año en curso. Según la NDMA, la situación de sequía reinante, se debe al retraso de las largas lluvias que debieron ocurrir en el país entre marzo y mayo.

Paisaje de la aldea de Mwala, en el condado de Machakos, en Kenia. Un programa de la Commonwealth busca que los países miembros integren la gestión sostenible del uso de la tierra en sus planes nacionales de acción climática, que incluyan en sus soluciones a las mujeres rurales. Crédito: IPS

Las hermanas Mutinda afirman que la insuficiencia de lluvias ha aumentado el calor, lo que, a su vez, ha robado la humedad de la granja. Además, el nivel de agua del río de su pueblo también ha disminuido debido a la sequía y a la extracción de arena, lo que les ha dejado sin un medio alternativo para regar sus cultivos.

“Hay un pequeño río a las afueras de nuestro pueblo. Antes, sacábamos agua de allí para nuestras granjas. Pero ahora solo podemos coger algunos cubos para lavar y cocinar. Si no hay agua, ¿cómo va a volver a ser buena la tierra?”, se pregunta Beth.

Aunque la NDMA ha anunciado varias medidas de apoyo a los agricultores afectados por la sequía en todo el país, incluidos Machakos y Kitui, las dos hermanas parecen desconocerlas. Tampoco han oído hablar de ninguna iniciativa de recuperación de tierras y creen que el riego regular es la única forma de aumentar la fertilidad del suelo.

La única ayuda externa que han recibido Beth y Ruth ha sido unos cuantos plantones de árboles frutales del Centro de Recursos Rurales, una organización no gubernamental (ONG) local. Pero el suelo seco de la granja no ha sostenido su crecimiento.

La aparente “desconexión” entre la política y sus pretendidos beneficiarios es evidente en la restauración de tierras degradadas y en la acción climática en general, dice Leonida Odongo, directora ejecutiva de la ONG Haki Nawiri Afrika, con sede en Nairobi. Su organización lucha por los derechos de las comunidades marginadas a la justicia climática y alimentaria.

Odongo sostiene que las soluciones al cambio climático a menudo no contemplan las múltiples formas en que se ven afectadas las mujeres en primera línea.

“En África, la crisis climática significa que las mujeres recorren distancias más largas en busca de agua; significa violencia de género en el hogar; significa conflicto cuando las comunidades se pelean por los pastos y el agua; significa la aparición de campos de desplazados internos”, explica.

También “significa la muerte de personas y animales y su desplazamiento forzoso. Es hora de actuar y evitar su crisis”, subraya la activista.

Ceciele Ndjebet, presidenta de la Red de Mujeres Africanas para la Gestión Comunitaria de los Bosques (Refacof) en Camerún, considera que las mujeres africanas no disfrutan de los beneficios de la acción climática, incluida la gestión sostenible de la tierra, porque no tienen acceso al financiamiento.

Esto se lo constatan especialmente las ONG y a las organizaciones comunitarias, que son las que conocen en el terreno los retos climáticos de las mujeres y pueden salvar la brecha entre las políticas y las comunidades. Pero no pueden ofrecer soluciones debido a su ardua batalla para acceder a la financiación.

“He oído hablar mucho del Fondo Verde para el Clima (FVC) y de otros organismos, y de que hay financiación disponible. Pero, ¿está esa financiación a disposición de las organizaciones de la sociedad civil? Lo dudo”, dice Ndjebet desde su país.

Explica que “todos los procesos de acreditación son complicados; pensamos que necesitamos voluntad política para todos aquellos que quieran reconocer lo que la sociedad civil tiene que decir o el papel que debe desempeñar”.

“Necesitamos esa voluntad política de nuestro gobierno para reconocer que debemos ser parte de la solución”, sentencia.

El tiempo lo dirá si las iniciativas al respecto llegan hasta las hermanas Mutinda o la viuda Kamba.

Mientras tanto,  Kamba no pierde la esperanza en su tierra. “Solo espero que cuando mis hijos crezcan, esta tierra siga produciendo alimentos para ellos”, dice, con un destello de confianza.

T: MF / ED: EG

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