Crisis como las que vimos en Estados Unidos y México la tercera semana de febrero, originadas por la tormenta invernal Uri, brindan un amplio material para la reflexión. El panorama es particularmente claro desde la distancia, cuando se tiene el beneficio de no estar directamente afectados, dada la ausencia de emociones y reacciones que frecuentemente sesgan nuestros juicios.
Si bien es cierto que los sesgos nos hacen tomadores de decisión eficientes en nuestra vida diaria, cuando se trata de afrontar problemas complejos con consecuencias serias, lo que cuenta es la eficacia en la toma de decisión.
Desarrollar conciencia de los sesgos relevantes y las medidas para neutralizarlos se está volviendo una competencia clave en la industria de la energía y en el mundo de los negocios en general.
Los apagones y cortes de luz en el estado estadounidenses de Texas, paradójicamente un nodo energético, donde posiblemente vivan muchos de nuestros lectores, tengan amigos o colegas, lo primero que despiertan es empatía frente a todos los afectados, ya que esta situación nos recuerda de manera muy vívida algo bien conocido: el rol central de la energía.
Nuestras vidas modernas simplemente no pueden tolerar apagones, y mucho menos permanecer días sin electricidad o calefacción.
Pero lo más importante es tomar conciencia de los atributos básicos de un sistema energético sano: abundancia, seguridad y precio accesible.
Abundancia significa tener a disposición fuentes de energía de manera que no se vean restringidas nuestras actividades o desarrollo. Seguridad significa que el flujo de la energía no sea vulnerable a interrupciones de ningún tipo: técnicas, políticas, meteorológicas, etc.
Para que un sistema sea seguro, tanto el suministro como la infraestructura deben ser resilientes, ya sea mediante robustez intrínseca, redundancia, o elementos intangibles como la confianza entre las contrapartes que intervienen.
Precio accesible (asequibilidad) significa garantizar amplio acceso a la energía desde un punto de vista económico. Es desde luego un término relativo, que toma distinto significado si se aplica a un contexto de las necesidades básicas de las personas o de la competitividad de los negocios.
Hay otro aspecto que aún debe alcanzar la misma atención que los otros tres y es el desempeño medioambiental. Cuando las externalidades, como las emisiones de CO2, sean adecuadamente incluidas en el precio de la energía, este atributo deberá ser considerado en la discusión sobre asequibilidad.
La crisis de este mes de febrero nos retrotrae al asunto central de los compromisos que deben asumirse como parte de cualquier solución energética. Cada sociedad debe encontrar el balance entre estos atributos del sistema, a menudo en conflicto (por ejemplo, mayor redundancia suele significar mayor costo).
Este es el trabajo de las autoridades que se eligen democráticamente. Pero su trabajo prácticamente termina ahí. Una vez establecidas las preferencias, la supervisión del diseño del sistema, su construcción y operación en línea con los debidos estándares se torna un trabajo técnico.
Este le compete a operadores y reguladores. El caso en cuestión (no es la excepción) muestra los reproches apuntando hacia cualquier cosa que se mueva y expone la confusión (tal vez deliberada) acerca de los roles y responsabilidades en la gobernanza de la energía.
Una clara separación de roles obliga a que se formulen en forma explícita la tolerancia al riesgo y los objetivos de política pública. No hacerlo, empuja inevitablemente las decisiones políticas hacia un espacio oscuro, donde los lobbies de la industria, entre otros, encuentran una forma fácil de imponerse.
Establecer las condiciones de borde para el diseño del sistema a priori no resulta un ejercicio natural para los políticos, ya que hablar de compromisos no es una tarea fácil. El público espera que se minimicen los compromisos. Decimos “bueno, bonito y barato” para describir al producto ideal pero sabemos que eso es casi una utopía.
Pero lo cierto es que ignorar las condiciones que impone la realidad cuando se adopta una estrategia puede ser más doloroso al final del camino que arremangarse para entablar discusiones a conciencia en el primer momento.
De la misma manera que las ciencias del comportamiento se utilizan para apoyar interacciones humanas complejas, abarcando áreas como marketing, políticas públicas y política partidaria, los profesionales de la energía también debemos pensar más en cómo los sesgos afectan a nuestra industria.
El evitar el conflicto, como se describe más arriba, puede ser caracterizado como el “sesgo del avestruz” (descartar información incómoda, algo similar a un avestruz enterrando su cabeza en la arena como si, por no verla, la amenaza desapareciera).
Hay muchos sesgos de decisión que son frecuentes y que se pueden observar en relación a la crisis de Texas donde parece que están nublando el juicio de los stakeholders (personas o grupos afectados por acciones de las empresas)» y el público.
No solo las publicaciones en redes sociales, como es previsible, sino también las manifestaciones institucionales provenientes de autoridades importantes brindan numerosos ejemplos.
Descartar información (la participación de la energía eólica en la matriz energética de Texas, que es aún minoritaria, versus el mayor impacto de hecho que tuvo la disrupción del suministro de gas natural) de manera de confirmar las propias creencias (en este caso a favor de la energía fósil) es un caso de libro de texto.
Los sesgos de confirmación se extienden luego más allá de las preferencias en cuanto a energía para validar percepciones sobre quienes son héroes y villanos según la propia afiliación. Las sociedades polarizadas alimentan el sesgo de confirmación.
Otro sesgo típico es el sesgo del resultado: juzgar una decisión por el resultado obtenido en lugar de basarlo en su calidad.
Si la decisión de no proteger para el invierno ciertos equipos fue buena en términos de tolerancia al riesgo y costo, entonces sigue siendo buena aun cuando un evento no deseado o incluso extremo golpea, ya que significa que la probabilidad fue evaluada pero no se consideró una condición de diseño.
O la decisión contraria, la de gastar más en resiliencia, era la adecuada y debía ser defendida al momento de la inversión con la misma pasión con que hoy se expresa el reproche. Claro que siempre alguien puede ganar crédito político cuando las cosas salen mal y, por tanto, las fallas son resaltadas en forma oportunista, en lugar de juzgarlas de acuerdo a los criterios originales.
Así, el sesgo de resultado también es alimentado en el debate público.
Pensando en forma más amplia sobre sesgos, es especialmente relevante en tiempos de disrupción tecnológica y transición energética, la categoría descrita en el contexto de la teoría prospectiva. Esta teoría afirma que es natural sentir apego por el estatus quo, justificar el sistema existente y ser reticente a deshacerse de activos que han perdido valor.
No hay duda, el deterioro de activos no sucede sin cierta vergüenza. Los estándares ESG (Environmental, Social, Governance, en inglés) impuestos por reguladores o inversores institucionales vienen cuestionando esta tendencia hacia decisiones irracionales y forzando a los tomadores de decisión a que reevalúen sus portafolios y se sobrepongan a la inercia, de manera de cumplir sus obligaciones fiduciarias.
La carta de Larry Fink del fondo Black Rock para 2021 a los presidentes ejecutivos, en esencia, un llamado a que el avestruz saque la cabeza de la arena.
Parece una batalla perdida apuntar a la irracionalidad del comportamiento humano, dado que la (comparativamente) corta crisis en Texas no es la primera de su tipo y se ha llegado a conclusiones similares en el pasado, pero, si se quiere, hoy hay más recursos científicos disponibles para abordar viejos desafíos.
Para contrarrestar el populismo y los comportamientos tribales, los profesionales de la energía en las esferas pública y privada deben tomar conciencia y apoyarse más en enfoques neurocientíficos.
Estos enfoques permitirán intercambios más profundos con un conjunto complejo de stakeholders y una mejor comunicación sobre las alternativas reales con las que se cuenta para resolver problemas críticos – el cambio climático a la cabeza – y los compromisos que cada una de ellas implica.
Las elecciones por delante en muchos países del hemisferio, la presión de las economías pospandemia y la gran incertidumbre de los mercados energéticos generan un ambiente retador, que puede disparar el fuego entre tribus o abrir un espacio para diálogos informados y estratégicos que generen consenso y que son imprescindibles.
¿Hay esperanza para un debate público que nos guíe hacia buenas decisiones? si no la hay, debemos esperar no solo apagones sino disrupciones mayores.
RV: EG