Las crisis aceleran las transformaciones sociales. La respuesta económica, política y social a la crisis del coronavirus ya nos está empezando a dejar ver algunas transformaciones en el funcionamiento de la sociedad que posiblemente, al menos en parte, se mantengan en el futuro. Y nos ha hecho ver posibilidades de mejora que no deberíamos dejar pasar.
La economía del confinamiento ha intensificado tendencias ya presentes en nuestra sociedad. Ha forzado el teletrabajo y la enseñanza a distancia. Ha potenciado las ventas “online” y la distribución a domicilio, potenciando a las grandes distribuidoras, pero incorporando también al pequeño comercio de barrio, con otros sistemas.
El consumo de ocio por internet se ha disparado prácticamente en todos los sectores sociales. Incluso estando abierta, la banca presencial se ha reducido al mínimo y la prensa se ha hecho también más digital.
Se ha potenciado la relación telemática con la administración pública.
Todo ello tendrá fuertes implicaciones en la organización del trabajo y en las relaciones laborales y puede poner en cuestión un modelo de integración social muy basado en el empleo asalariado.
¿Volverán los hábitos de los consumidores?
¿Volverán las pautas de los consumidores, las estrategias de las empresas y las instituciones y los hábitos de la ciudadanía a ser exactamente igual que antes?
Cabe pensar que no. Al menos, sabemos que va a haber quien intente que así no sea. En algunos aspectos, no será malo: hemos visto que nos podemos ahorrar desplazamientos y, con ello, reducir el consumo de energía y la contaminación.
Pero sabemos también que se van a intensificar tensiones sociales que ya veíamos: se ha visto claramente, por ejemplo, cómo está afectando en este curso la brecha digital en los menores de familias más vulnerables, que pueden acabar perdiendo el curso.
Esa brecha digital no afecta solo a los menores. En la nueva sociedad, es ya una brecha que fractura el conjunto de la estructura social. Y no es sólo una brecha digital, sino una brecha educativa y social en la que no todos los padres pueden ayudar del mismo modo a sus hijos e hijas.
El valor de lo público y lo comunitario
Por otra parte, esta crisis ha permitido “redescubrir” la importancia del sector público, al que todos hemos dirigido la mirada en búsqueda de respuestas. Es mejor descubrir el poder del Estado con una pandemia que con una guerra (de verdad).
Se ha puesto de manifiesto que, cuanto más débil es el sistema sanitario público, más difícil es dar una respuesta a una crisis sanitaria como esta.
Y en lo económico, hasta los ultraliberales se han convertido (transitoriamente) en keynesianos y demandan mayores paquetes de intervención pública, más expansión del gasto y más garantías del Estado.
¿Cómo saldría la economía de mercado sola de este atolladero? En el ámbito de la administración pública, se han introducido medidas de flexibilización de los recursos humanos que agradecería mucho la ciudadanía también en otros momentos para responder mejor a sus necesidades.
Y en el ámbito de lo social, hemos descubierto el carácter esencial de los servicios sociales, los de gestión pública y los de iniciativa ciudadana, que están al pie del cañón ayudando a los sectores más vulnerables a hacer frente a esta crisis que les está afectando especialmente, como en las residencias. Un esfuerzo insuficientemente reconocido, por cierto.
También en el ámbito de lo comunitario, hemos visto resucitar los barrios, la solidaridad más primaria entre los vecinos, tanto en la respuesta a las necesidades más básicas de aquellos que más lo necesitan, como para insuflarnos ánimo mutuamente cada día en los balcones.
De la capacidad que tengamos de dar una respuesta a esta crisis, no solo en lo sanitario, sino también en lo económico y en lo social, aprovechando los elementos positivos de las transformaciones en curso y compensando los negativos, depende el tipo de sociedad en el que vamos a vivir en el futuro.
Este artículo fue publicado originalmente por The Conversation.
RV: EG