Un presidente francés dijo una vez, “nunca te pelees con un niño pequeño ni con la prensa”: el primero tirará la última piedra, y la segunda, tendrá la última palabra.
Pero lo obvio no se aplica al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a quien todo le resbala, pues sobrevive a un aluvión de críticas de los grandes medios de comunicación, mientras sigue difundiendo hechos falsos o directamente mentiras.
Como podría haber dicho el fallecido senador Daniel Patrick Moynihan: Trump puede tener derecho a sus propias opiniones, pero no a sus propios hechos.
El líder del autoproclamado mundo libre, rápidamente emula el estilo de los regímenes más autoritarios.
En una conferencia de prensa muy tensa en la primera semana de noviembre, Trump arremetió contra Jim Acosta, principal corresponsal de Cable News Network (CNN) en la Casa Blanca por las preguntas punzantes realizadas al presidente de Estados Unidos, en especial sobre su caracterización falsa de la caravana de migrantes en América Central.
Y así, en un hecho sin precedentes, la Casa Blanca suspendió sus credenciales de prensa y amenazó con hacer lo mismo con otros periodistas, entre ellos Peter Alexander, de la National Broadcasting Company (NBC), April Ryan, de American Urban Radio Networks, y Yamiche Alcindor, de Public Broadcasting Service (PBS), “si no tratan con respecto a la Casa Blanca”, arguyó.
La medida de Trump viola los derechos básicos de los periodistas de cubrir las actividades del gobierno. Incluso calificó a un reportero de “muy asqueroso” y desestimó a otro por hacer “una pregunta estúpida”.
Pero las tácticas autoritarias y su hostilidad hacia los grandes medios de comunicación, descalificando los artículos en su contra de “noticias falsas”, inciden en otros gobernantes de derecha, autoritarios y dictadores, como en Filipinas, Hungría, Egipto, Birmania, Turquía, China, Polonia y Siria, que siguen su ejemplo.
“No solo a los regímenes autoritarios les complace Trump; de hecho, puede ser al revés”, observó Barbara Crossette, exjefa de la oficina de The New York Times en la sede de la Organización de las Naciones Unidas.
Trump admira su comportamiento de mano dura, precisó. Y cada vez más democracias colocan a periodistas e intelectuales en situaciones de peligro, apuntó.
Por ejemplo, Maria Ressa soporta una enorme presión y amenazas legales en Filipinas. Y en India, que se enorgullece de su democracia, periodistas y académicos sufren amenazas, agresiones y, en algunos casos, han muerto a manos de extremistas hindúes, engendrados de forma muy similar a cómo Trump avivó a los supremacistas blancos.
Entre las víctimas de India se destaca Gauri Lankesh, un reconocido periodista internacional y crítico de los nacionalistas hindúes, explicó Crossette, quien también fue corresponsal en Asia meridional y sudoriental.
CNN, que demandó al gobierno de Trump por suspender las credenciales de prensa de Acosta, explicó: “si no se rebaten, las acciones de la Casa Blanca crearán un efecto peligroso para cualquier periodista que cubra a los funcionarios elegidos”.
Y en una declaración divulgada el 13 de noviembre, CNN reclamó la devolución de los documentos del periodista arguyendo: “la revocación de sus credenciales viola el derecho de Acosta y de la CNN consagrado en la Primera Enmienda a la Constitución de Estados Unidos sobre no limitar la libertad de prensa, y el de la Quinta Enmienda, sobre el derecho al debido proceso”.
Zeke Johnson, director de programa del capítulo de Amnistía en Estados Unidos, dijo a IPS que el desprecio de Trump por la prensa y su decisión de excluir a algunos periodistas de la Casa Blanca no solo es una afrenta al derecho a la libertad de expresión y un anatema a la buena gobernanza, sino también es una señal peligrosa para otros líderes.
“Hemos visto gobiernos en todo el mundo tratar de silenciar periodistas solo por informar sobre una verdad incómoda o por expresar una opinión diferente a la del gobierno en el poder”, señaló.[related_articles]
Wa Lone y Kyaw Soe Oo están presos en Birmania desde hace casi un año por informar sobre los crímenes contra la humanidad perpetrados contra la comunidad musulmana rohinyá.
Johnson dijo que el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, tiene antecedentes de clausurar medios de prensa y de detener periodistas. Las medidas de Trump son especialmente penosas al ocurrir tras la espeluznante desaparición y posterior asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi.
“El caso de Khashoggi podrá ser un ejemplo extremo de los peligros que acechan a los periodistas, pero la insistencia de Trump en que los reporteros le demuestren deferencia o se atengan a las consecuencias solo envalentona a aquellos que consideran que la libertad de prensa es una amenaza a su régimen autoritario”, explicó.
Courtney Radsch, directora de campaña del Comité para la Protección de los Periodistas, subrayó que estos tienen que poder hacer su trabajo sin temor a que una serie de preguntas duras termine en represalias en su contra.
“La Casa Blanca debe reintegrar los documentos de Jim Acosta, y evitar castigar a los periodistas revocándoles el acceso, así no funciona la libertad de prensa”, insistió.
“En el ambiente actual, esperamos que el presidente Trump deje de insultar y de denigrar a los periodistas y a los medios de comunicación, pues les genera inseguridad”, añadió Radsch.
Mientras, en un artículo publicado en la primera semana de este mes por The New York Times, Megan Specia trata sobre cómo muchos líderes políticos recurren a la retórica de Trump para justificar acciones agresivas y poco democráticas contra los profesionales de la prensa.
Por su parte, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, utilizó el argumento de “noticias falsas” para denunciar a sus detractores, al igual que lo hizo el derechista gobierno de Polonia.
En respuesta a un informe de Amnistía sobre las miles de muertes ocurridas en cárceles de Siria, el presidente Bashar al Assad declaró: “Puedes fraguar cualquier cosa en estos días. Vivimos en una era de noticias falsas”.
Traducción: Verónica Firme