Las consecuencias del colonialismo y del despojo sufrido por los pueblos originarios de Canadá quedaron solapadas y no fueron reconocidas por la población de “colonos”, puntualizó la especialista en justicia indígena Lisa Monchalin.
Y en especial, subrayó el impacto del legado colonial sobre los indígenas de Canadá en la actualidad, en el marco de la presentación de su último libro “The Colonial Problem: An Indigenous Perspective on Crime and Injustice in Canada” (El problema colonial: Una perspectiva indígena sobre delitos e injusticia), en la Universidad Colegio de Londres este mes.
Durante la Colonia, la población autóctona se vio obligada a depender de un sistema extranjero que le prestaba poca atención a su propia cultura y costumbres. Los colonos europeos eliminaron los derechos de los indígenas, rápidamente mediante una estructura jerárquica que los consideraba como el “problema indígena”.
La solución colonial para el “problema” indígena no fue otra cosa que mortal. Como resultado directo de la colonización europea, la población autóctona se convirtió en un pueblo en extinción, literlamente con la muerte de entre 80 y 90 por ciento de sus integrantes por las enfermedades traídas de Europa. En el siglo XVIII, se distribuyeron mantas infectadas con viruela para erradicar a los indígenas.
Los que sobrevivieron a las enfermedades fueron desplazados a la fuerza. Muchos fueron confinados a terrenos más pequeños, asimilados culturalmente y obligados a abandonar sus tradiciones o dejados a su suerte en territorios con pocos recursos.
“También puede atribuirse a la colonización la prevalencia de la violencia contra las comunidades indígenas a lo largo de los siglos, incluso la violencia de género”, precisó Monchalin.
Antes de la colonización, las sociedades tradicionales nativas se enorgullecían de su organización matriarcal, honrando y valorando la naturaleza “sagrada” de las mujeres en su comunidad. Ellas tenían una gran importancia por ocupar posiciones de liderazgo y de poder, y había una división equitativa del trabajo.
“Los actos de violencia sexual eran raros antes del contacto europeo”, indicó.
El sistema europeo de gobernanza despojó a las indígenas de su agencia. Ya no podían ser valientes lideresas y, en cambio, los colonizadores quisieron instalar la idea de que eran simples subordinadas de los hombres de la comunidad. Bajo el régimen colonial, solo ellos podían hablar en nombre de sus comunidades.
Los colonos comenzaron a crear la imagen de la indígena como la “otra exótica”. Se referían a ellas como “squaws”, la versión femenina del salvaje, y la describían como “sin rostro humano, lujuriosas e inmorales”, explicó Monchalin.
Las perspectivas coloniales arraigadas no solo transformaron la identidad femenina indígena en una mercancía sexual, sino que llevaron a una generalizada objetivación sexual, que permitió justificar la violencia sexual pues esas mujeres solo “tenían forma humana”.
La subordinación y la opresión de las indígenas instaladas en la época colonial se mantiene hasta nuestros días. Construcciones sexualizadas y romantizadas de las “eróticas” indígenas habilitaron el acoso sexual y las violaciones en todo el país.
“En Canadá, 87 por ciento de las indígenas sufrirá algún tipo de violencia física en la vida, y una de cada tres mujeres será violada”, subrayó.
Las indígenas siguen victimizadas por las estructuras de un sistema colonial deshumanizante que existe hasta hoy y que les arrebató su agencia y las consideró “seres inferiores”.
El problema saltó a la luz pública en 2014, cuando se conocieron 1.181 casos de indígenas desaparecidas entre 1980 y 2012. La situación no concentró la atención debida y no fue hasta el año pasado que se lanzó una investigación para conocer la verdad. También se ha denunciado la violencia policial que sufren en todo el país.
Numerosos especialistas coinciden en que el legado histórico de la represión eurocéntrica contribuye a la actual injusticia y desigualdad que sufren las indígenas. En 1873, uno de los principales objetivos de la Real Policía Montada Canadiense era atender “el problema indígena”, con el fin de lograr la “rendición silenciosa” de los pueblos autóctonos.[related_articles]
Eso llevó a la creación de “escuelas residenciales”, pensionados con fondos estatales para educar a niñas y niños indígenas. El gobierno canadiense creó una política de “asimilación agresiva”, pues creía que las escuelas gestionadas por la Iglesia eran la mejor forma de prepararlos para vivir en la sociedad y, en definitiva, abandonar sus tradiciones “salvajes”.
Los niños indígenas fueron víctimas de violencia y abusos, hasta sexuales, que alcanzaron un grado epidémico, e incluso algunos de ellos denunciaron que fueron empleados para “experimentos nutricionales”. Tras casi un siglo de “violencia estatal”, la última escuela residencial cerró en 1996.
La necesidad de eliminar, silenciar y condenar a un pueblo por su origen étnico habilitó la violencia estatal y los malos tratos de las autoridades hacia los indígenas. Cuestiones sistémicas de racismo y discriminación “legitiman” actos de brutalidad policial y detenciones injustas. De hecho, hay una clara y exagerada representación de indígenas en las cárceles canadienses, con 4,3 por ciento de su población privada de libertad.
La injusticia colonial heredada persiste hasta la actualidad y es responsable de que los pueblos autóctonos de Canadá sufran abusos, violencia y prejuicios a diario. Siete generaciones de víctimas de las escuelas residenciales, la arraigada explotación femenina, la violencia estatal, las detenciones ilegales, entre otras atrocidades, crearon un trauma intergeneracional en las comunidades indígenas de todo el país, analizó Monchalin.
En la actualidad, el gobierno federal de Canadá comenzó a atender la negligencia generalizada y las malas políticas sufridas por varias generaciones de indígenas.
El primer ministro Justin Trudeau declaró públicamente su intención de comenzar una nueva relación próspera entre Canadá y los pueblos originarios. “Ninguna relación es más importante para mí y para Canadá que la de las Primeras Naciones, la Nación Mestiza e Inuit”, aseguró en una asamblea de las Primeras Naciones en diciembre de 2015.
Canadá tiene previsto invertir 8.400 millones de dólares en los próximos cinco años, a partir de 2016-2017, para mejorar las condiciones socioeconómicas de los pueblos indígenas y sus comunidades y lograr un cambio transformador.
“Mediante la educación, la creación de conciencia y la voluntad de confrontar y cuestionar el pasado violento, la población de Canadá podrá finalmente celebrar la identidad indígena y, en definitiva, reconstruir sus ricas tradiciones, rotas a la fuerza por el colonialismo”, resumió Monchalin.
Traducido por Verónica Firme