El año pasado, cuando las autoridades de Sudáfrica permitieron una experiencia piloto de pesca en el área marina protegida y más antigua de África, Tsitsikamma, hubo gran indignación porque es la mayor del mundo, con 80 kilómetros de una rocosa franja costera y una abundante variedad de especies en peligro.
Además, se atribuye a esa área protegida la recuperación de las sobreexplotadas reservas pesqueras de este país. La Asociación de Amigos de Tsitsikamma se quejó de que no fueron consultados como corresponde.
Los científicos marinos sienten que la decisión del Departamento de Asuntos Ambientales “abrirá el corazón” de un área protegida a la explotación. Los pescadores artesanales comenzaron a amenazar la seguridad de los turistas si no les garantizan derechos de pesca con el fin de que ese organismo asigne cuotas de pesca en algunas partes de Tsitsikamma.
En noviembre de 2015, la ministra de Asuntos Ambientales, Edna Molewa, divulgó normas sobre los cambios en el Área Marina Protegida de Tsitsikamma, como la que levanta la prohibición de pesca para quienes residan en un radio de ocho kilómetros.
La decisión fue revocada en enero de este año por la justicia. Las protestas y el fallo judicial realzaron la necesidad de realizar consultas adecuadas sobre un asunto que a menudo resulta controvertido como es el equilibrio.
Mientras ambas partes buscan una solución amigable, Molewa publicó el 9 de febrero en el diario oficial borradores de nuevas normas para declarar una red de 22 nuevas áreas marinas protegidas.
Las áreas forman parte de la Iniciativa Operación Phakisa, un programa lanzado en octubre de 2014 para maximizar el enorme potencial económico de los océanos y, al mismo tiempo, protegerlos. Se ha vuelto muy difícil lograr un equilibrio entre las necesidades económicas y sociales.
Molewa señaló que la iniciativa procura crear unos 70.000 kilómetros cuadrados de áreas marinas protegidas, aumentando a más de cinco por ciento la superficie protegida dentro de la Zona Económica Exclusiva de Sudáfrica.
Menos de 0,5 por ciento de los ecosistemas oceánicos están protegidos formalmente, en comparación con ocho por ciento en tierra firme como el Parque Nacional Kruger y el Parque Nacional Montaña de la Mesa, observó.
“La red cubrirá todo el espectro de la biodiversidad, asegurará la obtención de beneficios de los océanos y ofrecerá importantes áreas de referencia para comprender y gestionar el cambio en nuestros océanos”, añadió.
Según ella, las nuevas áreas protegidas asegurarán el cuidado de ecosistemas marinos como los arrecifes, los manglares y los humedales costeros, que ayudan a proteger a las comunidades costeras de las tormentas más fuertes, del aumento del nivel del mar y de otros eventos climáticos extremos.
“Mar adentro, las áreas protegidas resguardarán los ecosistemas vulnerables y garantizarán zonas de cría para varias especies, contribuyendo así a mantener la pesca y asegurando los beneficios a largo plazo, que son importantes para la alimentación y la seguridad laboral”, explicó.
El DEA le dio a la población 90 días para comentar la propuesta de áreas protegidas.
Según un informe del Instituto Nacional de Biodiversidad de Sudáfrica, 64 de los 136 ecosistemas marinos y costeros están amenazados, alrededor de 47 por ciento, y 17 por ciento del total están, de hecho, en grave peligro.
Además, señaló que 54 áreas, 40 por ciento del total, ni siquiera están representados en la red de áreas protegidas.
La mayoría de los ecosistemas no protegidos están mar adentro, es decir que casi todas las áreas protegidas están a poca distancia de la costa.
Solo nueve por ciento de los ecosistemas costeros están bien protegidos. La mayoría, en realidad, goza de un cuidado moderado, lo que subraya el hecho de que muchas áreas marinas protegidas no está bien cuidadas de los efectos de la pesca.
“No hay mucha consciencia sobre el papel que cumplen las áreas marinas protegidas en la conservación de la biodiversidad, la gestión de la pesca, la adaptación al cambio climático y la obtención de beneficios socioeconómicos”, destaca el informe.
La pesca es un motor de cambio clave para los ecosistemas marinos y costeros.
“Los principales desafíos son la sobreexplotación de recursos, la sustancial captura accesoria no gestionada en algunos sectores, la accidental mortalidad de aves marinas, el daño ambiental, la preocupación por la oferta alimentaria para otras especies y el impacto de la pesca en otros ecosistemas”, añade el documento.[related_articles]
La pesca ilegal sigue poniendo en riesgo la biodiversidad, la sostenibilidad de los recursos y el sustento de los pescadores habilitados.
A la directora de programas ambientales del Fondo Mundial para la Naturaleza de Sudáfrica, Theresa Frantz, le pareció bien que se publicaran las nuevas áreas marinas protegidas porque son una herramienta importante para proteger las zonas de pesca.
“Hay una razón para la protección de cada área, puede ser que los peces allí sean únicos o que el fondo marino tenga características únicas que no se encontrarán en otro lado, por lo que es necesario proteger la biodiversidad”, explicó.
Al mencionar el caso de Tsitsikamma, donde los pescadores pueden sufrir el impacto de la nueva normativa, Frantz precisó que el asunto se volvió delicado porque el área resultó útil para recuperar algunas reservas pesqueras en Sudáfrica.
Cuando se declaró área protegida a Tsitsikamma “no hubo un proceso consultivo previo, su aparición en el Diario Oficial permitirá la protección pública”, recordó.
Sudáfrica consume 312 millones de toneladas de productos marinos al año, indicó Samantha Petersen, responsable de los programas de pesca responsable del WWF desde sus inicios en febrero de 2007.
La industria pesquera emplea a cientos de personas, pero a medida que aumenta la población, la capacidad de los océanos no puede cambiar para cubrir la demanda de nuestra sociedad, explicó a IPS. “Una vez que desaparecen las especies especiales de los océanos, no podemos recrearlas”, apuntó.
Traducido por Verónica Firme