Vincent Mugyenyi, un piloto de 65 años retirado de la Fuerza Aérea de Uganda, perdió la cuenta de las veces que se sometió a diálisis desde que hace ocho años comenzó a padecer una enfermedad crónica de riñón.
Pasa ocho horas por semana en la máquina de diálisis del Hospital Nacional de Referencia Mulago, donde recibe el tratamiento que filtra las toxinas de la sangre y reemplaza a la correcta función renal. El objetivo es ganar tiempo mientras el órgano recupera sus funciones o aparece la posibilidad de un trasplante.
“Tenía una pequeña granja con unos 100 animales. Los vendí todos para pagar el tratamiento porque todavía necesitaba la vida. Así me afectó la enfermedad. Agotó todos mis recursos. La tierra es muy importante, pero vendí la mía para comprar vida”, explicó Mugyenyi a IPS.[pullquote]3[/pullquote]
Mugyenyi es afortunado y desdichado a la vez. Es uno de los pocos ugandeses con problemas renales crónicos que ha podido recibir hemodiálisis, aunque no cumple con los requisitos para recibir un trasplante de riñón por su edad.
La enfermedad renal crónica (ERC) es un creciente problema de salud en Uganda que afecta a la economía, a la sociedad y al estado físico de pacientes y sus familiares.
El médico Simon Peter Eyoku, especialista en problemas renales del Hospital de Mulago, dijo a IPS que las ERC afectan principalmente a adultos de entre 20 y 50 años, y que las causas más comunes suelen ser infecciones vinculadas al virus de inmunodeficiencia humana (VIH), causante del sida, seguida de hipertensión y diabetes.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) señaló que la ERC es la 12 causa de muerte en el mundo y su creciente incidencia, alrededor de ocho por ciento al año, la convierte en un importante problema de salud pública.
El hospital Mulago es el único del sistema público ugandés que atiende pacientes con complicaciones renales y, según Eyoku, eso supone una carga más para las personas que deben recorrer grandes distancias hasta la unidad de diálisis, lo que eleva los costos de un tratamiento ya caro.
Otro problema es que la unidad de diálisis solo tiene 33 máquinas de hemodiálisis para una población de 36 millones de habitantes.
Cuando la unidad abrió hace casi ocho años con cuatro máquinas, un paciente debía pagar el equivalente a 500 dólares por semana por el tratamiento, un costo prohibitivo.
En marzo de 2014, la administración del hospital decidió redistribuir fondos para la unidad de hemodiálisis y bajar el costo del tratamiento a 40 dólares por semana, lo que sigue siendo un monto elevado para la mayoría de los ugandeses.
El hospital también ofrece dos sesiones gratuitas de hemodiálisis, y Eyoku explicó a IPS que eso propició la llegada de pacientes con ERC, “ahora tenemos dificultades porque recibimos muchos pacientes más”, acotó.
“Me gustaría que tuviéramos más especialistas en problemas renales”, se lamentó Robert Kalyesubula, uno de los cuatro nefrólogos del hospital.
“También necesitaríamos más programas para crear consciencia sobre este problema para que la gente lo conozca porque es devastador. He visto personas mayores quebrarse al recibir el diagnóstico. Y el dolor, pues afecta a toda la familia. Si el padre se enferma, los hijos no irán a la escuela”, abundó.
Una de las dificultades del diagnóstico es que en sus primeras etapas, la enfermedad no tiene síntomas específicos, por lo que los pacientes que requieren tratamiento ya están en las etapas finales.
“Pasas 90 por ciento del tiempo tratando de mantener a la gente viva en vez de ayudarlos a vivir mejor”, puntualizó.
Además, en Uganda, como en el resto de África subsahariana, se desconoce la magnitud del problema y no se le da la suficiente importancia.[related_articles]
“Sabemos más del VIH, la malaria (paludismo) y la tuberculosis porque son enfermedades para las que hay muchos fondos. Los problemas renales merecen el mismo grado de importancia que el VIH. Ignoramos una enfermedad que se puede tratar en sus primeras etapas”, remarcó.
Los pacientes que no pueden pagar los 40 dólares semanales para la hemodiálisis se atienden en el área 4C, y da la impresión de que son presos condenados a muerte sin posibilidad de apelación.
Cuando IPS visitó el área en una tarde agitada, el panorama era un caos patético. Los pocos médicos y enfermeras corrían de un lado a otro, atendiendo tanto a hombres adultos como a niñas adolescentes en el mismo lugar.
En la entrada de la sala, IPS conversó con Rosemary Kyakuhaire, quien juntaba las cosas de su hermano, un hombre de unos 40 años que acababa de morir por una falla renal. Estuvo tres semanas internado, recibiendo solo cuidados paliativos, porque su familia no tenía recursos para hacer frente al tratamiento, contó.
En Uganda, “es mejor que a uno le diagnostiquen el VIH que un problema renal”, ejemplificó Kalyesubula.
La posibilidad de recibir tratamiento para la ERC en Uganda depende de que el paciente tenga seguro de salud o se lo pueda pagar mediante préstamos, vendiendo propiedades o con ayuda económica de familiares y amigos. Hay dos hospitales privados que ofrecen diálisis, pero solo unos pocos afortunados la pueden costear.
Benon Mulindwa, de 27 años, es uno de los afortunados. El seguro médico de su empleador, la Fuerza de Defensa del Pueblo de Uganda, cubría el costo del tratamiento y del trasplante.
Sin el seguro médico, no habría podido cubrir los alrededor de 20.000 dólares anuales para la hemodiálisis ni otro tanto para el trasplante, contó a IPS.
Incluso, Mulindwa fue trasplantado en India, también cubierto por su seguro. Pero la mayoría de los pacientes deben buscar un donante en Uganda.
A diferencia de otros países en desarrollo, con registros públicos de donantes de riñón, en Uganda, los pacientes deben buscar a los posibles donantes, lo que aumenta las dificultades que deben afrontar, según Kalyesubula.
La falta de información sobre la seguridad en la donación de riñones hace que muchos ugandeses no se sientan dispuestos a convertirse en donantes.
Editado por Phil Harris / Traducido por Verónica Firme