Mientras la guerra siria agrava los choques de facciones en la norteña ciudad libanesa de Trípoli, los refugiados palestinos que viven en esta zona se desesperan cada vez más con la violencia.
En el verano boreal de 2007, los refugiados del campamento Nahr el Bared, apenas 16 kilómetros al norte de la ciudad costera de Trípoli, pagaron un precio devastador en la batalla entre el ejército libanés y un pequeño grupo de insurgentes que vivían entre ellos, Fatah al Islam.
El combate de tres meses obedeció al vacío de poder generado por facciones palestinas que competían entre sí, pero no lograban controlar la seguridad de la comunidad. Quedaron destruidos el campamento y el mercado regional que se abastecía de agricultores libaneses y bienes que entraban de contrabando desde Siria.
Más de 30.000 familias de refugiados huyeron a alguno de los 11 campamentos palestinos oficiales en Líbano, dejando atrás sus casas, pertenencias y empleos.
Al año siguiente, donantes internacionales se comprometieron en Viena a financiar la reconstrucción de miles de viviendas a cargo de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA).
Hasta la fecha, apenas la quinta parte de la comunidad ha regresado a zona, ahora declarada área militar, y los fondos de la reconstrucción están a punto de agotarse.[pullquote]3[/pullquote]
La causa es la desidia de los donantes y la guerra en Siria.
La comunidad palestina pobre, que nuevamente corre el riesgo de ser tragada por la violencia cercana, no es prioridad para la ayuda internacional.
Shadi Diab, un barbero de 40 años de Nahr el Bared, reside en una vivienda provisoria mientras espera que reconstruyan su casa.
Había huido del campamento con su esposa y sus hijos el tercer día de los enfrentamientos en 2007. Al volver, encontró que la comunidad estaba aislada por retenes de seguridad, y que el edificio donde vivía había quedado destruido.
“Nos están castigando por algo que no hicimos”, dijo. “Nahr el Bared no es el mismo; está peor que antes. El mercado está destruido y ya no es regional. Para que la gente ingrese hay muchas restricciones militares; ahora no puede entrar cualquiera”.
Los palestinos tienen prohibido por ley poseer propiedades en Líbano y trabajar en unas 70 profesiones. Aunque en los últimos tiempos se revisó la ley laboral, en la práctica ha cambiado muy poco, y esta población pobre debe competir con los refugiados sirios por empleos manuales y magros salarios.
La acción de la UNRWA se restringe a reconstruir 5.000 viviendas en el “viejo” campamento que gestiona, creado en 1949, y no puede hacerlo en las zonas periféricas, conocidas como “el nuevo campamento”.
Tras finalizar las obras en ocho terrenos, la agencia estima que 2.500 familias volverán al campamento para la primavera boreal de 2015, fecha en que se terminan los fondos.[related_articles]
La directora de la UNRWA, Ann Dismorr, dijo que la agencia recibió compromisos por alrededor de 345 millones de dólares. “Pero necesitamos que llegue al menos la mitad de ese monto. Si el dinero estuviera podríamos finalizar todo el campamento en pocos años, el problema es que no está”, expresó.
La reconstrucción es lenta y llena de obstáculos. Hay denuncias de exceso de burocracia, favoritismo hacia contratistas aliados de ciertos políticos, alharacas sobre el descubrimiento de un sitio arqueológico y la controversia sobre la forma que ha de tener el campamento reconstruido.
Las nuevas viviendas son más pequeñas y las calles más anchas, para permitir que circulen vehículos blindados del ejército, que siempre tuvo prohibido patrullar dentro de los campamentos de refugiados palestinos en Líbano.
En Viena, el gobierno libanés había prometido que la reconstrucción de Nahr el Bared serviría de modelo a los otros campamentos. Pero Sahar Attrache, investigador del International Crisis Group, no cree que las cosas hayan resultado de ese modo.
“Nahr el Bared no era solo un modelo para la reconstrucción, también para el Estado y para los palestinos: que libaneses y palestinos pudieran reconciliarse en cierto modo y que los palestinos pudieran quedar bajo la autoridad del Estado libanés”, dijo Attrache.
“Lamentablemente, todas las partes fracasaron, sobre todo el lado libanés. No se cumplieron las promesas que se les hicieron a los palestinos, lo que alimentó el resentimiento”, agregó.
En este escenario, el Consejo Noruego para los Refugiados ha desempeñado un rol único en Nahr el Bared, navegando por el opaco sistema legal libanés para reconstruir viviendas con dinero de la Unión Europea en predios adyacentes al “viejo” campamento, Mohajareen.
Comprado por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) a terratenientes libaneses, Mohajareen se construyó para alojar a refugiados que huyeron de la masacre del campamento de Tel al Zaatar en 1976. Sin embargo, la venta del terreno nunca se registró oficialmente ante el Estado.
Luego de 2007, el barrio destruido fue entregado a la caridad islámica (“Waqf”), que a su vez lo donó a las 100 familias palestinas pobres que vivían en esa tierra.
Tras un prolongado período de disputas legales, el Consejo Noruego para Refugiados está determinado a entregar en febrero casi 90 viviendas terminadas, con electricidad y agua, a los antiguos residentes de Mohajareen. Pero reconoce la decepción de los palestinos.
“Es la misma cantidad de familias que vuelven a instalarse, pero con menos espacio, lo que crea una particular dificultad”, dijo la directora del Consejo Noruego, Niamh Murnaghan.
“Una de las condiciones para la reconstrucción fue que las calles y aceras entre (las edificaciones) fueran más anchas, así que hay una pérdida de inevitable de espacio de viviendas”, señaló.
“Si usted ha estado desplazado durante 65 años y siente que le quitan algo más, entonces no va a sentirse bien”, agregó Murnaghan.
Fouad el Haj es un joven de 24 años de Mohajareen. Como supervisor de la obra está orgulloso de ayudar a reconstruir su comunidad. Pero su mayor desafío es tratar con sus antiguos vecinos, que están molestos con la solución arquitectónica y con la espera.
“La comunidad está fracturada”, opinó El Haj. “El vecindario ha cambiado y los recuerdos de los viejos tiempos se han ido”.