De África a Brasil sin saberlo y en la bodega de un barco

Ornela Mbenga Sebo entrevistada por IPS en Río de Janeiro. Crédito: Fabíola Ortiz/IPS

La congoleña Ornela Mbenga Sebo escapó en 2011 de un campamento rebelde en el que estaba esclavizada en un lugar no identificado de África y se escondió en un buque mercante. Allí permaneció, en el compartimiento de la basura, sin saber adónde iba.

El barco llegó a destino dos semanas más tarde, y entonces supo que estaba en Santos, puerto del sudeste de Brasil, sobre el océano Atlántico.

Su peripecia tiene visos de novela de aventuras. Como ella, varios cientos de ciudadanos de la República Democrática del Congo (RDC) han buscado refugio en Brasil.

Ornela Mbenga nació en Walikale, en la oriental provincia de Kivu del Norte. La localidad posee oro, casiterita y coltán, cuya explotación es objeto de disputas entre distintos grupos armados y el ejército de la RDC.

Pero hasta 2011, su vida parecía a salvo de toda esa violencia. Su familia tenía una vida acomodada. El padre daba clases en la universidad y ella misma estudiaba periodismo y trabajaba en un banco. Aprendió inglés y francés y había viajado al exterior.[pullquote]3[/pullquote]

En Walikale empezó su odisea. En enero de 2011, cuando tenía 21 años, la ciudad fue blanco de un violento ataque de insurgentes, que mataron, invadieron e incendiaron casas y edificios públicos.

La joven estaba en su trabajo cuando empezó el ataque y allí se refugió hasta que las cosas se calmaron. Entonces, corrió a su casa. La vivienda estaba incendiada y de su familia no quedaban rastros.

Sola y apenas con lo puesto, deambuló por semanas con otras personas que también escapaban. Pretendía llegar a la capital, Kinshasa, donde viven sus abuelos. «Fui a pie. Caminamos dos semanas. Encontraba gente que también estaba huyendo: enfermos, niños, mujeres y hombres», dice a IPS.

La RDC, un extenso y rico territorio de África central, lleva décadas de conflictos entre el gobierno y diferentes grupos armados, algunos de ellos vinculados a los vecinos Ruanda y Burundi. En Walikale, la Organización de las Naciones Unidas viene documentando desde 2010 la práctica de diversos crímenes, incluyendo violaciones sexuales masivas, por parte de milicias y del propio ejército.

El relato de Ornela Mbenga da cuenta del terror que sentía al recorrer ciudades fantasma, abandonadas y destruidas, cuyos únicos habitantes era cadáveres tirados en la calle.

«Lo tengo vivo en la mente y cuando lo cuento parece que vuelvo a estar en ese lugar», dice.

El mayor peligro era cruzarse con grupos armados, «que iban de ciudad en ciudad buscando gente para matar», recuerda.

Para protegerse, más de una vez se fingió muerta. Pero terminó capturada y trasladada a un campamento, donde la esclavizaron junto con otras decenas de personas.

Los hombres armados que la secuestraron eran ruandeses, asegura. La subieron, junto al resto del grupo con el que viajaba,  a tres helicópteros. El trayecto fue de unas dos horas. El campamento al que arribaron no estaba cerca de ciudades o zonas pobladas, según vio desde el aire.

Charly Nzalambila, un congoleño que trabaja como voluntario de Cáritas Brasil y que ayudó a transcribir la historia de Ornela Mbenga para las autoridades de este país, cree que esos hombres eran miembros de las Fuerzas Democráticas por la Liberación de Ruanda.

[related_articles] En sus comunicaciones por radio, sus captores hablaban suahili y algo de inglés, dice Ornela Mbenga.

Pasaba la jornada cargando baldes de agua para abastecer el campamento. A las mujeres, los rebeldes «nos obligaban a dormir con ellos, lavarles la ropa y hacerles la comida. Yo dormía en el suelo. Me golpeaban. Sufrí moral, física y mentalmente», asegura.

Un día conoció a un joven que se solidarizó con ella y la ayudó a escapar, mostrándole que el campamento estaba próximo a un puerto. Él le dijo que estaban en Tanzania, pero IPS no pudo confirmar esta información. Una madrugada de febrero, la joven saltó el muro que rodeaba el recinto y alcanzó un buque mercante. «Era cuestión de vida o muerte».

Para comer solo consiguió algo de maní. Dos semanas más tarde, después de descubrir que había llegado al brasileño puerto de Santos, la segunda sorpresa fue notar que entendía el idioma portugués, pues había pasado un año en Angola con su familia.

En tierras brasileñas pronto se pudo contactar con angoleños y congoleños que viven aquí y, poco tiempo después de su arribo, ya estaba viviendo como asilada en Río de Janeiro.

Este país de 198 millones de habitantes no tiene cuotas para admitir refugiados. Según la ley de refugio, adoptada en 1997, incluso un extranjero que ingrese con documentos falsos tiene derecho a solicitar esa protección.

Pero viajar sin siquiera conocer el rumbo quizás no sea tan raro para los africanos que huyen desesperados de la violencia.

«Muchos jóvenes llegan a Brasil por casualidad», decía a IPS el angoleño Fernando Ngury en 2007, al cumplirse 10 años de la ley de refugio. «Entran en un navío creyendo que van hacia Europa y de pronto llegan a Brasil. A veces, en el camino son arrojados al mar», denunciaba el titular del Centro de Defensa de los Derechos Humanos de los Refugiados.

Brasil tiene hoy 4.715 refugiados, 1.688 angoleños, 700 colombianos y cerca de 500 de la RDC, según las últimas cifras oficiales.

Del total,  2.012 son asistidos por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Además, hay 1.441 personas solicitantes de refugio a la espera de una resolución.

El procedimiento requiere un tramite que empieza en el Ministerio de Justicia, ante el Comité Nacional para los Refugiados.

Ornela Mbenga Sebo reconstruyó su vida de a poco. Hoy comparte una casa con otros cuatro congoleños en un suburbio carioca. Como refugiada, tiene derecho a trabajar y a gozar de todos los servicios públicos disponibles, como salud y educación.

Ahora tiene 23 años. Hablar varios idiomas le permitió conseguir empleo como recepcionista en el Parque Tecnológico de la Universidad Federal de Río de Janeiro, donde además ha hecho amistades.

Hace poco, las redes sociales le trajeron una gran alegría: descubrió que sus padres y hermanos no están muertos.

A través de Facebook supo que su familia consiguió huir en ómnibus hacia Senegal, llevando los ahorros que tenían en casa. Hoy viven en Chicago. La madre trabaja de camarera en un hotel y el padre está desempleado.

Su sueño es mudarse con su familia. Sus amigos y compañeros de trabajo, sensibilizados, decidieron hacer una colecta a través de Internet para costearle el pasaje aéreo a Estados Unidos.

En cambio, ella no pretende volver a la RDC. «Amo a mi país, soy africana, pero solo volvería si cambia la situación de inseguridad. E incluso así, solo para visitar a mis abuelos, que siguen allí», admite.

«Ella es un ejemplo de fuerza, convicción y esperanza», dice a IPS su compañero de empleo, George Patiño, a quien se le ocurrió apelar a la financiación colaborativa («crowdfunding») en el sitio brasileño Vakinha para que Ornella viaje a Chicago.

Se necesita reunir 2.500 dólares y Patiño espera lograrlo en tres meses. En el perfil creado el 5 de este mes, Ornela Mundi, las donaciones sumaban 25,9 por ciento de ese monto al momento de publicar este artículo.

«Ella tiene una historia de superación, y al final logrará ser feliz», afirma Patiño.

Esa historia merece ser contada en un libro, entendió una periodista brasileña que se apresta a escribir su biografía.

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