El padre de Jane Meriwas, una mujer samburu del valle de Kipsing, en la provincia keniana de Valle del Rift, consideró que cuando ella tenía nueve años que ya no le era útil después de que las hienas se comieron a las nueve cabras que cuidaba.
Por eso pensó que todavía quedaba la posibilidad de que se redimiera y se convirtiera en la segunda, tercera o cuarta esposa de un hombre mayor y que, así, él ganaría para comprar nuevas cabras.
“Fui a la escuela de casualidad. Tras haberse comprobado que no era buena pastora, mi padre me mandó para que matara el tiempo mientras aparecía un pretendiente adecuado”, relató Meriwas a IPS.
“Claro que ir a la escuela era sentarse debajo de un árbol. No le costaba nada. Un cura católico se hizo cargo de los gastos”, apuntó.
[pullquote]3[/pullquote]“En la comunidad de pastores, nuestra familia era atípica”, reconoció Meriwas. “Mi padre nunca se casó con una segunda esposa, ni siquiera cuando mi madre murió. Ellos solo tuvieron dos hijas”, añadió.
Los samburu están emparentados, aunque son distintos, a los maasais de Kenia. Los primeros solo representan 1,6 por ciento de los 41,6 millones de habitantes de este país, pero se hicieron conocidos por el fuerte arraigo a una serie de prácticas culturales nocivas para las niñas.
Lolonju Lerukati, activista samburu contra la mutilación genital femenina en las comunidades pastoriles, dijo a IPS: “Las niñas samburus han pedido ayuda a gritos desde hace demasiado tiempo. En honor al lema (del Día Internacional del Niño Africano, el 16 de este mes) de eliminar prácticas culturales dañinas que afectan a niños y niñas, la sociedad debe prestar atención a su llamado”.
Es una desgracia, dijo Lerukati, que en estos días, una niña nacida en la comunidad samburu tenga pocas posibilidades, si es que tiene, de escapar a la ablación genital, al matrimonio precoz, a crudas formas de aborto y a múltiples partos antes de los 18 años, o hasta de acceder a la educación.
A los 12 años, Meriwas no escapó a la mutilación genital. En la comunidad samburu, esa práctica tiene una prevalencia de 100 por ciento, según la última Encuesta de Salud y Demografía de Kenia, pese a que hay una ley que la prohíbe desde 2010.
La escuela salvó a Meriwas de un matrimonio precoz. Después de terminar la escuela secundaria, en vez de buscar empleo, regresó a su comunidad para generar conciencia sobre las dañinas prácticas culturales y, desde hace 10 años, denuncia los males cometidos contra las niñas en su comunidad.
La conocida activista fundó la Organización de Mujeres Samburu para el Desarrollo de la Educación y el Ambiente, que se hace cargo de los gastos de educación de numerosas niñas rescatadas de matrimonios precoces y de la ablación.
La fortaleza, la resiliencia y el valor de Meriwas frente a la fuerte resistencia de la comunidad genera cambios, remarcó Lerukati.
[related_articles]El rito de pasaje conocido como trenzado es una práctica cultural característica de los samburus, que gracias a los esfuerzos de Meriwas, está cambiando.
La práctica consiste en que un “moran”, o guerrero, compra 10 kilogramos de cuentas, con las que se elabora un collar que entregará a la muchacha que le interesa. Luego de usarlo, la niña, que suele tener entre nueve y 15 años, se considera “trenzada” y novia de un moran.
“Como los jóvenes suelen mantener relaciones sexuales sin protección, ella queda embarazada”, indicó.
Pero el embarazo debe interrumpirse a toda costa porque, si bien las relaciones sexuales entre ellos están permitidas, se consideran incestuosas porque ambos pertenecen al mismo clan y el bebé no puede vivir. Las consecuencias de esto pueden resultar peligrosas para la niña grávida.
“Cuando sospechan que está embarazada, las mujeres mayores la atraen al bosque. Le presionan el vientre hasta que sangra y salga el feto”, describió Meriwas.
Si eso falla, la obligan a envenenar al bebé después del parto. Si se niega, dejan al niño en el bosque para que se lo coman las hienas o se lo entregan a otra comunidad, como la vecina turkana.
“Muchas personas han muerto por esta práctica”, remarcó Lerukati. “Pero nadie habla del tema”, se lamentó.
Gracias a los esfuerzos de Meriwas, la comunidad se abre a la posibilidad de que las niñas tengan otro rito de iniciación.
“En vez de que un moran ‘trence’ a una niña, poco a poco las mujeres asumen un papel. Ella puede llevar las trenzas, pero sin estar a la orden”, explicó Meriwas.
“El cambio es lento, pero existe. La práctica del trenzado no es conocida fuera de la comunidad samburu. Meriwas lo denunció pese a los riesgos, incluso para su propia vida”, añadió Lerukati.
La activista Grace Gakii, que lucha contra la mutilación genital femenina, dijo que hay algo para celebrar en este Día Internacional del Niño Africano. “Hay una importante disminución de la ablación ente las muchachas de entre 15 y 19 años”, remarcó.
“Esto se debe a una combinación de factores. La presión para que las niñas de comunidades pastoriles vayan a la escuela es definitivamente un elemento primordial”, observó.
“Pero es el papel de personas como Meriwas, que padecieron las dolorosas tradiciones, lo que genera un verdadero cambio”, remarcó.
Según la Encuesta de Salud y Demografía, la prevalencia de la mutilación genital femenina en Kenia entre adolescentes de 15 a 19 años bajó de 38 por ciento, en 1998, a 32 por ciento, en 2003, y luego a 27 por ciento, en 2008.
“Personas como Meriwas comprenden esta cultura y aprendieron a cambiarla desde adentro”, subrayó.