Precaria paz se respira en el estratégico sur de Libia

Guardias tubu de seguridad custodian un campo petrolera en el sur de Libia. Crédito: Rebecca Murray/IPS.

Kaltum Saleh, de 18 años y perteneciente a la etnia nómade tubu, narró que durante décadas el régimen de Muammar Gadafi (1969-2011) discriminó a su pueblo que vive en el indómito sur de Libia.

Saleh está feliz de terminar la enseñanza secundaria en este pueblo de Ubari, en el desierto del Sahara, cerca de la frontera con Argelia.

La discriminación estaba institucionalizada pues este pueblo no estaba registrado según la ley de ciudadanía de 1954.

La campaña de «arabización» lanzada por Gadafi con el fin de eliminar las culturas y lenguas indígenas, también trajo consigo la discriminación de los tubus, muchos de los cuales quedaron sin documentos de identidad.

Eso los privó de atención médica, educación y trabajo, además de que se vieron muchas veces obligados a aceptar empleos por sueldos bajos o se dedicaron al contrabando.

Con la revuelta de 2011 contra el régimen de Gadafi, los tubus no tardaron en unirse y ayudar a derrocarlo con la esperanza de lograr su ansiado anhelo: gozar de plenos derechos como ciudadanos.

Más de dos años después, Saleh cuenta con orgullo que su padre, quien fue un guardia de seguridad, ahora dirige un hospital. Ella misma aspira a convertirse en una abogada de derechos humanos y defender a su pueblo.

«La revolución fue buena para nuestra autoestima», dijo con optimismo. «Ahora me siento ciudadana de Libia», señaló.

Pero la revolución no llegó con todos los beneficios a los que aspiraban los tubus. Carecen de la suficiente representación en el gobierno, están en conflicto con tribus árabes vecinas, en parte por los recursos en un contexto de poder difuso, y todavía hay libios que los consideran «extranjeros».

Guardianes del sur

En su lucha por la igualdad de derechos, los tubus de Libia se posicionan como guardianes naturales y valiosos de la vasta frontera sur del país.

Los tubu viven en Ubari, Sebha y Murzuq, en el sudoeste, y por el Sahara, casi 1.000 kilómetros hacia el oasis de Kufra, en dirección este.

[related_articles]El desierto, sin ningún camino, tiene abundante agua subterránea, que se desvía al 90 por ciento de la población de Libia que vive en la norteña zona costera, así como petróleo y minerales preciosos.

La zona también ha sido un refugio para el contrabando. Salen armas, gasolina subsidiada y alimentos e ingresan migrantes y drogas.

A principios de la revuelta de 2011, Gadafi prometió documentos en regla para los tubus y los tuaregs libios, así como más derechos, a cambio de su apoyo.

Los tuaregs apostaron por el régimen vigente y se encontraron en el bando perdedor, mientras que los tubus tomaron las armas de Gadafi y gracias a su experiencia en el desierto se pusieron en su contra.

«Nuestros antepasados vinieron aquí hace cientos de años», explicó Ibrahim Abu Baker, un arqueólogo tubu de Ubari. «Cuando agarramos la arena, aun de noche a la luz de la luna, sabemos dónde estamos», remarcó.

Los tubus fueron proclamados por su papel revolucionario como guardianes de los pozos petroleros y de la frontera sur de Libia, pero con dos representantes, en los 200 miembros del actual Congreso General Nacional, su lucha por la igualdad de derechos apenas comienza.

En 2012, hubo fuertes enfrentamientos entre grupos tubus y árabes en las ciudades de Sebha y Kufra, principalmente por el poder y el control de los recursos, además de las rutas de contrabando. Los combates dejaron cientos de personas heridas y muertas, infraestructura destruida y una mayor animosidad entre las etnias vecinas.

Un muro enorme y una zanja ancha rodean Kufra, construida y controlada por la etnia árabe zwei, que comparte la ciudad con la minoría tubu. Rige un tenso cese del fuego que no se puede llamar paz.

En Sebha, la situación es un poco mejor. Los ancianos forjaron en abril un acuerdo de reconciliación entre los tubus y la tribu árabe awlad suleiman.

«Los tubus quieren cerrar el capítulo para obtener ciudadanía, salud y educación», observó Mohammad Sidi, uno de los responsables de las negociaciones.

Ubari, unos 100 kilómetros al oeste de Sebha, es el último de una serie de oasis fértiles rodeados de dunas antes de la frontera con Argelia. Dominado por los seminómades tuaregs libios, este rincón desolado floreció como destino turístico hasta la revolución de 2011.

Esta ciudad es conocida como parada de las presuntas rutas de contrabando hacia el sur, con destino a Malí, así como por sus lucrativos campos petroleros. En Ubari fue donde Saif al-Islam Gadafi, el hijo de Muammar, fue detenido cuando trataba de escapar de Libia tras la caída de Trípoli.

Los tubus, junto con milicias árabes y tuaregs, mantienen una preocupante presencia allí, legitimada y pagada en el marco de las brigadas de la Fuerza Escudo de Libia, del Ministerio de Defensa, y por las compañías de seguridad petrolera.

Por ahora son la guardia fronteriza. Mientras los tubus patrullan libremente la frontera sur, de Níger a Egipto, los tuaregs controlan el extremo sudoccidental y la frontera con Argelia hacia el norte, hasta la ciudad de Gadamés.

Una paz incómoda

El conflicto en Malí, el ataque terrorista contra el campo petrolero de Amenas, en el sureste de Argelia, el atentado contra la embajada de Francia en Trípoli y rumores de islamistas traficando armas y combatientes hacia el sur aumentaron las tensiones en la comunidad libia.

«Los libios estaban muy preocupados cuando comenzó la intervención francesa en Malí», dijo a IPS un diplomático de un país occidental que pidió reserva de su identidad.

«Su principal preocupación era que los islamistas, barridos por los aviones franceses, se refugiaran en el espacio sin gobierno del sur de Libia. Les alarma el movimiento de grupos extremistas en la región», añadió.

Preocupados por esta situación, la Unión Europea, Estados Unidos y Gran Bretaña comenzaron a ofrecer «asesoramiento» en la consolidación de la guardia fronteriza.

«Una solución de largo plazo para la seguridad fronteriza probablemente incluya a los tubus y a los tuaregs porque conocen la región y viven en la zona», indicó el diplomático.

El caótico centro de Ubari está lleno de inmigrantes, la mayoría de Malí y de Níger, que se reúnen en las aceras rotas con la esperanza de encontrar trabajo. Mientras, los tuaregs y los tubus, totalmente cubiertos con su típico atuendo que los protege del polvo, hacen sonar la bocina de sus camionetas Toyota.

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