Alrededor de una decena de hombres deambulan completamente desorientados y confusos en lo que parece el patio de una prisión. Pero se trata de la sala psiquiátrica del hospital de Chainama Hills, en las afueras de la capital de Zambia.
Un hombre de edad avanzada tiembla y se tambalea en círculos, mostrando una amplia sonrisa, pero la mirada perdida. Espanta insectos imaginarios. «Doyo» (insecto), masculla, y señala el cuello de una de las enfermeras.
Mientras, un joven se sienta en un rincón. Su cuerpo se sacude fuertemente y es incapaz de llevar a su boca una cuchara con avena. Tiene que ser alimentado como un bebé. «Aun se encuentra en la fase de abstinencia», explica una enfermera.
Para ella, todo esto es habitual. «Muchos llegan con heridas como esa», dice, mientras señala las cicatrices circulares en los brazos y en los tobillos de uno de los pacientes.
«Cuando la familia ya no sabe qué hacer con ellos, los atan con cables de electricidad para contenerlos», aclara.
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Unos tres cuartos de los hombres admitidos aquí están solo temporalmente «locos» por culpa del abuso de alcohol.
Después de 72 horas de desintoxicación y tras recuperar el sentido, la mayoría responden lo mismo cuando se les pregunta qué bebían tanto para terminar internados: tujilijili.
«Bolsitas asesinas»
Esa bebida es comercializada en bolsitas de plástico de 60 mililitros de diferentes marcas, como «Zed», «Officer», «Joy» y «Double punch».
Parecen inocentes por sus vivos colores, pero contienen más de 40 por ciento de alcohol. La bebida es producida localmente por varias compañías, y se puso de moda en los últimos cinco años.
Además de ser vendidas en bares y otros puestos autorizados, las bolsitas llegaron rápidamente al mercado informal, y cuestan alrededor de 1.000 Kwachas (20 centavos).
Esto las hace muy accesibles para los más pobres, muchos de los cuales apelan al alcohol para escapar de su cruda realidad diaria.
En los últimos meses ocuparon los principales titulares del país casos de niños y niñas que beben tujilijili en las escuelas, de guardias de seguridad que lo consumen mientras trabajan y hasta de muertes relacionadas con su abuso. Ahora se las conoce popularmente como «bolsitas asesinas».
Anteriores intentos de prohibir el producto fracasaron, ya que los fabricantes operaban dentro de la ley, y el contenido de la bebida cumplía con todas las regulaciones existentes.
Pero en abril pasado, para sorpresa de muchos, la entonces ministra de Gobiernos Locales y Vivienda, Nkandu Luo, aprobó una regulación prohibiendo la producción y venta de bebidas alcohólicas fuertes en bolsas pequeñas, frenando así drásticamente su distribución.
Para padres preocupados como Peter Mbewe, de Lusaka, esta medida debió haberse tomado mucho antes. «Hemos visto morir jóvenes a una tierna edad por estas cosas», dice. «La ministra hizo lo correcto. (La bebida) estaba destruyendo a nuestros hijos».
Alcohol para los pobres
En las polvorientas calles de grava de Chaisa, una pobre localidad con alto número de jóvenes desempleados, bolsas de tujilijili usadas se ven por todas partes.
Las que quedan sin consumir son vendidas al doble de precio en el mercado irregular.
La policía patrulla en forma encubierta, y cualquiera que sea detenido comercializando la bebida puede ser condenado a dos años de prisión.
Dibblo Mwanza, quien vendía las bolsas en su negocio, fue también detenido cuando intentaba terminar con su stock, pero pudo salir gracias a una fianza.
«El gobierno no es justo», afirma. «Nos prometieron más dinero en nuestros bolsillos, y sin embargo no hay empleos. La única forma de mantener a nuestras familias y pagar la renta es teniendo negocios lucrativos», señaló.
Según estadísticas oficiales, Zambia no se ubica entre los países con mayores índices de alcoholismo. Comparados con los de Europa orienal, los zambianos parecen bastante moderados, consumiendo solo 3,9 litros de alcohol al año, contra 15,7 en Rusia.
Pero esos números no presentan una imagen completa de la situación, ya que se basan principalmente en las ventas de alcohol registradas y no toman en cuenta las bebidas caseras hechas por muchos zambianos pobres.
Antes de que el tujilijili entrara en escena en los últimos años, el licor más fuerte consumido era el kachasu, una bebida destilada casera. La venta de kachasu es especialmente común en el campo y en barrios pobres de Lusaka.
Aunque el kachasu es ilegal, las autoridades están menos preocupadas por su consumo.
Harry Kalad es productor de esta bebida, y con su negocio puede mantener a su esposa, a sus hijos, a su madre y a dos huérfanos.
Admitió que rezaba para que la policía siguiera concentrada en su lucha contra el tujilijili, para poder seguir adelante con su negocio. «Todos mis antiguos clientes han regresado. Mis ganancias están creciendo», señala.
Menos internados
Si bien los que realmente quieren seguir bebiendo tienen otras opciones ahora que el tujilijili no se vende más, la prohibición parece tener sus efectos, ya que el número de personas ingresadas en el Hospital de Chainama Hills con intoxicaciones de alcohol está disminuyendo.
«En los primeros días desde que fue prohibida veíamos más personas con síndrome de abstinencia, porque ya no podían comprar las bolsas», señala la enfermera Alice Phiri, pero ahora el número de pacientes se reduce.
«Por supuesto, aún está el kachasu, pero se vende en botellas más grandes y caras, y no es tan fácil de llevar», explica.
«He trabajado aquí por más de 20 años. Antes del tujilijili, cuando solo estaba el kachasu, era raro ver este tipo de pacientes», dice.
«Mi propio hijo, quien solía trabajar aquí, fue despedido por abusar del alcohol. Felicito al gobierno por prohibir estas cosas», añade.
Pero los fabricantes y comerciantes del tujilijili aun luchan contra la prohibición, y están decididos a llevar el caso a la justicia.
* Publicado en acuerdo con www.street-papers.org /INSP