La llegada a La Habana el 11 de julio del Ana Cecilia, un pequeño carguero de conveniencia con bandera de Bolivia (que no tiene mar), procedente de Miami, se ha insertado en la historia tormentosa de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
El detalle novedoso es que la carga se compone básicamente de donaciones del exilio cubano a sus familiares. Así se suavizará la presión de los vuelos fletados desde varias ciudades de Estados Unidos, y se reducirá considerablemente el costo.
En ese contexto, se habla ya de las expectativas referentes a que el presidente estadounidense Barack Obama llegue a poner término al embargo. No es la primera vez que se comenta ese aparentemente irrealizable proyecto, ni será la última.
A ambas partes, el embargo les sirve de coartada. A Washington, como reliquia asequible de su hegemonía en América Latina; a La Habana, convirtiendo el «embargo» en «bloqueo», como excusa por las carencias socioeconómicas del régimen.
Es cierto que la vigencia del embargo evita que el atraque de un simple buque mercante rebase límites geopolíticos. La historia recuerda que en esos mismos muelles explosionó el acorazado Maine en 1898. Estados Unidos manipuló el accidente, probablemente causado por un incendio interno, y exigió el fin del régimen colonial español.
Días después, la flota española fue destrozada en Santiago de Cuba. El presidente del gobierno español, Antonio Cánovas del Castillo, había prometido luchar hasta el último hombre y la última peseta.
Fue la confirmación de la hegemonía de Estados Unidos en América, cumpliendo por fin la Doctrina Monroe. Medio siglo después, la oposición a la Revolución Cubana y la imposición del embargo fueron el siguiente lógico capítulo.
Pero resulta que, a pesar del embargo y sus suplementos, Estados Unidos se ha convertido en el sexto socio comercial de Cuba, mediante el subterfugio de la venta de mercancías bajo el pago en contante.
En importaciones cubanas solamente está superado por Venezuela, la Unión Europea, Canadá, Brasil y China. En exportaciones, a Estados Unidos solamente la superan China, Canadá, la Unión Europea, Venezuela y Guyana. En alimentos, Estados Unidos ya es el primer proveedor de Cuba.
El 31 de enero pasado se recordaron 50 años desde que Cuba fue expulsada de la Organización de los Estados Americanos (OEA), en sonado cónclave celebrado en Punta del Este. Al final de unas febriles negociaciones recabando votos, el secretario de Estado, Dean Rusk, consiguió la colaboración de «Papa Doc» (François Duvalier) de Haití, gracias al pago de la construcción de un aeropuerto en Puerto Príncipe.
El caso es que desde entonces, los hermanos Castro tienen como gran orgullo la expulsión. En un reciente intento para su reingreso, todos los protagonistas del hemisferio estaban de acuerdo , excepto Cuba y Estados Unidos.
Unos días después, el 3 de febrero de 1962, el presidente John Kennedy firmaba una ley, basada en legislación de la Primera Guerra Mundial referida a un embargo contra el enemigo, en la que se daba el toque final a un embargo total contra Cuba, que hasta entonces había sido escalonadamente parcial, desde los años del presidente Dwight Eisenhower.
Así, Washington había respondido a cada una de las provocaciones de Cuba con respecto a la confiscación de propiedades.
Esta decisión se enmarcó en una cómica maniobra de Kennedy, que revela sus debilidades por la buena vida. Unas horas antes de firmar un nueva escalada del embargo parcial en pleno 1961, poco tiempo después de Bahía Cochinos, ordenó a su secretario de prensa Pierre Salinger que le comprara 1.000 cigarros puros habaneros. Legalmente hablando, no rompió la ley.
Por su parte, Fidel Castro había ayudado a Washington en las represalias, ya que justamente mientras se preparaba la invasión de Bahía Cochinos, se declaró marxista de toda la vida. Igual hizo en 1996, cuando la ley Helms-Burton para reforzar el embargo no estaba segura de recibir los votos necesarios en el Congreso, y decidió derribar las avionetas de Hermanos al Rescate, que se habían aventurado en lanzar panfletos sobre La Habana. El presidente Bill Clinton respondió de acuerdo con la partitura.
En el contexto de las elecciones presidenciales de noviembre próximo en Estados Unidos, seguro que uno de los testigos externos sabrá sacar ventaja: Raúl Castro. No tiene el lastre de elecciones.
Pero, en resumidas cuentas, se duda de que Obama dé un paso osado antes de la disputa electoral ante su rival republicano Mitt Romney. Nada tiene que ganar con el riesgo y, por ahora, algo que perder en pasar a la historia como el primer presidente estadounidense que claudicó ante los Castro, especialmente mientras Fidel esté vivo. Una vez desaparecido éste, su hermano o su sucesor pueden abrir un nuevo escenario para terminar la farsa.
Quizá para entonces, en lugar de un modesto buque de carga, llegue un ferry desde Cayo Hueso (como en los viejos tiempos) con automóviles Honda y Toyota (fabricados en territorio de Estados Unidos), que sustituyan a los Lincoln, Cadillac y Chevrolet que hacen las delicias de los estupefactos turistas en el insólito parque temático del centro de La Habana. (FIN/COPYRIGHT IPS)
* Joaquín Roy es catedrático «Jean Monnet» y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).