El triunfo de François Hollande en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia, el 6 de mayo, abre las esperanzas del regreso de la socialdemocracia a otros países. De haber estado gobernando en once de los quince estados miembros de la Unión Europea (UE) a principios del presente siglo, hoy solamente tiene las riendas en cinco (de veintisiete).
Se estaba preparando para una larga travesía del desierto, pero el resbalón de Nicolas Sarkozy ha catapultado a la izquierda tradicional a encarar la responsabilidad de proponer políticas innovadoras. Hollande les abrió la puerta al oponerse a las medidas de austeridad decretadas por la UE. Ahora la agenda es una combinación de prudencia en el gasto y política de crecimiento, mediante la inversión pública y el apuntalamiento del estado de bienestar, amenazado de muerte.
La derrota de Sarkozy debilita también la posición hegemónica de Angela Merkel en una Alemania que debe decidir entre liderar férreamente Europa (traducción: insistir en la austeridad) o plegarse a las voces en contra (contemporizar con la crisis). En caso de que sus huestes democristianas pierdan el poder en elecciones en más Estados, después del traspié en Schleswig-Holstein, estos deslices pueden generar un efecto dominó en el resto de la federación.
El descenso del partido liberal, necesario apoyo en la coalición gobernante, sería la gota que colmaría el vaso antes de las nuevas elecciones.
Pero en ese guión un tanto rosáceo para los socialistas se entrometen algunas dificultades presentadas por acontecimientos electorales simultáneos a la carrera hacia el Elíseo.
En primer lugar, no se sabe bien cómo se comportará el partido socialdemócrata alemán y cómo podría estar arropado por formaciones afines en otros países. Algunos de ellos (España, Portugal, los laboristas en el Reino Unido) todavía están noqueados por las derrotas sufridas en los años recientes. El debate interno de la socialdemocracia, tanto en la evolución interna en el continente, como en el agotamiento de la llamada tercera vía del Partido Laborista, ya irreconocible bajo el mando de Tony Blair, no ha producido hasta hoy una agenda creíble.
En segundo lugar, si los comicios franceses deben ser correctamente interpretados como de gran alcance europeo, entonces habrá que descifrar y analizar a fondo las grandes consecuencia de dos ejercicios del mismo 6 de mayo. Por un lado, hay que prestar atención al caso griego. Por otro, conviene echar una mirada a los comicios en países que están llamando a las puertas de la UE, a la que el grueso del continente ahora desprecia y señala como origen de los males actuales. En la antigua Yugoslavia, la UE se juega su penúltima carta de la difusión de sus valores y ventajas.
En el caso griego, el electorado estaba acorralado por las drásticas medidas de recorte de gastos y evaporación de expectativas. El resultado fue contundente, expresando el rechazo no solamente a las medidas reductoras, sino al sistema tradicional de representación democrática. Técnicamente, el ganador ha sido Antonis Samarás, de la conservadora Nueva Democracia, pero solo con 20 por ciento de los votos. Junto a su histórico contrincante, el socialista Pasok -se han alternado en el gobierno desde la Segunda Guerra Mundial- han sido abofeteados por los votantes. Sumados, apenas han cosechado un tercio de los votos, mientras en el pasado acaparaban casi 80 por ciento.
A la siniestra de los socialistas, la Coalición de la Izquierda Radical (SYRIZA), con casi 16 por ciento se convierte en el segundo partido. Al otro extremo, los neonazis de Aurora Dorada captan 6,8
por ciento de los sufragios, insólitamente en un país que sufrió la ocupación hitleriana durante cuatro años. Juntos, complican el escenario y las perspectivas de coalición con uno de los hasta ahora grandes para poder gobernar. Para resolver el rompecabezas de la formación del gobierno, con una serie de combinaciones entre fuerzas ideológicamente separadas, no se descarta otra elección inmediatamente. Sería un mayúsculo desastre para el país, en quiebra técnica, con un pie en el euro y otro fuera de la UE. Pero mientras la ultraizquierda se opone a las medidas de la UE, los neonazis exigen la salida inmediata.
En Serbia, casi la mitad de los votantes en la primera vuelta de las presidenciales y las legislativas generales se han quedado en casa, como aviso ambivalente. El 20 de mayo el actual mandatario, el proeuropeísta Boris Tadic (26,7 por ciento) y el ahora arrepentido ultranacionalista Tomislav Nikolic (25 por ciento) se disputarán la presidencia. En el terreno legislativo, la suerte fue al revés: el partido de Nikolic ganó con 24,7 por ciento, un poco por delante. En segundo lugar quedó Tadic, con 23,2 por ciento, y en tercer término los socialistas del SPS, con 16,6 por ciento.
En contraste con otros países, los tres están de acuerdo en priorizar la entrada en la UE. No les queda más remedio, luego que han conseguido limpiar el territorio de los genocidas que los gobernaban hace apenas un par de décadas. Con Croacia ingresando el año próximo, el caso de Serbia puede ser una prueba crucial para la UE, al menos en lo que parece históricamente más efectiva: la pacificación y la consolidación de la democracia.
En conclusión, a la espera de otros ejercicios, el sufragio francés también ha generado otro triunfo, aunque sea meramente lingüístico: Vive la différence. (FIN/COPYRIGHT IPS)
* Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).