Cartagena de Indias será marco de una nueva Cumbre de las Américas entre el 14 y el 15 de este mes. Asistirán los jefes de Estado y de gobierno de los países del Hemisferio Occidental, con una estrella central (Barack Obama) y tres ausencias por motivos distintos (Hugo Chávez, Rafael Correa y Raúl Castro).
Los demás no se han querido perder la oportunidad de retratarse con el presidente estadounidense, vestido con una elegante guayabera del mejor modisto local. No es la primera cumbre de ese formato, ni será la última. Están por verse los resultados del sideral gasto de viajes y seguridad.
Antes de su celebración, la cumbre generó una notable controversia a causa de un país que paradójicamente ha dejado de ser una amenaza: Cuba.
Debido a las reglas del cónclave, los asistentes deben ser creyentes y practicantes de la democracia liberal. Los países que se aferran a un sistema político de tintes totalitarios no son bienvenidos.
El anfitrión, Juan Manuel Santos, presidente de Colombia, ante la negativa de Estados Unidos, no tuvo más remedio que decirle a Raúl que no se indignara si no recibía la invitación. De la amenaza de boicot de los países del ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), solamente ha quedado como resto la tozudez del presidente ecuatoriano Correa.
La reunión de Cartagena presenta varias dimensiones que conviene tener en cuenta. La primera es su parafernalia mediática (a modo de Juegos Olímpicos); la segunda es su agenda (vaga); y la tercera es su soporte institucional (débil).
Como aperitivo, nadie se querrá perder la interpretación de himno nacional colombiano a cargo de Shakira, nativa de la vecina Barranquilla. Después de haber convertido en un éxito disquero su pegadizo ritmo de resonancias sudafricanas, poco le quedaba por superar a la cantante.
La segunda debilidad es la ausencia de una agenda que encare los problemas urgentes del continente tras la desaparición de las prioridades estratégicas de antaño.
La lucha (o su abandono, sustituida por la legalización) contra las drogas, la criminalidad endémica (que invita al autoritarismo), la pobreza y la desigualdad (que corroen a todas las sociedades), y la hiriente y polémica emigración descontrolada, son algunos de los sectores de atención hemisférica. Se duda de que los mecanismos de la cumbre ayuden a manejarlos adecuadamente.
Pero, en último término, la carencia más impresionante del contexto de la reunión cartagenera es el etéreo soporte institucional. No se sabe quién en realidad convoca (la OEA, oficialmente), quién está cargo de la responsabilidad de llevarla a cabo (¿Washington?), y a quién habrá que preguntar sobre los resultados (nadie contestará).
El teléfono que Henry Kissinger pidió a la Unión Europea no existe en América.
Históricamente, el origen tiene una doble senda. Una es remota: los cónclaves interamericanos, con la hegemonía de Estados Unidos, se detectan en las postrimerías del siglo XIX. Transformaron la Unión Panamericana en la moderna OEA (Organización de los Estados Americanos). La resonancia de la reunión de Punta del Este en 1967 con el anuncio de la Alianza para el Progreso no ha sido superada.
El más reciente origen es la convocatoria en 1994 del presidente Bill Clinton en Miami para la reunión fundacional de lo que se vendió como Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Ampliaba la lógica del esquema del Acuerdo Libre Comercio de América del Norte (mejor conocido por sus siglas inglesas Nafta).
Del ALCA solo quedan los planes surrealistas para convertir a Miami en una Bruselas de las Américas. Washington se enfrentó a la polivalente actitud de Brasil y a la connivencia de sus vecinos, nunca convencidos de la bondad del proyecto. Hoy solamente hay alquitas y el ALBA, la respuesta de Chávez.
Pero esa reacción del convaleciente líder venezolano ha surgido también en compañía de nuevos esquemas inter-latinoamericanos, llamados gloriosamente de integración.
Así nacen la Unión Sudamericana de Naciones (Unasur) y la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (Celac). ¿Son complementos, sustitutos, o amenazas para el Mercosur, la Comunidad Andina, el Sistema de Integración Centroamericana (SICA) y la Caricom? Nadie aclara la confusión. Quizá Obama lo sepa y calle también. (FIN/COPYRIGHT IPS)
* Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).